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Viernes, 4 de noviembre de 2005
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Fotografia

Esas miradas, esas mujeres

Legado sagrado, la exposici贸n que trajo a Buenos Aires parte del monumental registro de tribus norteamericanas que realiz贸 Edward S. Curtis, permite tambi茅n acercarse a momentos privados: los de esas abor铆genes eternizadas en instantes y cuerpos que nos llegan sin nombres propios, pero con la intensidad de historias sugeridas.

Por Soledad Vallejos
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Las fotos de los muertos, sosten铆an los mohave, no deb铆an ser preservadas, porque atesorarlas era retener una sombra. Y sin embargo, sin la mediaci贸n obsesionada por construir (o tal vez inventar) una memoria que llev贸 a Edward S. Curtis a cambiar su vida por un proyecto de registro de fantasmas (鈥渃azador de sombras鈥 lo hab铆an renombrado los mohave), esa joven de pelo lacio y piel marcada por una pintura ritual (que en ese momento, de extinci贸n f铆sica y cultural m谩s firme que lenta, quiz谩 no fuera tal) no estar铆a all铆, mir谩ndonos con cierta fuerza inquietante. 鈥淪us ojos son los del ciervo del bosque, cuestionando las extra帽as cosas de la civilizaci贸n hacia la que levanta la vista por primera vez鈥, escribi贸 a comienzos del siglo XX su retratista, el mismo que en estos d铆as puede conocerse en Buenos Aires a trav茅s de Legado sagrado, la exposici贸n sobre pueblos ind铆genas norteamericanos desde la que tambi茅n miran y juegan a dejarse mirar otros momentos de otras mujeres.Atravesando el remanso que es el jard铆n del museo Fern谩ndez Blanco, el tiempo queda tan suspendido como dentro de esa sala de luces apenas tenues apenas intensas en la que irrumpen, con el peso de un dramatismo contenido (a fin de cuentas, la intensidad), escenas de una cotidianidad ida: ellos, los hombres apache, hopi, mohave, qahatika, nunnivak, apsaroke, aguardan una presa en medio de la caza, reproducen los pasos de una ceremonia ritual con sigilo, danzan y observan la danza, posan con la dignidad de las prendas que denotan su poder sobre el pueblo, viajan a trav茅s de un desierto que ahora 鈥搈iles de horas de western mediante鈥 conocemos como cinematogr谩fico. Ellas, 驴d贸nde est谩n?

鈥淓llas tienen las miradas m谩s tristes de todos los retratos... fijate, ninguna sonr铆e鈥, susurra alguien que se ha detenido frente a la imagen de la muchacha qahatika. Los cabellos ocultos bajo un mant贸n, el rostro en alto, esa chica fotografiada en pose en alg煤n lugar del sudoeste de Estados Unidos (鈥済oma bicromatada鈥, apunta el cartelito, pero esa precisi贸n ser铆a incapaz de explicar la magia dolorosa de su gesto), la ni帽a sin nombre mira desde una cultura en la que las casas deb铆an tener la puerta mirando hacia el este para no perder la salida del sol. Suponemos, s铆, que fue un invierno del sur de Arizona, apenas pasado el 1900, cuando ella cedi贸 finalmente a la insistencia de Curtis (todas sus fotograf铆as, 茅l lo ha escrito, debieron sortear ese escollo; o quiz谩 se tratara tambi茅n de una estrategia) y pos贸 con un mant贸n. Entre los qahatika, la pol铆tica de sexos dec铆a: ellos vest铆an taparrabos en verano y t煤nica en invierno; ellas, camisa corta de algod贸n hilada por ellas mismas en verano, mant贸n en invierno. Ellas, adem谩s, no participaban de las reuniones rituales (la ceremonia de la lluvia, la danza de la cosecha, la danza de la guerra, la inici谩tica que se帽alaba el abandono de la infancia) m谩s que como observadoras lejanas. Puertas adentro, se dedicaban a sostener las casas.

Ella se dedica a la alfarer铆a. Se llama Nampeyo, y desprecia la presencia de esa c谩mara que imprime su imagen con la exquisita t茅cnica del platino. Tambi茅n es posible que sencillamente conceda el gesto de quien se deja observar, a sabiendas de que su imagen, su supuesta intimidad, sus manos sobre la arcilla y el hombro asomando como al descuido por el vestido, son lo codiciado. Es 1906, cuando Curtis escribe: 鈥淐ada visitante de East Mesa conoce a Nampeyo, la alfarera de Hano, cuyas creaciones superan a las de cualquier rival. Los extra帽os van a su casa, son bienvenidos, pero Nampeyo solamente trabaja y sonr铆e. En la imagen, su piedra con pintura ocupa el lugar central鈥. Nampeyo es una mujer mohave, el pueblo que en su lengua tambi茅n se llamaba Naci贸n Ahamacav (鈥減ueblo de la vera del r铆o鈥 Colorado) y al que algunos etn贸grafos gustaban describir como 鈥渁 veces amistoso, a veces mortal鈥. Entre los mohave, hombres y mujeres se dedicaban indistintamente a la agricultura, pero s贸lo ellos cazaban y pescaban, apunta un saber enciclop茅dico. Pero su forzada integraci贸n econ贸mica a Estados Unidos fue con ellas todo lo dura que no hab铆a sido su tradici贸n: el mercado de trabajo formal demandaba exclusivamente mano de obra masculina; ellos se adaptaron de manera m谩s o menos r谩pida, enrolados en el trabajo rural, el ferrocarril o la miner铆a. Ellas, en cambio, insistieron hasta fabricarse dos resquicios: algunas se emplearon en el servicio dom茅stico, o como lavanderas o como ni帽eras. Otras, como Nampeyo, la chica que prefiere concentrarse en trabajar sus piezas de arcilla y convertir en inc贸gnita su mirada, se dedicaron a elaborar artesan铆as para vender a los primeros turistas y los ocasionales viajeros del tren. Con eso sostuvieron, en un alto porcentaje de casos, a sus familias cuando el trabajo, siempre estacionario, fluctuaba.

Las mujeres hopi conoc铆an cincuenta maneras diferentes de cocinar con ma铆z. Primero deb铆an secarlo sobre los techos de las casas, y luego lo mol铆an (en tres diferentes gradaciones dependientes de tres morteros) hasta obtener harina para los distintos platos. La sociabilidad dec铆a: mujeres y ni帽as iban, en grupos, casa por casa, y en cada visita, en cada casa que pisaban, mol铆an ma铆z. Cuidaban la casa, cocinaban piki (un pan de ma铆z delgado y cocido sobre piedra caliente). 鈥淟as ni帽as 鈥揳punt贸 Curtis鈥 son instruidas tempranamente para hacer su parte del trabajo dom茅stico. Desde infantes, juegan a moler con peque帽os morteros y hacen peque帽os pikis de barro, y a los ocho o diez empiezan a usar morteros normales. Las ni帽as de menos de tres a帽os de edad pueden ser vistas jugando con piedras de moler y realmente aplastar granos de maiz, y un beb茅 de poco m谩s de un a帽o fue visto usando juguetes de piedra y mascullando una canci贸n. A los ocho o diez a帽os las ni帽as empiezan a tener gran parte de responsabilidad en el cuidado de sus hermanos y hermanas menores, y es habitual ver a una peque帽a andando por ah铆 con un beb茅 en una manta sobre la espalda.鈥 Las hopi tambi茅n tej铆an cinturones y mantas como esa mujer que mont贸 su telar a la sombra de un 谩rbol inmenso y que est谩 armando un dise帽o geom茅trico ahora mismo, de espaldas, cuando Curtis echa a andar el complejo mecanismo que fijar谩 su imagen en platino. Entre los hopi, ellas marcaban un paso: cada familia estaba enrolada en un clan, y el lazo, la pertenencia a un clan, s贸lo pod铆a heredarse a trav茅s de la madre (cada integrante de una familia, adem谩s, heredaba las propiedades del clan de su madre). El nacimiento de un ni帽o pon铆a en funcionamiento un complejo andamiaje de familia extendida: dentro de cada grupo, a cada cual se le asignaban responsabilidades particulares en relaci贸n a la madre y el reci茅n nacido; as铆 nunca ni ella ni 茅l estar铆an solos.

Legado sagrado se exhibe en el Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fern谩ndez Blanco, Suipacha 1422 (entre Libertador y Arroyo) de martes a domingos de 14 a 19 y hasta el 30 de diciembre.

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