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Viernes, 24 de noviembre de 2006
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Violencia de genero > testimonios

Cuatro voces dicen basta

Desde su experiencia personal, desde los personajes que les tocaron interpretar, desde su compromiso ético, dos actores y dos actrices hablan sobre la violencia de género que se ejerce en la intimidad de una pareja pero que tiene razones y efectos tan públicos que nadie puede quedar al margen.

Por Moira Soto
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La foto de María Kusmuk pertenece a la muestra “Si te portás mal, te morís” –desde el 6 de diciembre en Gurruchaga 1358–, que reflexiona sobre el modo en que disciplinan a las niñas los cuentos infantiles.

Horacio Peña Actor

Respecto de la violencia de género, creo que hay una cuestión cultural, casi atávica. No en vano los hombres hemos sido quienes hemos ejercido el poder religioso, político y social en la historia. Aunque allá lejos y hace tiempo, parece que todo era más tranqui en la época de las diosas madre y las sociedades agrícolas. Ciertamente, creo que es urgente tratar de erradicar esta aberración que es la violencia de género. Me parece que todavía los varones no hemos comprendido que somos parte de un todo, que hombre y mujeres nos necesitamos.

La violencia es una forma bastarda de ejercer el poder y lleva a cosas terribles, innominables. Más aún cuando es ejercida sobre seres por naturaleza físicamente más débiles. Quizá lleve generaciones corregir esta lacra, pero no hay que dejar de intentarlo, por ejemplo, tratando de enmendar actitudes tan lamentables como decirle a una mujer golpeada “algo habrás hecho”, sin comprender qué circunstancias la llevaron a soportar durante mucho tiempo un estado de violencia en su casa. Hay algo muy perverso en esto de comentar: “Bueno, nena, vos te la buscaste también”. Cosa deplorable que también sucede con las violaciones, otra forma terrible de violencia mayormente ejercida contra la mujer. En estos aspectos, me parece que todavía no hemos bajado de los árboles. Dicho esto considerando que los animales que viven en los árboles no se matan, en todo caso pelean por las hembras por una cuestión de supervivencia. Creo que hace falta una decisión política firme y coherente para encarar el problema de la violencia de género, de que apenas conocemos la puntita de iceberg. Me imagino que muchas mujeres no hablan por vergüenza, por falta de respaldo. Porque también la sociedad las condena: mirá lo que pasó con Romina Tejerina ¿cómo puede ser que el violado sea el que haga la denuncia? Es tipo que la forzó, que le reventó la vida, la manda en cana mientras él está en casa y ella se come años de prisión.

La violencia de género también implica: “Bueno, ustedes tenga hijos, cocinen”. Aunque un hombre no le pegue a una mujer, esa ideología es parte de la violencia: nunca nos vemos como pares, no advertimos que valemos lo mismo como personas. Creo que básicamente la misoginia es miedo al misterio que encierra la mujer, porque no somos capaces de vernos a nosotros como varones y decirnos: muchachos, somos tan misteriosos como las mujeres, somos igualmente insondables. No puede ser que lo único que digamos de las mujeres sea “qué buen culo, qué buenas tetas”. Si yo me quedo solo con eso me estoy achicando yo también. No, yo quiero mujeres inteligentes, seres humanos con los que pueda charlar, intercambiar, crear, coordinar juntos. En la pieza que estoy haciendo, Quartett, me fue necesario apelar a mi parte femenina, algo tan negado por mis congéneres. Aprendí que si no sacaba mi parte femenina me estaba perdiendo algo de la vida, de la capacidad de sentir, de poder llorar sin ningún pudor. Yo, por suerte, me crié entre mujeres. No diré que la conozco a fondo, pero la estimo de verdad, y a mis hijos los formé en este pensamiento: no es mujer y/o hombre: somos seres humanos de distinto sexo y absolutamente de igual valor como personas.

Virginia Lago Actriz

No es que yo no estuviera al tanto del problema de la violencia hacia la mujer, pero el personaje de Elena que interpreto en la novela Montecristo, me llevó a profundizar más en distintos aspectos. Elena trae una historia de la niñez, como tanta otra gente: ella tuvo un padre severo, fascista, golpeador. Después se casó con un hombre que reprodujo esas conductas violentas, cosa que ella soporta pese a ser una mujer educada, que en su fuero interno sabe que eso es inaceptable. Pero se ha dejado estar, sus hijas han sido testigos, se han manejado con el ocultamiento por vergüenza, por temor. Creo que Elena fue dominada durante un tiempo por el miedo, por la falta de recursos apropiados para enfrentar semejante situación, y aun después de su despertar, de su toma de conciencia, todo el proceso de denuncia, separación se le hace cuesta arriba. Ella es producto de un sistema machista, que todavía perdura lamentablemente. Porque aunque los tiempos han cambiado, yo sigo viendo en la calle distintas formas de sojuzgamiento de las mujeres, que le piden permiso al hombre, le rinden pleitesía, él tiene siempre la última palabra.

Interpretar a Elena me llevó a interiorizarme sobre el tema, sus alcances. Empecé a leer las noticias de violencia de género con otros ojos, a buscar materiales, tan motivada me sentía. Creo que básicamente, teniendo su raíz en el machismo, esta problemática pasa por el miedo que tenemos arraigado las mujeres, es una cuestión cultural. Hemos sido golpeadas de distintas maneras a través de los siglos y como todavía no se alcanzó la igualdad, sigue asombrando que una mujer se destaque en las ciencias, la política, como si no hubiésemos dado suficiente examen. Es obvio que la lucha por la paridad debe continuar, pero en el caso de los golpeadores creo que entramos en el terreno de la enfermedad. Una enfermedad que se desarrolla a puertas cerradas, con una víctima aterrorizada, y un victimario que puertas afuera se comporta como la persona más civilizada.

Daniel Fanego Actor

En el caso de la violencia hacia la mujer, me parece que hay algo histórico enraizado en las distintas sociedades: esta supremacía masculina en la toma de decisiones que trae como consecuencia el intento de inferiorización de las mujeres. Yo tenía un director que decía: los varones somos trogloditas, las mujeres son un poco más evolucionadas, más perfectas... Personalmente, pienso que las mujeres son más complejas en su fisiología, tienen una oquedad que el hombre no tiene, una hormonalidad, una funcionalidad propias y exclusivas. Una emocionalidad distinta del hombre. Y ésta es mi conclusión de café: creo que esta diversidad ha generado mucho miedo en el varón, sobre todo en aquellos interesados en tener el poder en la comunidad. Para mí está claro: ¿cómo no temerle a un ser que es superior, a un ser al que le suceden cosas hasta no hace tanto inexplicables, como la regla?, ¿cómo no temerle a un ser que intuye cosas que luego suceden? Podría ponerte otros muchos ejemplos que me llevan a creer que el hombre siempre ha temido la otredad. Y en la historia humana, lo otro siempre había que doblegarlo, siempre fue y sigue siendo discriminable.

Extrañamente, venimos de una mujer. En el plano racional resulta incomprensible que un tipo que ha sido parido por una mina, luego tenga a su mujer, su compañera y le pegue, la golpee regularmente como una necesidad personal de él. Eso es tremendo para ella, que es lastimada en más de un sentido, y también para él. Porque ¿qué le pasa a este tipo, qué tipo de anomia no anima? Bueno, si paramos la carreta y nos damos vuelta y miramos la sociedad que hemos construido, no me parece tan raro. Porque estamos hablando de una sociedad construida sobre el miedo a lo otro, la otredad es sancionada y segregada. La otredad de lo femenino en casa, tan cerca de mí, la otredad que me ofrece otra versión del mundo, de los hechos, al no poder entenderla, provoca esta reacción masculina de troglodita. Yo creo que el hombre que le pega a una mujer es un ser inferior. Elimina un código, la palabra y usa la violencia. La clase social, la formación no tienen nada que ver: la gente que estaba en la ESMA era muy educada.

Es cierto que hay un montón de minas que salen a preguntar, a cuestionar y a hacer de la palabra un acto de lucha, pero también hay sectores de la sociedad en donde aparece un elemento femenino que también es machista y se pone de otro lado, como Cecilia Pando. ¿Cómo no va a haber violencia de género en un país donde todavía se discute si Astiz tiene que estar preso en una dependencia penitenciaria o en los astilleros de Río Santiago? ¿O dónde desapareció Julio López hace dos meses y aún no hay una sola pista? Mirá lo que acaba de pasar con Romina Tejerina: el violador absolutamente exonerado. Y hay que ver la forma en que se tratan ciertos temas en TV: si uno quisiera aplicar seriamente la ley antidiscriminación, mucha gente podría quedarse sin laburo en los medios. Creo que particularmente en nuestro país tenemos una larguísima tradición en humillar, en torturar al prójimo.

No soy un experto en el tema violencia de género, pero me interesa y me preocupa mucho. Cuando yo era chico, no era raro que un marido le diera un sopapo, un empujón a su mujer. Sé que la violencia de género tiene características específicas que yo por ser hombre, por restos de machismo, no he profundizado. Pero creo que comprendo la situación de una mujer atrapada en esa situación: en el único sitio donde debería estar segura, a salvo y feliz, es donde más peligro corre. De pronto, ese tipo con el que hace el amor, se da vuelta y la recontracaga a trompadas. Y después le pide perdón y le dice que la quiere, entonces vuelve lo familiar. Hasta que le pega de nuevo y vuelve lo extraño. Sé que no es nada fácil salir de ese círculo vicioso porque la violencia física aparece de a poco, acompañada de un menosprecio creciente. Generalmente, empieza con un “pero callate, tarada, qué hablás vos, quedate en el molde”. Se destruye lo que se teme, lo que se dice amar, cebándose con el más débil. Una verdadera monstruosidad.

Mirta Busnelli Actriz

A lo largo de la historia de la humanidad, en diferentes culturas, razas, épocas, la idea de la superioridad del hombre es casi un lugar común. Se podrá discutir qué aportó el judaísmo, qué aportó el catolicismo... Es un tema complejo que me excede, pero lo que me parece inadmisible es que se crea que una persona vale más que otra: en el caso de los hombres respecto de las mujeres, imponiendo su mayor fuerza física. Un ser humano no es mensurable con respecto a otro, sea cual fuere su fuerza muscular, su color de piel, su altura, su religión. No se trata de una mercancía, de un objeto. Esta idea de la superioridad masculina ha sido alimentada a través de mucho tiempo, y recién en el siglo XX empezó a ser sistemáticamente cuestionada. Pero falta mucho por recorrer hasta que se instale el concepto de igualdad. Por otra parte, me parece que en la violencia de género, aparte de la intención evidente de inferiorizar y someter, está la idea de propiedad. Es muy bueno para nosotras las mujeres tener como referente a las Madres de Plaza de Mayo, su fuerza moral y su coraje que las llevó a hacer cosas que los tipos, con toda su fuerza muscular, no se animaron. Creo que su epopeya contribuyó a salvarnos a todos.

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