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Viernes, 30 de diciembre de 2005
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Deportes

Corre, Dolores, corre

Este enero, cuando el calor haga más soportables las nieves eternas del Aconcagua, Avendaño intentará, con sus 37 años, quebrar el record femenino de carrera en alta montaña. Y es que se siente poderosa desde que, en 2005, fue la primera de las mujeres en recorrer 100 kilómetros en las cumbres de Mongolia. Pero correr es apenas una de las pasiones de esta ilustradora que le puso imagen al Harry Potter de los libros en español.

Por Sonia Santoro
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Forrest Gump empieza a correr cuando se le rompe el corazón porque su amor no era correspondido; y yo era tan cerrada y me costaba tanto expresar mis emociones, que correr fue una manera de desahogarme.

37 años, soltera, sin apuro, podría decir una sucinta biografía. Pero de parca la vida de Dolores Avendaño tiene poco. En julio, corrió 100 kilómetros en un día en las montañas de Mongolia y fue la primera mujer en llegar. Y eso que correr no es lo que más le gusta, o por lo menos no es lo único, porque también ama dibujar: es la ilustradora oficial de los libros de Harry Potter para habla hispana. Ella misma parece un personaje de cuento, parecida a como se había soñado desde chica.

Su escritorio está lleno de pinceles, enmarcado por un cuadro de Harry Potter, y rodeado de dibujos de otro trabajo, el primer cuento ilustrado y escrito por ella misma. El eje es una carrera en el desierto del Sahara, como para dejar claro que en algún lado se juntan estas dos vidas aventureras de Avendaño.

De padre cirujano y madre instrumentadora, criada en Recoleta junto a dos hermanos, ahora vive en Palermo. En su caso, el principio fue una casa familiar metida entre los bosques de Villa La Angostura. Ahí su madre guardaba una colección de cuentos para chicos, historias de hadas de la India, de Rusia, mundos exóticos que la fascinaban, casi tanto como ese sur de bosques y lagos. Allí se gestó su sueño de ilustrar cuentos, por eso cuando llegó la posibilidad de dar vida a la historia del niño mago, supo que estaba por cumplir su deseo infantil. Allí también descubrió su pasión por las aventuras extremas, mientras se largaba de un barranco e intentaba superar sus propias marcas. Ya en la escuela soñaba también, como si de ir a la luna se tratara, con correr larga distancia, pero era tan tímida que nunca lo intentó. Por eso, cuando escuchó la frase “corre, Forrest, corre” en la película protagonizada por Tom Hanks, sintió que estaban contando su historia: “El empieza a correr cuando se le rompe el corazón porque ella no le corresponde en el amor; y yo era tan cerrada y me costaba tanto expresar mis emociones, que correr era una manera de desahogarme”.

Todo en su vida parece haber sido resultado de tesón y un convencimiento de que más allá de los obstáculos había una meta que era mucho más tentadora. Antes de decidirse por las carreras, estudió Diseño Gráfico en la Universidad de Buenos Aires y con 21 años viajó a perfeccionarse en ilustración en el Rhode Island School of Design, de Estados Unidos. Al mes de llegar, los profesores le sugirieron que se dedicara a otra cosa. “Yo no me destacaba en la clase y no era desatinado lo que me decían, pero había soñado con eso siempre y me quedé”, dice. Durante esos años, sus compañeros la bautizaron Cave Women (mujer de las cavernas) porque vivía, literalmente, encerrada pintando y dibujando. No conoció Estados Unidos, tomó todas las clases que pudo, y finalmente fue la primera del curso en conseguir trabajo. “Lo que los profesores no veían era mi pasión interna.”

Volvió a la Argentina, se conectó con Emecé, dibujó el libro Sufridor y luego llegó Harry Potter, un trabajo más en 1997 cuando nadie sospechaba que se convertiría en el éxito mundial.

¿Cómo hacer dos cosas tan distintas? La conexión es el azar: este año vendió los dibujos originales de Sufridor y con esa plata viajó a Mongolia, con el único apoyo de Garmont, marca que le provee la ropa.

Las carreras son para ella mucho más que un evento deportivo: “En ésta fue abrirme y confiarme a la vida porque la aerolínea perdió mis valijas, así que tenía la ropa puesta y nada más. Tenía que estar 15 días en un parque nacional donde no podía comprar nada y no dejé que eso arruinara mi experiencia. La gente fue increíble, me prestaron ropa, comida... si uno se abre, sabe confiar, la vida te da. ¿Sabés en qué tenés que confiar? En tu corazón y en tu intuición”, dice la cálida Avendaño. “Yo corro estas carreras porque internamente siento que me gustaría correrlas, no corro cualquiera. Si me discriminan, la falta de medios, una dolencia física, no me importa, todo lo voy a superar, lo veo como un obstáculo.” Y sí, alguna vez sintió el prejuicio de que una mujer que hace deportes extremos es poco femenina o pasó por alguna circunstancia que un hombre seguramente no sufriría, pero no se detuvo ahí.

En el 2004, corrió 160 kilómetros en cinco días, en las alturas del Himalaya. Un año antes se había animado con el desierto de Sahara: durante 7 días recorrió 243 kilómetros. En su pequeño grupo era la única mujer: “Al principio me miraban como diciendo ‘qué hace ésta acá’, pero al tercer día la actitud cambió, hasta tuvieron admiración... al principio me hacía mala sangre pero aprendí que las acciones demuestran lo que querés decir y es más fuerte que cualquier palabra”.

En el Sahara terminaron corriendo con 53 grados. “Había empezado la carrera con mucho miedo pero a la mitad del día alcancé a un coreano ciego con su lazarillo y dije ‘si él lo está intentando, yo tengo que hacerlo’. Como mujer, las carreras me han dado seguridad. Me faltaba autoestima pero esto me la ha ido fortaleciendo porque te das cuenta que podés.”

Aunque el deporte es amateur, Avendaño está convencida de que es más lo que recibe que lo que pone. No la frustran los miedos, los obstáculos, el cansancio. Lo que la frustra es volver a Buenos Aires y encontrar intolerancia “porque cuando viajás y conocés tantas culturas te das cuenta de que todos somos seres humanos y nos emocionan las mismas cosas”.

El próximo sueño es intentar un record femenino de velocidad en el Aconcagua, en enero del 2007.

¿Qué le pasa cuando corre? Es feliz, siente su cuerpo, su respiración, sus piernas. Mira a los otros corredores. Y también piensa en las ilustraciones, graba un paisaje, registra un gesto de algún personaje. Si no, no sería Dolores Avendaño.

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