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Viernes, 20 de octubre de 2006
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Música

Músicas de Iberoamérica

En aras de demostrar corrección política, todo evento más o menos oficial quiere contar con su sector dedicado
a las mujeres. Fue el caso, hace unos días, de Fémina Iberoamérica (sí, en singular), el encuentro de músicas
latinoamericanas pensado para prologar la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado a realizarse en
noviembre. Las12 viajó, escuchó y anotó para contarlo.

Por Liliana Boero
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BIELLA DACOSTA

Desde Montevideo

Antes, hace no tantos siglos, se acudía a la palabra “aquelarre” para definir toda reunión de mujeres probablemente talentosas o al menos con iniciativa; ahora, está visto, el vocabulario se amplió bastante. Además, todo evento de carácter político cultural que se precie de actual y de políticamente correcto, tarde o temprano tiene que reunir a algunas mujeres. En este panorama, los organizadores de la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno que se realizará en Montevideo a principios de noviembre convocaron para el fin de semana pasado, una de las fechas previas, a ocho cantantes de Iberoamérica. El título, obviamente, no fue aquelarre pero tampoco se destacó por su originalidad. “Féminas” reunió en dos funciones a Mafalda Arnauth (Portugal), Biella Dacosta (Venezuela), Haydée Milanés (Cuba), Ana Prada (Uruguay), Hilda Lizarazu (Argentina), Andrea Echeverri (Colombia), Ely Guerra (México) y Martina Gadea (Uruguay).

Tierra de feminas

No importa que el hecho de ser mujeres haya sido la única razón visible para reunir en un escenario estilos y trayectorias tan diversas. El público va llegando puntual a la Sala Zitarrosa que está en la Avenida 18 de Julio; un teatro elegante y mediano –540 butacas que se llenarán todas–. La mayoría viene con ganas de ver a la artista local Ana Prada, la chica rubia de rulos que creció en el interior a orillas del río, que ha sido “la surfista” de La Paloma, que estudió psicología, integró el cuarteto La Otra y, por estos días, a los 35 años, se lanzó como solista con Soy sola. También ha generado expectativa la presencia de Haydée Milanés, la hija del cantante cubano que en esta visita a Uruguay presenta su primer disco, Haydée. “Pobrecita. ¿Se parecerá mucho al padre?”, se preguntan con sorna las señoras arregladas que esta noche salieron sin sus maridos y son mayoría en la platea. Para enterarse de que Haydée Milanés es una chica de 26 años muchísimo más bonita que su padre tendrán que esperar, ya que la cubana va a cantar última. Para reconocer en su voz, casi un instrumento aunque todavía tímida y entrecortada, el mismo modo de decir que caracteriza a Milanés padre, tendrán que cerrar los ojos. Tampoco es Ana Prada la primera en salir a escena. Se apagan las luces y empieza a sonar una guitarra portuguesa; enseguida el ensamble de cuerdas típico de los fados. Mafalda Arnauth es tal vez una de las más personales y a la vez modernas cantantes de este género portugués, lenguaje del dolor y la nostalgia, que le han puesto letra y música a la tristeza. Mafalda también presenta disco nuevo –se llama Diario– e igual que Prada es autora de casi todas sus canciones. Un molde tradicional para hablar de historias personales, de sus propios amores. Da cord da noite, O nó que nos ata, son dos canciones que no necesitaron traducción.

La venezolana Biella DaCosta, con una potente voz y con canciones que adulaban la potencia masculina, la posesión y la jerarquía del hombre ante una mujer sufriente desconcertó un tanto al público que desde el título mismo de la convocatoria tenía más ganas de un entre nos femenino al estilo aquelarre que de un canto al macho alfa. ¿Habrá sido una apuesta a la diversidad? Ana Prada, con un estilo tan folk como cool, con su pollerita de jean y sus zapatillas de plateado galáctico, le cantó a la calma de su río y al orgullo de ser de tierra adentro y con eso se ganó el único bis que se pidió a los gritos esa noche.

Feminas de fuego

El domingo a la noche el público ya no era el mismo. Las señoras solas del sábado en libertad dejaron paso a sobrinos e hijos, chicos y chicas, casi todos fanáticos de Aterciopelados. La colombiana Andrea Echeverri fue la encargada de cerrar este concierto con un repertorio que recorrió su disco solista, ése en el que se dedicó a revisar los avatares de la maternidad que, como suele suceder, obliga a barajar y dar de nuevo, a pensar que el amor es algo distinto de los boleros.

Si las mujeres que cantaron la fecha anterior le hablaban a su tierra en el lenguaje más próximo al folklore y con una clara actitud de vocalistas, las de esta noche acusaron su herencia rockera y se mostraron audaces y hábiles en su dominio del público, el escenario y los tiempos necesarios para conseguir que todos aplaudan, griten un poco y quieran que la cosa nunca se termine. Con una voz de nena recitando una queja ininteligible, Martina Gadea habla de sus amigas de la escuela, de lo que sufre. Por algo su grupo se llama Juega. Aunque no pudo hacer que su voz resaltara ante el tumulto de sus propios músicos, dejó demostrado que la actitud en el escenario y una engañosa ingenuidad son atributos que dan crédito.

La ironía, la madurez y el aire tanguero llegó con la argentina Hilda Lizarazu, que cantó, entre otras, su tema Palermo Hollywood, donde se burla de la vidriera al aire libre, de los cardúmenes de turistas y de la pasión por el diseño que caracteriza a los nuevos visitantes del barrio que la tiene como una de sus vecinas, algo que era fácil ver en la remera que lucía, homenajeando a Frida Kahlo, la pollera roja y el sacón negro que la recortaban del resto de las féminas, saludablemente, por el cuidado que tuvo a la hora de vestirse.

Estaba por salir a escena Ely Guerra cuando entraron los plomos y empezaron a desenchufar todos los equipos. Ely Guerra entró. Ante el desconcierto general, la mexicana no trajo más acompañamiento que su guitarra. Empezó a tocar y a cantar, a levantar la voz, a enojarse, llorar, arrepentirse, volverse sensual, gata y luego bruja malvada según sus propias letras se lo iban dictando. Fue la primera vez que el público, que parecía no conocerla demasiado y por lo tanto, no esperar mucho de ella, enloqueció. Esta chica de provincias que a los 15 años decidió dejar su casa y buscar aventuras, demostró su capacidad para pasar del registro de la típica mujer debilitada por el amor imposible, hasta la viril e implacable que empuña una guitarra y no necesita nada más.

Fémina Iberoamérica, así, en singular, aunque mujeres haya muchas y diversas, fue uno de los dos eventos previos a la Cumbre de presidentes de Iberoamérica que se reunirá los primeros días de noviembre. Entonces también habrá música, pero como ya se habrá cumplido con la corrección política de incluir mujeres en la programación, los recitales andarán por los carriles tradicionales y masculinos del rock y el folk. En este caso, la intención contó, pero la sola presencia de Ely Guerra sin más artificios que su arte y su guitarra sirvió para dejar al descubierto cuánta testosterona sobra todavía en el imaginario musical que cuando las chicas se deciden a subirse a los escenarios llaman la atención, pero no lo suficiente como para sacarlas del ghetto.

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