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Viernes, 6 de enero de 2006
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Diario de una ex guerrillera

Teoria (y práctica) del caos

A la mexicana Raquel Gutiérrez, la participación en la guerrilla boliviana le valió ser detenida (junto, entre otros, al flamante vicepresidente de Bolivia) y pasar una temporada en la cárcel. Allí, en su primera experiencia de “una comunidad de mujeres”, comenzó su autobiografía, que ahora publicará en México con un colectivo feminista integrado por ex presas políticas.

Por Verónica Gago. Desde México DF.
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La militancia es algo que no tenemos resuelto, ensayamos: hay temporadas que andamos como hormigas en todos lados, nos presentamos públicamente, hacemos cosas, después nos hartamos, después se nos enferma la hija, se nos muere la hermana, ya nos quedamos,
no hacemos tanta cosa... Y así vamos.

El postulado intuitivo que sostengo es la necesidad de desordenar.” Con esta afirmación política, metodológica, existencial, la mexicana Raquel Gutiérrez empieza a desgranar su experiencia en la guerrilla boliviana durante los años ‘80 y principios de los ‘90. Lo hace en una autobiografía escrita desde la cárcel de mujeres de La Paz, en 1995, tras varios años de encierro. Esa autobiografía está a punto de ser publicada en México, siendo parte de un proyecto de edición de testimonios y experiencias de ex presas políticas mexicanas –aunque no ex militantes–, hoy reunidas en el colectivo feminista Libertad.

Procesada por alzamiento armado y una decena más de cargos, Raquel fue detenida en abril de 1992 junto a otros y otras integrantes del Ejército Guerrillero Tupac Katari (EGTK), entre ellos Felipe Quispe (líder actual del Movimiento Indígena Pachacutik-MIP) y Alvaro García Linera (flamante vicepresidente electo de Bolivia). Había llegado a Bolivia pasados los veinte años, luego de haber tenido en México una militancia con los salvadoreños del FMLN en el exilio.

“Comenzando a escribir me di cuenta de que esta convocatoria y este reto lo estaba haciendo en primer lugar a mí misma; en mucho estimulada por mis hermanas feministas y por aquellas con quienes tanto he compartido y aprendido en prisión. Fue entonces cuando la forma de escribir cambió de ensayo a narración y terminó siendo una mezcla de ambas”, comenta Raquel. Ese vaivén en la escritura estructura el texto, que pasa con soltura del relato de la cotidianidad en la cárcel –una experiencia, como insiste Raquel, fundante: “la primera vez que viví en una comunidad de mujeres”– a la reflexión teórica de los pliegues del poder carcelario y las formas concretas en que el Estado se hace presente.

Raquel escribe para volver a recorrer una pregunta que marcó su vida desde siempre y que no abandona: ¿qué hacer? Como una corriente de energía que eriza la piel de cada página, la historia que narra es la secuencia de los acontecimientos que permiten entender la dinámica profunda de la Bolivia actual: de las revueltas de los últimos años al reciente triunfo electoral del primer presidente indio.

–Cuando llegué a Bolivia, a fines del ‘84, lo que sentíamos era que todo estaba por hacerse. Ese era el reto, la dificultad y la belleza. Una vez más: ¿qué hacer?, ¿cómo organizarse?, ¿cómo impulsar la revolución?

Eran tiempos en que la estrechez de la apertura democrática de 1982, lograda por la movilización popular, daba lugar a la iniciativa a los sectores empresariales y a una derecha que se renovaba. El trabajo militante, entonces, se concentraba en las minas y las fábricas. “Nuestra militancia era como ir abriendo una brecha, buscando vínculos con los obreros, los comunarios, la lucha de masas, pero no de modo tradicional, presentándonos como una totalidad a la cual se invita a la gente a sumarse, sino sólo como parte de una posibilidad revolucionaria en marcha.”

El año 1985 es un punto de inflexión en Bolivia. Es el momento de inicio de un temprano neoliberalismo que desarma y desarticula a los grandes contingentes de trabajadores y de mineros que se ven expulsados de sus lugares de trabajo y, al mismo tiempo, despojados de sus saberes de lucha y de sus identidades políticas pacientemente construidas. “Las huelgas y movilizaciones se hicieron cada vez menos frecuentes, al ánimo de protesta frente a lo que era el paulatino desmantelamiento de todas las conquistas previas le sucedía la temerosa cautela de conservar el trabajo, de no ser ‘relocalizado’. Cada nuevo golpe podía ser respondido sólo con mayor timidez, se fragmentaban las unificaciones construidas en el anterior período de auge de las luchas de masas, todos comenzaban a mirarse entre sí con desconfianza porque esencialmente cada uno desconfiaba de sí mismo, sabía que en el momento decisivo, de decidirse arriesgar y luchar, muy probablemente cundiría el temor y prevalecería la inercia más conservadora. Nuestra organización no se salvó de esto. No sólo se redujeron los militantes sino que se debilitaron la fuerza y la influencia de los que quedaban.”

POR UNA, POR TODAS

A partir de 1987 empieza otra etapa, en la que el trabajo político se vuelca sobre todo al campo y al acompañamiento de las insurgencias de las comunidades aymaras y qhiswas, con capacidad de responder a la ofensiva del Estado neoliberal. “En aquellos años, con el tejido social urbano-proletario golpeado de mil maneras y con nuestras actividades centradas en el campo, creímos y apostamos a contribuir a desencadenar un nuevo afloramiento, una nueva explicitación a flor de piel, de estos momentos tumultuosos y violentos de confrontación social, de rebelión y alzamiento de comunidades en marcha para formar una gran comunidad en rebelión”, comenta Raquel. La insubordinación social tomaba nuevas formas y daba lugar a cada vez más agresivas confrontaciones sociales: la masacre de Villa Tunari en el Chapare, los comunarios muertos a bala en Omasuyos, las batallas callejeras, con apedreamiento y destrucción de comisarías que mineros, campesinos, maestros y pobladores comenzaban a postular como forma de lucha.

La evaluación de aquel momento, según Raquel, también incluye una autocrítica al privilegio de la acción armada que decidieron como organización: “Considero que la apuesta íntima colectiva a expandir y profundizar las acciones de insubordinación social, alentando la disidencia frente al Estado se nos confundió, en los hechos, sólo con el acto de confrontación contra el Estado colonial q’ara (blanco), su materialidad y sus símbolos. Esto fue lo que privilegiamos. Y más aún: abandonando todo un esforzado trabajo de difusión y entrelazamiento dirigido a sostener la reivindicación práctica de la autodeterminación indígena-comunal, redujimos la lucha por ella a formas militar-armadas”.

Desde la cárcel, la experiencia y la reflexión instaló un nuevo punto de partida: En el verano del ‘93, Raquel y Sylvia, su compañera de celda, empezaron una huelga de hambre por mejores condiciones, que intentó ser violentamente reprimida. Entonces se armaron piquetes de solidaridad del resto de las presas para defenderlas y el combate siguió por más de dos días, en medio de amenazas de castigos generalizados y celdas de aislamiento. La furia de cientos de mujeres en camisones, organizadas para la autodefensa, terminó el conflicto cuando se intentó invadir el penal de noche con fuerzas policiales de refuerzo. Recuerda Raquel: “Esa experiencia de autoafirmación extrema y de defensa intransigente de una decisión soberana sin duda me ha marcado. En ese entonces restableció mi confianza plena en la humanidad en marcha, en parte adormecida por la conmoción de la detención, la tortura y la dureza del primer año de prisión. Pero después se ha convertido en una referencia obligada de mi reflexión sobre la práctica: fueron tantas acciones condensadas, tanta solidaridad, tanto valor, tantos generosos riesgos corridos una vez asumida la decisión de que no toleraríamos represión alguna, tantas iniciativas diversas intrincándose, tejiéndose espontánea y libremente para dar como resultado un objeto común..., que no podía dejar de pensar que así justamente así, festiva, riesgosa y libremente impulsada tenía que ser la revolución, desordenada y por momentos confusa, pero desenvolviéndose sobre una unidad común, unidad sellada y fundada simplemente en el deseo íntimo y colectivo de hacer las cosas, de no retroceder, de sostenernos cada una y a todas, en la defensa intransigente de la dignidad amenazada”.

ENSAYOS CRÓNICOS

“Hay en toda esta reflexión una vertiente de lucha, una experiencia asumida y a veces reprimida que considero importante exponer: mi ser mujer en relación con la práctica revolucionaria”, sintetiza Raquel en uno de los capítulos de su autobiografía consagrado a la elaboración de una perspectiva feminista, que luego se explayará en otro de sus libros: Desandar el laberinto. Introspección en la feminidad contemporánea. “En términos políticos, algo que he aprendido ya en prisión de una entrañable relación con feministas libertarias militantes es que, además de apuntalar las organizaciones específicas de mujeres, donde nos encontremos y podamos discutir, donde hablemos sin temor y logremos fuerza para subvertir la opresión y el presente impuesto, tenemos que construir autonomía... Muchas veces nos produce miedo. Miedo porque de entrada, al asumirnos ya no como segundo sexo, como alteridad, como identidad cercada y sometida, sino sencillamente como seres humanos mujeres que compartimos la ‘humanidad’ de nuestro ser con los varones, pero que al mismo tiempo somos nosotras mismas y no ‘otros ellos’; al hacer esto muchas veces creemos que nos separamos irremediablemente de nuestros compañeros, que nos escindimos de lo que por siglos ha sido la forma ‘normal’ de vida. Forma ‘normal’ patriarcal y opresiva en la que jamás hemos sido vistas, ni nosotras mismas nos hemos asumido, como aliadas sino como vasallas.” Raquel salió de la cárcel el 25 de abril de 1997, gracias a una huelga de hambre que forzó su situación judicial. En el 2001 regresó a México, donde vive actualmente y trabaja junto a un grupo de mujeres ex presas políticas. “Nuestra militancia actual se basa sobre todo en ir haciendo ensayos. Las otras militancias, por las que todas nosotras hemos pasado, eran muy absorbentes y te exigían sacrificar demasiadas cosas. Y de alguna manera prácticamente todas nosotras hemos sido mujeres que en un momento de nuestras vidas dijimos ‘punto, se clausura la vida personal, en mi caso se clausura la nacionalidad, se clausuran muchas cosas’. Ya también has experimentado el perderlo todo varias veces. Me pregunto si hoy estaría dispuesta y me contesto que no. No es que no quieras, pero ahí lo piensas, lo maduras y haces las cosas y te involucras en las cosas que les ves más efecto, ya no vas a todo. La cuestión aquí es que no sabemos bien cómo ser eficaces. Esto es algo que no tenemos resuelto, ensayamos. Ensayamos por momentos con más ganas: hay temporadas que andamos como hormigas en todos lados, nos presentamos públicamente, hacemos cosas, después nos hartamos, después se nos enferma la hija, se nos muere la hermana, ya nos quedamos, no hacemos tanta cosa... Y así vamos.”

LA BOLIVIA QUE VIENE

Raquel, matemática de formación, está trabajando actualmente sobre la comparación de los procesos de insurgencias sociales en México y Bolivia. Tras el triunfo de la fórmula presidencial del MAS Evo Morales-Alvaro García Linera, analiza que “nos estamos acercando a un momento de bifurcación para la ola de energía social que se abrió en el 2000. O bien los movimientos sociales, ‘la gente sencilla y trabajadora’ –como dicen en Cochabamba–, organizada de múltiples maneras, continúa presente en el escenario público definiendo los pasos que hay que dar, hasta conseguir la reapropiación de los hidrocarburos para ponerlos bajo control social y se consigue levantar una Asamblea Constituyente más allá de la representación delegada de la soberanía social; o bien esa energía se incorpora por cauces estatales, se normaliza e institucionaliza abriéndose un nuevo período de calma y ‘gobernabilidad’. El apabullante triunfo electoral de la izquierda, sin embargo, quizás esté bosquejando una nueva posibilidad: la de que las fuerzas sociales que expresan unas profundas ansias de transformar las relaciones entre las personas alcancen también las propias instituciones del Estado, y que a partir de ello se logre colectivamente entablar un nuevo tipo de relaciones con las cosas, con los recursos naturales, con la tierra y los demás bienes sociales. En Bolivia, según creo, la situación sigue estando abierta y por eso, una vez más, se presenta como reto desnudando la tensión entre autonomía y gobierno. Quizás esas comunidades en movimiento tengan nuevas cosas que enseñarnos”.

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