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Viernes, 14 de julio de 2006
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Resistencias

Activista todo terreno

Mary Paz Callejas pone el cuerpo y la sonrisa en la frontera de El Salvador con Honduras y pregunta a los hombres que pasan si usaron protección en las últimas relaciones sexuales casuales. Antes había hecho lo mismo por calles y night clubs, pero con camioneros, trabajadoras sexuales y gays habitués de cines triple X. Todo es parte de una campaña de prevención “cara a cara” que, también, se ocupa de luchar contra la discriminación institucional hacia las portadoras.

Por María Mansilla
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Qué señora atrevida... ¿Por qué me dice esto? ¿Cree que soy puto?” Con estas palabras de bienvenida, Mary Paz Callejas se pone a charlar con cada uno de los camioneros que le bajan la ventanilla en la zona fronteriza de El Salvador –su país–, con Honduras, cruce por el que también circulan transportistas de Guatemala y Nicaragua. Los caballeros del asfalto reaccionan cuando ella les pregunta cuántas “paraditas” hacen en el trayecto, y si en esas paraditas (con la chica que vende mangos, con la que atiende el comedor y con la que vende cigarros, por ejemplo) usaron alguna protección. Cuando la señora atrevida llega a la explicación de qué son el VIH y las infecciones de transmisión sexual y cómo se coloca un condón, ya está rodeada. Campañas “cara a cara” que les dicen, hablando ante todo de placer.

La sonrisa de Mary Paz transmite confianza y desdramatiza la charla. Habla apurada, como quien corre una carrera contra el tiempo. Es referente del Capítulo El Salvador de la ICW (Comunidad Internacional de Mujeres que viven con VIH/sida, www.icwlatina.org), y trabaja en el área de educación de algo así como una empresa de condones encubierta: la marca es Vive y el auspiciante es Pasmo (Pan American Social Marketing Organization), ONG que diseña acciones concretas en la lucha contra el VIH/sida. “El año pasado fue uno de los años más felices para los compañeros de venta: llegaron al 95 por ciento de las ventas previstas. Y no se hace ninguna otra campaña publicitaria, sólo trabajos cara a cara”, cuenta Callejas.

Su última cruzada: participar de una campaña que consistió en visitar camioneros, trabajadoras sexuales, de night clubs y de calles, y HSH –como les llama a los hombres que tienen sexo con hombres– habitués de cines triple X. Sólo en un mes (abril de este año), 600 de las personas visitadas se animaron a hacerse el test.

–¿Qué conclusiones arrojaron los resultados?

–Hubo unas 25 personas infectadas con VIH. El índice es bajo, pero, ¿qué quiere decir? Que si les hago la prueba a 500 amas de casa y a 100 hombres heterosexuales, el 50 por ciento me sale positivo. Porque el ama de casa siempre dice: “A mí no me puede dar el VIH porque soy fiel y confío en mi marido”. Pero, ¿qué hace nuestro marido cuando no está con nosotras? En El Salvador tenemos 15.700 infecciones de personas viviendo con VIH, de las cuales el 47 por ciento son hombres y el 43, mujeres. De esas mujeres, 3,7 por ciento son trabajadoras sexuales. El resto somos amas de casa. Muchas tienen su marido, pero también tenemos grupos grandes de madres solteras. Ellas están interesadas en participar en cierto activismo, pero también tienen miedo de hacerse públicas. Tratamos de explicarles cómo incidir en sus tratamientos, cómo prestarle atención a su cuerpo, a su CD4 y carga viral, cuándo tienen que pedir sus medicamentos y qué tienen que hacer si se los niegan, porque tienen que pelear.

–Y en tu país, ¿por qué tienen que pelear?

–A pesar de que el gobierno dice que hay acceso universal, no es cierto. Somos más de 8 mil personas las que necesitamos la medicación, pero sólo 2600 tienen acceso. El resto, ¿qué hace? Ahorita, varias personas la están comprando. Otras la piden al extranjero, y otras procuran cuidarse lo más posible para recuperar sus defensas sin tomar medicación, pero ésa no es una solución. Otro gran problema es el laboral: a muchas personas las puertas se les cierran al saber que son VIH positivo. Los que tenemos empleo somos contados, y la mayoría trabajamos en organizaciones de VIH, y con un sueldo mínimo.

–En este contexto, ¿cómo están las mujeres positivo?

–La principal batalla es la discriminación en algunos centros de ginecología, donde las hacían comprar los espéculos. También tenemos problemas con algunas cirugías: ponen trabas cuando saben que tú eres VIHpositivo. Lo más grave es que están esterilizando a las mujeres cuando van a dar a luz, sin notificárselo a algunas.

–Vos sos invitada, también, a dar talleres de sensibilización dirigidos a profesionales de salud. ¿Qué pasa cuando surgen estos temas?

–Yo le he dicho a una médica: “¿A usted le gustaría que en esa situación le hicieran lo mismo?”. ¡Y respondió que sí! Me dicen que soy una buscapleitos, pero yo no soy una buscapleitos: defiendo los derechos de las mujeres. Por otro lado, muchos que tienen acceso a la medicación no la toman porque lo primero que los médicos hacen es leerte los efectos colaterales. Yo les digo: “Por favor, primero dígannos los beneficios”. La gente acepta más comprometerse con el tratamiento cuando se le habla de los beneficios. Una vez, cuando me cambiaron un medicamento, me dijeron que era alucinógeno, que iba a tener pesadillas y sueños eróticos. Yo les dije: “No creo en eso”. Pero como siempre te queda esa espinita que te ponen, cuando tomé la pastilla y me fui a dormir pensé: “Dios, si me vas a dar una pesadilla, regálame una cosa: quiero soñar con mi muerte”. Soñé que estaba en el hospital en el que yo ando cuidando a mis compañeros y compañeras, salgo hasta la puerta y mi cuerpo cae. Digo: “¿Por qué? ¡Todavía no!”. Pero, a la vez, comienzo a sentir tranquilidad. Me veo de pie. Ese sueño me lo mostró dos noches seguidas. Luego, nunca más he tenido una pesadilla.

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