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Viernes, 26 de julio de 2002
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Nadie estuvo allí antes que ellas

Hizo lo que nadie había hecho: articuló el poder estatal,la reivindicación de las clases marginadas y el protagonismo femenino. Su potencia desbordó los límites del país, pero aquí fue la primera de muchas otras mujeres que después, en las circunstancias más adversas, no dudaron en tomar la palabra y en actuar.

Por Nora Domínguez

La figura de Eva Perón se forja en el centro del poder político del primer peronismo. Allí toma la palabra y constituye un hecho fundacional: la articulación entre poder estatal, reivindicación de las clases marginadas y protagonismo femenino. Los efectos de este protagonismo se prolongan en el tiempo y desbordan los límites de la nación. Ya sea como personaje histórico, mito, representación literaria o fílmica, en cada ocasión su presencia logra condensar sentidos problemáticos y diversos sobre la cultura y la historia del país. En períodos más recientes, otros sujetos femeninos también aglutinaron significaciones políticas y culturales fundamentales comprometiendo igualmente cuerpos, palabras y acciones. El grupo de Madres de Plaza de Mayo alcanzó, como Eva, un reconocimiento internacional en términos de inspiración de acciones políticas y modalidades de lucha. La “toma de la palabra” que ellas realizaron asumiendo su condición de madres y enfrentándose al poder estatal que había secuestrado, torturado y hecho desaparecer a sus hijos se configura como un acontecimiento inédito de demanda ética y política.
Eva Perón hace su entrada en el universo de la política como esposa de Juan Domingo Perón y declara de manera reiterada que le debe su vida, el salto cualitativo de su destino personal y, sobre todo, el despertar de su conciencia. Eva se asume como esposa e hija del líder y, por uno de esos avatares de la historia, los que serán sus hijos simbólicos –los descamisados– irrumpen simultáneamente con ella en el espacio público. Eva nace como discípula de Perón y casi al mismo tiempo es ascendida a madre de los descamisados. “La verdad es que, sin ningún esfuerzo artificial, sin que me cueste íntimamente nada, tal como si hubiese nacido para todo esto, me siento responsable de los humildes como si fuese la madre de todos”, dice en su aubiografía, La razón de mi vida.
El proyecto político del peronismo necesitaba encontrar una vía espiritual de unidad y consenso social, por eso la promoción de Eva como madre y Jefa Espiritual de los argentinos era fundamental para lograrlo. Desde el mismo centro del poder se ponen, entonces, en marcha los mecanismos apropiados para articular una maternidad espiritual y simbólica funcional a ese proyecto. Una de sus estrategias consiste en hacer de Eva la mediadora entre el líder y las masas, también en ensalzar el carácter misional y sacrificial de su entrega y, por último, el de dejar ver alrededor de ella un espacio de amor tan inmenso que pudiera cobijar a todos los desposeídos. Así esta maternidad encarnada en un rostro, un cuerpo y una voz, es decir en una mujer particular sin hijos propios, adquiere una fuerza y una eficacia sin precedentes. Los destinatarios fundamentales de los discursos y de su libro son los descamisados, las mujeres y los niños. A ellas Eva les pide que imiten su sacrificio; a los otros, se entrega. Sin embargo, desde la oposición, otra figura de madre todopoderosa y despótica, simultáneamente perversa, peligrosa y temida que generaba una cantidad de relatos y mitos populares, confrontaba con la primera. Entrega, servicio, cuidado, abnegación, sacrificio, lealtad, atributos que constituyen la quintaesencia de la maternidad, se modulan en sus versiones más tradicionales y conservadoras a través del cuerpo y el discurso de Eva; pero unidos al fervor de la lucha política adquieren otro significado. El pasaje permite que esta madre, aunque única y singular, no se entregue a un solo hijo sino que pluralice su lugar logrando al mismo tiempo hiperbolizarse a sí misma. Tanto la historia de Eva Perón como la de las Madres de Plaza de Mayo condensan relatos de poder femenino, de una potencia para la afirmación de las protagonistas que se revelan como otras absolutamente diferentes de lo que ellas mismas y los espacios de referencia y pertenencia familiares donde actuaban podían haber imaginado. En el caso de las Madres su identidad de madres de un hijo singular con nombre, apellido y rostro, rápidamente se socializa cuando el carácter único del hijo desaparecido se amplifica y se convierte en consigna: “todos los desaparecidos son mis hijos”.
El marco de la lucha de estas mujeres es radicalmente diferente de aquél en el que actuó Eva, las colocaciones de una y otras en relación con el Estado, con el gobierno y con la política, sin duda, también. El proyecto personal de Eva no se diferenció del programa peronista, actuó como parte de él. Las Madres, en cambio, practicaron la resistencia contra la ilegitimidad de la dictadura. En ambos contextos, sin embargo, lo que sobresale son unas mujeres que, haciéndose cargo de una maternidad simbólica o revolucionaria toman la palabra, y producen un escándalo simbólico que politiza su función de madres e influye en el imaginario materno y político de las generaciones que siguen. Entre uno y otro momento, se tiende una generación de hijos e hijas que tomó a Eva como baluarte revolucionario y cuya derrota dio pie a la emergencia de las Madres.
Las acciones y prácticas que se pusieron en juego en estas coyunturas, y a través de estas mujeres, impactaron fundamentalmente sobre los derechos de ciudadanía (en los años cincuenta con la Ley de Voto femenino) y en las políticas de demanda de justicia y de derechos humanos (durante los años de la dictadura y posteriores). Impactan también en las formas de pensar e imaginar las relaciones posibles entre mujeres y estado. Lo que importa es que estas madres, alejadas de cualquier pacifismo vacuo, aparecen, en cambio, enraizadas en la acción, el discurso y la política, un engranaje que se arma en respuesta a las crisis estatales y frente a los cuales las mujeres demuestran saber responder con la prisa que requiere la urgencia. En este sentido y, parafraseando a la filósofa Hannah Arendt, tal vez pueda decirse que “nadie estuvo allí antes que ellas”.

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