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Viernes, 24 de marzo de 2006
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EDUCACION

Fragmentos de una historia oficial

Revisar los libros de texto de la escuela primaria es un modo de asomarse al tipo de respuestas que recibirán niños y niñas cuando pregunten qué pasó hace treinta años, de qué se trata este nuevo feriado, cómo sabemos que no volverá a suceder. Sin embargo, la brevedad de estos textos, la cantidad de información, parecen confundir más que aclarar.

Por Liliana Viola
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Tiene 11 años. Con una atención que hasta el momento sólo le provocan las catástrofes naturales y los juegos electrónicos, Rafael acaba de escuchar el testimonio de una chica y de su abuela. Las dos mujeres se congelan en un abrazo mientras caen los créditos del informe especial. Hace muy pocos años, contó la chica, descubrió que su propio nombre no coincide con el que su madre le puso el día en que nació, que ese día no coincide con su cumpleaños, que su ADN tampoco coincide con el de los padres que ha estado queriendo. Es otra hija de desaparecidos, explicó el informe. Hija y nieta. Dos palabras que dichas así de sueltas adquieren una connotación particularmente nacional, desenmascaran un sello de identidad que sólo los argentinos reconocemos. El final, sin embargo, se parece bastante a un final feliz. Claro que llega luego de que el informe relatara a qué método de torturas fue sometida la mamá cuando todavía la chica estaba en la panza, con qué método se apropiaron de la bebé, con qué método eliminaron a la madre después del parto. Una cadena de métodos para que nada coincida. Rafael, ahora que caen los títulos, se acerca hasta la oreja de su madre y pregunta conteniendo la respiración: “¿Si mañana viene la dictadura otra vez, nos van a dar tiempo para escapar? ¿Y si no alcanzamos a escuchar el comunicado? ¿Cómo nos vamos a dar cuenta de que ya empezó?”. Y, con el mismo pánico que el público de Orson Welles en la década del 30 escuchó aquellas primeras palabras de La guerra de los mundos, está esperando una respuesta. El nene de 11 años que acaba de empezar 6º grado siente por primera vez la impotencia de un ciudadano ante el desembarco de la ira de los planetas o el terrorismo de Estado. Pero esta vez no se trata de un programa de radio genial; lo que acaba de ver en la televisión, a nadie le caben dudas, es completamente cierto. La parte más tremenda pertenece al pasado, pero los hilos que se siguen tejiendo llegan hasta el presente. Está entre nosotros. Ni siquiera esta historia puede equipararse con un documental sobre los crímenes de lesa humanidad del nazismo, aquéllos sucedieron en Europa y lo que acaba de ver ocurrió en la Argentina. En el país donde vive con familiares y amigos que conocen algo de esta historia porque hace apenas 30 años todos ellos estaban aquí. Los adultos tendrán que estar a la altura de su pregunta.

Los chicos quieren saber

Los niños merecen explicaciones. No simplemente porque son el futuro y porque es de esperar que no cometan los mismos errores que sus padres, sino porque viven en un mundo donde afortunadamente la información circula y está al alcance de todos. No sólo para construir ciudadanos incapaces de admitir el somnífero del “nosotros no sabíamos”, sino porque es necesario elaborar un marco para todas estas realidades que integran la vida cotidiana y que han convertido a “la patria” en algo muy diferente de lo que era antes de los vuelos de la muerte. El pánico de este niño de once años, así como la indiferencia que puedan sentir otros chicos ante los mismos datos de la realidad, merecen ser acompañados. La escuela, en este punto, tiene una responsabilidad: los padres, las madres, educadores, los manuales, los intelectuales, la sociedad tiene la obligación de articular el relato de nuestro pasado reciente. Por supuesto que no podrá pedirse que se resuelva para el público infantil lo que todavía no se articula en el mundo de los adultos. (De hecho, los manuales escolares se las arreglan para eludir las referencias a los movimientos revolucionarios de los ’70 o la persecución que llevó a cabo la Triple A, entre otros temas nada menores.) Pero sí que pueda formularse una mirada a la luz de estos treinta años que dé cuenta de qué es lo que el país ha estado haciendo en estos últimos 30 años para que “la dictadura no pueda volver mañana”. Una información que permita responder y asumir que las dictaduras, por más horrorosas que resulten para la vida de la gente, no vienen de Marte. Que a su vez, la injusticia y el hambre son situaciones que no cesan y que también ocurren en democracia, sin que esto le sume ni un solo punto de apoyo al autoritarismo.

El canal ya se ha abierto. Los programas escolares hace poco tiempo comenzaron a hacerse cargo. En general, en las escuelas hasta hace unos años se enseñaba la historia argentina hasta 1930. Luego de la reforma de contenidos, el siglo XX y la actualidad están presentes en los programas y, por lo tanto, también en los manuales. La escuela argentina siempre estuvo marcada por el mito de la neutralidad, ese supuesto de “hay cosas que no tienen que entrar en la escuela, hay cosas de las que no hay que hablar”. Por eso, sigue siendo un problema qué van a hacer los docentes de carne y hueso con esos programas. Hay muchísimos que están motivados a abrir la polémica y hay otros que todavía no se atreven o no se sienten capacitados para dar la palabra. Si bien se ha producido un material de apoyo como Educación y Terrorismo de Estado. Propuestas para trabajar en el aula, Los puentes de la Memoria (ambos publicados por la Secretaría de Derechos Humanos) y El golpe explicado para los chicos (de Graciela Montes), entre otros, son muy pocos los recursos con que cuentan chicos y maestros para trabajar. Los manuales muchas veces terminan siendo el único puente entre los saberes y las dudas.

Los manuales y la dictadura

Basta una lectura rápida –los libros de texto dedican muy pocas líneas a todos los temas– para concluir que los manuales escolares de hoy se construyen sobre el consenso de que no puede haber ninguna fuerza, ni estatal, ni militar, ni dictatorial, ni mesiánica que pueda decidir sobre la vida de los otros y que sea admitida por el resto de las personas como algo que hay que aguantar. Que la democracia es la forma de gobierno que elegimos para vivir, y que la dictadura (que algunos ubican entre 1976-1983 y otros entre 1976-1982) responsable de haber asesinado a miles de personas es el peor eslabón de una cadena de inestabilidad democrática.Una primera lectura del índice de los manuales de 6º grado encuentra al golpe de 1976 entre los contenidos. Mucho más difícil es encontrarse en estos mismos libros con un relato que no abuse de conceptos técnicos que llegan a la contradicción, que no se confíe en las enumeraciones de mandatarios para explicar el camino que fue recorriendo el poder. Que se haga entender. Que no repita fórmulas o juegos de palabras (como el título “Golpe a golpe”, que propone Santillana) que sólo pueden admitir los grandes y que no se quede atrás de lo que los mismos chicos están mirando por televisión. La brevedad que impone un plan de Ciencias Sociales que parte desde las poblaciones aborígenes del territorio y llega hasta hoy, mientras de paso pretende dar elementos de educación cívica y ética, traiciona la posibilidad de entendimiento y también los nobles propósitos. No hace falta transcribir acá el texto que en 20 renglones liquida los hechos transcurridos entre el 24 de marzo de 1976 y el actual gobierno de Kirchner, para imaginar la cantidad de liviandades en las que se escurre el sentido. En algunos casos la confianza en la imagen –el collage de Santillana donde aparece el gauchito del Mundial ’78, por ejemplo– no termina de producir el efecto deseado: poco puede transmitir una imagen desconocida por los chicos, sin un discurso más articulado que lo que permite cualquier epígrafe. Todas las propuestas editoriales consultadas –AZ, Santillana, Puerto de Palos y Aique– privilegian como punto de partida el concepto de democracia: el terreno de las garantías, la libertad, la voz del pueblo, la representación, donde los derechos se respetan. Santillana es la que más esfuerzos, recursos y pluralismo dedica en presentar la vida en democracia, aunque luego remate en unas pobres líneas las razones de la caída de la dictadura, los hechos principales del gobierno de Alfonsín, el trabajo de las organizaciones de derechos humanos. En todos los textos, la dictadura, el golpe de Estado, aparece como la ruptura de este orden ideal. Cada uno, a su vez, se hace eco de diversas posturas. En la versión de AZ, las democracias aún no están consolidadas, mientras que Santillana propone festejar por lo contrario. Según esta misma editora, el accionar represivo estuvo diseñado bajo la égida del Plan de Seguridad Nacional, mientras que para AZ contaba con el apoyo de Estados Unidos. Aique no tiene capítulo dedicado a la historia contemporánea pero le otorga un lugar especial al 24 de marzo como efeméride, al golpe y sus consecuencias. En una especie de capítulo cero, explica cuál es el objeto de las ciencias sociales, ubica al lector como ciudadano de un país y de un mundo mientras expone la importancia de discutir sobre hechos que atentan contra la justicia y la vida de las personas. Habrá que esperar al último capítulo para encontrarse con fotos de las Madres de Plaza de Mayo y de HIJOS, aunque sin mayores explicaciones sobre por qué y en qué circunstancias fueron creados.

La necesidad de acotar el número de páginas hace que aparezcan palabras clave definidas con tal falsa asepsia que no hacen otra cosa que dejar a los lectores fuera de juego. En una doble página donde AZ presenta la historia desde 1930 hasta la actualidad, aparece el siguiente texto con el título “Desaparecidos”: “Una de las consignas manifestadas en la proclama del golpe militar, el día 24 de marzo, era ‘enfrentar a la subversión’. Bajo el nombre de subversión se englobaba a todos aquellos individuos que deseaban un cambio social efectivo o que tuvieran otras ideas políticas. Para aniquilar a este ‘enemigo’ se instauró un terrorismo de Estado que se propuso y realizó la persecución, tortura y asesinato de miles de personas, que fueron consideradas como desaparecidos, porque sus cuerpos nunca fueron encontrados”. La prisa por liquidar en tres renglones la acción de la dictadura lleva a los autores de Santillana a decir: “En ese contexto las fuerzas de seguridad secuestraron ilegalmente a miles de personas”. En semejante marco signado por la velocidad, es muy difícil encontrar un espacio dedicado a los familiares de desaparecidos y a su trabajo de búsqueda de la verdad. Además, hay una tendencia a revalorizar el trabajo de las Abuelas y simplificar la existencia de las Madres a través de alguna fotografía. AZ dedica un apartado a las Abuelas (a quienes, de hecho, incluye en el índice) mientras, a pie de página, propone como única referencia una actividad: buscar material sobre las Madres y “explicar cuáles son las razones de su división actual en dos grupos”. Aún quedan cuestiones que ajustar. No es posible dar vuelta la página y mandar a los chicos a leer estos textos como si fueran la verdad revelada, ni echar en estos objetos toda la desidia. Probablemente estos textos significan un avance respecto de las propuestas de años anteriores, pero aún así no alcanzan para responder a las preguntas de un chico de 11 años.

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