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Viernes, 28 de octubre de 2005
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Teatro

Aquel cuerpo, esta hija

Una mujer ha parido, su pareja la ha maternado, la hija ahora vuelve con preguntas que sobre todo contesta un piano de cola como lo saben hacer los instrumentos, con música. Algo de eso sucede en la nueva puesta de Ignacio Apolo, en el Teatro San Martín, que comienza con Morton Feldman y termina con John Cage. En sus palabras: chupate esa mandarina.

Por Moira Soto
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Trío para madre, hija y piano de cola va de miércoles a domingos a las 20 en la sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín, Corrientes 1530, a $ 12, los miércoles a $ 6.
Mañana sábado, a las 11 y a las 19, se pasa por la señal de cable (á) el programa Escenarios de Buenos Aires, realizado durante los ensayos de Trío...

Una mujer sentada al piano que irradia un raro misterio, vestida con elegante sobriedad y portando canas sin teñir, empieza a ejecutar la ardua Pieza para piano 1952, de Morton Feldman: así arranca el reciente estreno teatral Trío para madre, hija y piano de cola, de Ignacio Apolo, uno de los dramaturgos más valiosos y personales –aunque quizá menos promocionado– de la actualidad.

Nacido en 1969, licenciado en Letras, formado en dramaturgia y puesta en escena, docente, premiado por varias de sus obras, Apolo fue invitado el año pasado por el Royal Court Theatre de Londres a su Residencia Internacional de Dramaturgos. También novelista galardonado, ha presentado algunas de sus piezas en el exterior, mientras que localmente se estrenaron, entre otras, La lengua materna, Genealogía del niño a mis espaldas, La historia de llorar por él, Angeles rotos.

Apasionante experimento que combina y amalgama música y teatro, Trío... cuenta con la participación de la gran pianista Margarita Fernández –diseñadora del mapa musical– y de dos actrices ideales para sus respectivos papeles, Andrea Jaet y María Inés Aldaburu. La estilizada escenografía y el vestuario acorde son de Minou Laguna, mientras que la luz que baña primorosamente estas instancia de la memoria pertenece a Alejandro Le Roux.

“Es una obra en la que elegimos radicalmente empezar con Feldman y terminar con John Cage: chupate esta mandarina ¿no? O entrás de un trompazo o te quedás afuera de lo que se propone musicalmente”, dice sonriente Ignacio Apolo, también puestista. “Esa pieza de Feldman tiene 171 notas, y cada una, según me explicó Margarita, tiende estéticamente a hacer olvidar la anterior en su relación. Lo cual la vuelve muy difícil de tocar, sobre todo de memoria como eligió hacerlo ella. Es una obra que elabora toda una conflictiva respecto de la memoria, por eso fue elegida también: por esta cosa de Trío... de disolución de los recuerdos y el intento de relacionar unos con otros. Desde que escuché por primera vez los diez minutos de Feldman, supe que tenía que encontrar imágenes teatrales que no rompieran ese rigor estático de esa composición. Entonces, delicadamente, fuimos buscando como fotografías, cuadros de Trío... y los limpiamos de contenidos hasta que quedaron esas fugaces apariciones que hacen las actrices. Me interesaba que ingresara el sonido de cuerpo humano, de los pasos, de la respiración, de la palabra. Como recuerdos anticipados, lo más escuetos posibles, de lo que va suceder después.” Es decir, escenas del pasado y del presente, que se suceden como el fluir del inconsciente, de la vida de Malva, concertista y madre adoptiva de la joven Zoe, y pareja de Amanda, una mujer que ha vivido a la sombra de la primera.

Cuando Apolo escribió Trío... no indicó los fragmentos de músicas que se interpretarían en el desarrollo de la obra: “Mi trabajo como dramaturgo fue escribir esa voz de Malva –que no habla, sólo toca el piano– a través de la voz de las otras dos mujeres. Cuando aparece el contenido musical, elegido por Margarita, se convierte en otra obra. Margarita ejecuta en un presente musical y no actúa entre comillas nada, toda su gestualidad tiene que ver con su ser musical, con su vínculo con el piano. Sin embargo, el público reacciona ante su estar en el escenario como si estuviera componiendo un personaje, cuando en realidad ella está compuesta por las palabras de Zoe y Amanda. A su vez, merece ser destacada la ductilidad, entrega y creatividad de Andrea Jaet, y la contención muy trabajada que logra María Inés Aldaburu, una presencia fuerte sin grandes acciones”.

A través de Trío para madre, hija y piano de cola afloran situaciones relacionadas con el amor entre mujeres, la adopción, el aborto, la maternidad ejercida a la distancia, de manera natural y desprejuiciada. “Hay una paradoja entre la mención continua de Malva como madre, mientras que la que acciona maternalmente es Amanda, que repite ‘no nací para ser madre’. Hay una puesta en cuestión de dónde está puesto el lugar simbólico de esa relación, de las dos madres”, prosigue el director y escritor. “Pero no fue mi intención hablar de la problemática lesbiana o de la de la adopción de hijos. La obra recurre a ciertos temas para hablar de otra cosa, que si yo supiera qué es, no la habría escrito... Claro que me interesan los temas específicos de género: si el suplemento Las12 hace una nota sobre Trío..., me da la pauta de que hay algo logrado en la pieza. Me han preguntado por qué toco estos temas siendo varón. Es que a mí me gusta hablar de cosas fuera de mí mismo. En pos de una diferencia fuerte, siempre me interesaron los personajes femeninos, pero lejos de mí la idea de bajar línea.”

Respecto del atípico desnudo que hay en Trío..., francamente antivoyeurístico, aclara Apolo que “tiene que ver con ese cuerpo afectado de esta chica que sufre síntomas. Todo parte de las rodillas que caen a tierra y se raspan. Por otra parte, el cuerpo de Andrea va en contra de y la estética de la modelo flaca y perfecta. En ese sentido es bello, pero este desnudo está puesto porque necesitaba poner agua, y cuerpo femenino como corporalidad por lo que está pasando en la pieza. Cuando Zoe está desnuda, su madre tocando y ella agarra el jarrón con agua, me parece que se logra una armonía lejos del morbo”.

Una pianista y dos actrices

El trío de dos actrices y una pianista que están en la obra de Ignacio Apolo, reunido alrededor de una mesa del bar de la esquina del teatro, parece llevarse de maravillas, se elogian mutuamente y ríen con frecuencia de sus propios comentarios. Margarita Fernández –que estudió piano, composición, historia y estética en Buenos Aires y en Europa, actualmente dicta seminarios en el Centro de Estudios Avanzados en Música Contemporánea– dice que ella se realiza en primer término a través de la vivencia instrumental y que lo que le interesó de Trío... “fue en entrecruzamiento de música y teatro. He hecho teatro instrumental durante mucho tiempo, trabajé con Alberto Fischerman en la película La pieza de Franz, y siempre el teatro me vuelve a encontrar por algún recodo. Creo que el músico, el instrumentista, también es una criatura escénica, lo que pasa es que sus duendes son de diferente linaje que los de los actores. El músico no está para representar sino para hacer. Pero en esta obra la instrumentista es un personaje que me toca encarnar al lado de estas dos grandes compañeras de intemperie. Porque decimos que cuando se ingresa al escenario, se está a la intemperie”.

Andrea Jaet estudió en el Conservatorio actuación y pedagogía teatral, también cursó con Audivert, Vivi Tellas, Javier Daulte. Ahora entrena con Rubén Szuchmacher, quien la dirigió en puesta reciente de Las troyanas. Apolo la llamó primero para que grabara Trío..., de un día para el otro, y más tarde para un semimontado en el Goethe: “En la primera lectura, la pieza me pareció muy interesante pero difícil de llevar a escena. Cuando lo del Goethe, ya sabía que quería hacerla, me veía interpretándola en algún teatro. Me gusta el desafío actoral. Con mi papel, ya no puedo ser objetiva: Zoe me emociona. Es un personaje que me va llevando, tiene vida propia, también mis compañeras me llevan. Estamos las tres sosteniéndonos. Me interesó que Zoe no fuera la rebelde sin causa, la típica adoptada conflictiva enojada con la vida”.

Formada con Szuchmacher, Pompeyo Audivert y Ricardo Bartis, María Inés Aldaburu estuvo en año pasado en la Eva Perón, de Copi, en el rol de la madre y últimamente ha andado recitando poesía en unipersonales, también estuvo en la compañía El Tempranillo, haciéndose cargo de Sor Juana, Quevedo, Lope de Vega. Aldaburu entró en julio pasado al elenco que venía trabajando desde 2003: “Amanda es como una intermediaria entre esa madre y esa hija adoptada, reemplaza a Malva. Creo que como todo aquel que deposita todo el amor, todas las ilusiones en el otro, siente gran resentimiento cuando el otro no responde. Como en las parejas simbióticas, siempre está el desdibujado y el que emerge. Pero tampoco se cae en el lugar común de que la que ama es la única que dona: Malva también tuvo el gesto de adoptar a Zoe, toca música con generosa entrega. Amanda, después de haberse repartido entre una y otra, pide ser mirada, ella que únicamente mira a los otros...”

Finalmente Malva lo que hace es consagrarse a su vocación, a su profesión: lo que habría hecho cualquier padre concertista y nadie se lo reprocharía.

M.I.A.: –Exactamente. Pero a las mujeres socialmente no se les perdona del todo: si no atienden full time la casa, los hijos, de algo son culpables. De todos modos, a Malva la queremos las dos. A ella volvemos, Zoe para saber qué va a hacer con su embarazo, y yo, Amanda, porque la amo. Hay algo adorable en esa mujer.

¿Es una novia divina?

M.I.A.: –Maravillosa. No quiero ver más a ningún hombre (grandes risas del dúo de actrices, porque Margarita ya partió al teatro para concentrarse).

¿Cómo reaccionaron las madres de ustedes después de ver una obra que, aunque con un tratamiento original, da pistas sobre la relación entre hijas y progenitoras?

M.I.A.: –Sí, son relaciones complejas, siempre con ruido por más amor que haya. Mi mamá estaba contentísima de que saliera mi foto en La Nación con la crítica. Imaginate, en el San Martín, yo que suelo andar por zonas más alternativas.

A.J.: –Mi mamá vino a ver la obra, me abrazó a la salida y al día siguiente me llamó y me dijo que me admiraba mucho. Me mató. Además me escribió una nota muy linda.

Se advierte que detrás de la fluidez que se produce en escena de textos y música, hay un trabajo y una precisión muy grandes.

A.J.: –Sí, porque la música entra dentro de la estructura de la actuación. Hay un momento en que hay que contar los sonidos para moverse.

M.I.A.: –63, 64, 65, entre Amanda, se queda 1, sale, espera 5...

A.J.: –9, 15, 5, 6, nos miramos, 3, 2, asomarse... A mí me gusta pensar que nosotras somos los recuerdos de Malva mientras está dando un concierto. Nosotras somos los amores de su vida.

Trío... remite a un universo femenino muy específico. Se trata de un acercamiento desprovisto de misoginia.

M.I.A.: –Ninguno de los varones que participó en este proyecto es misógino. Y de Ignacio, director y autor, no hace falta aclarar nada. Por supuesto, no aparece la típica lesbiana dura, de zapato abotinado. Al contrario, hay una delicadeza general, una armonía en los aspectos visuales.

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