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Viernes, 6 de enero de 2006
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Callejera(s)

Fin de fiesta

Por Soledad Vallejos
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En la ciudad semivacía de enero, se hace más fácil ver lo que pasa inadvertido el resto del año, o durante esos días de diciembre en los que de repente a todo el mundo le da por la fiebre del balance. (Intoxican, a veces, apabullan y se multiplican esos “¿y el –número en cuestión– fue bueno para vos?”, “¿qué mes te gustó más?”, “espero que el año por venir sea mejor para todos, ¿no?”, y demás demostraciones de buena voluntad que pretenden contribuir al supuesto clima mágico findeañero. Como sea.) Porque hay menos gente, porque hay menos ruido que nos empuja a caminar rapidito para llegar prontamente a destino (no importa cuál, basta que sea uno), porque ya nos hemos librado de la maldición de ser pura felicidad a las doce en punto de una noche cualquiera, una mira para arriba, para los costados, para adelante, y ve cosas que no había notado antes. Ejemplo de estudio: una bonita campaña publicitaria perteneciente a ídem marca de cigarrillos (con acento francés). Distraída, una mira el afiche y lo primero que piensa es: “milagro, no hay una chica de curvas generosas y ropas mezquinas”. Y entonces, cuando casi cree que hay publicitari@s con creatividad, presta atención al texto y encuentra un impecable: “El ‘seguí participando’ es como el ‘no’ de las mujeres: si insistís, podés ganar”. Caramba.

El optimismo desvanecido con la brisa que no corre, una sigue caminando. En las semanas previas, colándose entre el jolgorio de los pasajes a puntos turísticos agotados, el músculo consumista gozando de buena salud (¡la gente llenó los shoppings a toda hora!) y las listas de propósitos para los 365 días por venir, había tenido cierto espacio una noticia que ahora –sorpresa– también se desvaneció. Era en Buenos Aires, era en un hospital psiquiátrico y hasta había despertado alguna ola de indignación. Módica, es cierto, pero la reacción había sido un gesto de espanto, asombro, desprecio por lo que se decía: que a las pacientes de un hospital psiquiátrico las usaban como involuntarias conejillos de Indias para probar medicamentos, que se abusaba sexualmente de ellas, que había habido denuncias pero nunca nadie investigó ni comprobó nada, que todo se esfuma más temprano que tarde. La locura de las últimas semanas del año, sin embargo, echaron rápido del paisaje de noticias a esos cuerpos, esas mujeres, esas personas sustraídas a un afuera que –todavía hoy– prefiere no asomarse demasiado a un terreno, el de la locura, que despierta demasiados fantasmas difíciles de conjurar. Claro, da miedo.

Piensa una, mientras sigue caminando. Hace unos años, una persona que quiero y conozco bien pasó un par de meses internada en un hospital similar al Moyano. En una de las visitas, esa persona me dijo que se decía que por las noches los guardias del lugar solían tener sexo con una de las internas cronificadas (una de esas que entran, salen, vuelven a entrar); que lo sabía todo el mundo; que esa mujer pasaba los días medicada pero las noches despierta en comercios de la carne que le deparaban piezas preciadas puertas adentro por quienes no recibían visitas: unos cigarrillos, alguna golosina, y también el uso de una balanza. En el hospital, agregó, todo el mundo lo sabía. ¿Alguien hacía algo? “Es una pobre loca, nadie le va a creer, se aprovechan.” La historia, que es difícil de olvidar aunque pase el tiempo, se despierta hoy, cuando en el aire flota la liviandad de las vacaciones presentes y las ganas de las que vendrán. Y entonces escribe una amiga. Cuenta ella, que mientras lo del Moyano pasaba a segundo, tercer, cuarto plano, en otro psiquiátrico era violada otra interna. Que fue durante una fiesta de fin de año de los trabajadores del lugar, que allí es un secreto a voces; que unos días después sucedió lo mismo con otra paciente, pero que de ella, de su dolor, de lo que le pasó en la institución donde supuestamente es cuidada, nadie habla. “O mejor dicho sí –agrega–, dicen que ella es loca y provocaba a los hombres.” Termina, mi amiga, preguntando (a mí, a ella, a alguien) si se puede hacer algo por “esas mujeres que están tan desprotegidas”. Recién empezamos el año.

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