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Viernes, 23 de agosto de 2002
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Teatro

Ella no baila sola

Vita Escardó
comenzó hace mucho tiempo su carrera de actriz, pero recién
hace algunos años se decidió a tomar las riendas de su carrera:
ahora escribió una obra que forma parte de “Teatro por la Identidad”,
y sigue puliéndose como actriz y dramaturga.

Por Moira Soto
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Teatro por la Identidad’ va buscando su propia identidad expresiva. El año pasado, su fuerza estuvo en la gran cantidad de obras centradas sobre todo en la apropiación ilegal de chicos, los desaparecidos; en la enorme afluencia de público: fue una explosión. Este año, Abuelas, muy inteligentemente, amplió el concepto de identidad en otras direcciones que también promueven preguntas, cuestionamientos”, dice Vita Escardó, actriz, directora, dramaturga, integrante de la Comisión Directiva de este ciclo anual que cierra el próximo 21 de octubre. Escardó ofreció en el 2001, junto a Victoria Egea, Las letras de mi nombre. Y este año se destapó solita –los lunes a las 20.30, en el Teatro del Pueblo– con una pieza de notable calidad, Cecilio: Pura Verónica, apropiadamente puesta en escena por Enrique Dacal y con sobresalientes desempeños de Marcelo Minnino, Victoria Egea y la propia Escardó, que se recomienda ver los lunes a las 20.30 en el Teatro del Pueblo, con entrada gratuita. “‘Teatro por la Identidad’ no es una productora que hace un negocio”, aclara, por si hacía falta, esta mujer orquesta (además es docente, ha hecho radio, prepara un libro de cuentos y otro sobre parir en casa). “Es un grupo de artistas asociados para defender la causa de las Abuelas de Plaza de Mayo. No hay ningún premio en dólares, se trabaja gratis, es una participación solidaria que además debe tener calidad artística. Estamos viendo hacia dónde vamos: ya hay ‘Teatro por la Identidad’ en varias provincias.”


Un lugar en el mundo del arte
–¿El corte de tu trabajo en el cine que va desde La noche de los lápices hasta Un muro de silencio se produce a tu pesar?
–Absolutamente. He ido a infinidad de castings para películas, y no enganché. Sí en cambio obtuve bastantes cosas en TV, un trabajo muy arduo, divertido, esclavizante. Estuve en tiras diarias, que son matadoras, y en bastantes programas unitarios, que son más relajados, con más ensayos, mejor terminación. También es cierto que más recientemente se empezaron a hacer cierto tipo de producciones, como “Vulnerables” y otras, cuando yo ya estaba un poco cansada del circuito televisivo.
–¿Ya de por sí el oficio de actriz, es incierto, sujeto a eventualidades como lo que te ocurrió en el cine?
–Sí, porque en realidad no es una carrera sino un camino, marcado por una serie de decisiones, a veces imperceptibles, que vas tomando. Pero sí, la inseguridad es básica en esta profesión. Aunque en alguna oportunidad me amenacé con dejar este oficio, siempre supe que se trataba de una vocación muy profunda. Lo que sí puedo hacer es sumar la escritura, otra vocación también muy temprana.
–¿Te parece que todas las mujeres, si se lo propusieran, podrían ser actrices? Te lo planteo –aunque, claro, no es tu caso– ante la gran cantidad de chicas que llegan casualmente a la televisión, al cine, y seconvierten en buenas intérpretes. En otras palabras, ¿la actuación tiene algo de femenino?
–Creo que en este tema se juntan algunas cosas que nos predisponen favorablemente: de alguna manera estamos acostumbradas desde hace mucho a fingir, lo cual tiene su lado negativo, pero también ha resultado una eficaz estrategia de supervivencia. Es decir, hemos desarrollado una habilidad para representar, que exige creatividad. Por razones culturales, si querés, las mujeres jugamos muchísimos roles en la vida; tenemos en general una gran empatía para ponernos en el lugar del otro y disponemos de una atención alerta, abierta, algo que en el escenario es básico: saber y recordar la letra que vas a decir, pararte en el lugar donde te da la luz, prestar atención a lo que te está diciendo el compañero o la compañera, tener un sentido general de la escena, manejar tu emotividad, percibir la respuesta del público; todo es bastante semejante en cuanto a diversificación que practicamos en la cotidianidad (controlar si tenés la comida necesaria, ver quién a buscar al nene cuando sale del jardín, estar lista para una salida romántica, mantenerte al día en tu laburo, escuchar el drama de una amiga, y así por el estilo...). Entonces, sin duda, esta forma de moverse nos da una flexibilidad que lleva a que la actuación nos resulte más natural. Pero vale señalar que en el aprendizaje formal se te ofrecen herramientas de autoconocimiento y de conocimiento muy poderosas. Algo parecido ocurre con el canto.
–En la televisión estuviste en uno de los últimos Migré y en “Cebollitas”. ¿En la variedad está el gusto siempre?
–Bueno, Migré es un autor muy estricto con sus textos, no quiere que le cambies ni una letra de lo que escribió, pero tiene un manejo del melodrama, del folletín, como nadie. Es un clásico de los nuestros. Después de “Una voz en el teléfono” hice un capítulo de “Nueve lunas” muy lindo, y trabajé bastante en “Chiquititas”. También estuve con Tato Bores y en todos los capítulos de “Vínculos” porque era la secretaria del juzgado. Cosas muy dispares he hecho en TV, yo creo que es un medio magnífico que no se aprovecha, salvo excepcionalmente. A mí me pasó que me empezó a costar mucho trabajar en productos que estaban totalmente en contra de lo que yo creo, no lo podía soportar. Eso me alejó bastante del medio televisivo. Pero no podía, en conciencia, prestar mi voz, mi cuerpo, mi imagen, a cosas que representaban ideas contrarias a las mías. Hay convicciones profundas que hacen a lo que una es y que para mí es vital no traicionar desde el arte, aunque eso implique no estar en determinados lugares.
–Desde luego, esto que decís no quita que en una novela clásica puedas hacer el papel de villana.
–No, claro, en todo caso hay que ver a qué historia está incorporado ese personaje. Pero el de mala es un rol que cumple una función dramática, que podés defender aunque finalmente resulte desenmascarado y vencido por los buenos y ahorcado en una celda, como me pasaba en “Manuela”. Eso es muy diferente de contribuir a promover una ideología que repudiás. Después de La noche de los lápices, me convocaron para hacer la publicidad de los liberales en la que debía aparecer la cara de la Patria con un gorro frigio y un ojo en compota. Yo era muy joven, pero supe que no podía. Le dije al pibe que me llamó: “La verdad es que no me da el estómago. No puedo darle la misma cara que le di a una desaparecida a una publicidad de la UCD”. Lo que no quita que tenga mis zonas incoherentes y de búsquedas estrambóticas. Pero sé que he logrado estar en los lugares que realmente me importan, donde me siento feliz. Porque también hubo toda una época en la que no había encontrado esos sitios propios, no me animaba a empezar mi propio proyecto, no sabía cómo hacerlo. Todavía dependía de que me llamaran para hacer un personaje.
–¿Y cómo te vino el ánimo?
–Tuve un hijo a mi manera, cumplidos los 30, en el living de mi casa. Fue un momento de mucha autodeterminación, convencida de que se trataba de un acto natural, que yo quería realizar en mi casa, con mi marido que me acompañó y, por supuesto, un médico y una obstetra. Como me pareció lo más difícil que podía hacer en la vida, me dije: “Las otras cosas no pueden ser más complicadas”. Así fue que creamos con Victoria Egea el grupo La Loca: ella estuvo exiliada con su mamá, su papá estuvo preso... Tenemos entonces una historia común que nos unió mucho en lo afectivo. Victoria también es actriz, se formó en Suecia y aquí. Empezamos a pensar en las cosas que nos gustaría hacer. Yo le dije que me encantaría cantar, ella me dijo que por un tiempo quería dejar de lado el drama para reírse un poco. Comenzamos a trabajar y nació una obra con tangos, Tardes culturales con Gina y Beba, que venimos haciendo, en forma discontinua, desde hace tres años. Como la Legislatura nos declaró de interés cultural, vamos a hacer nuevas funciones. Gina y Beba son dos mujeres grandes que han enviudado y ahora pueden empezar a hacer lo que de verdad les gusta, que es un programa radial de tango. Ellas se expresan con lugares comunes, no son profesionales, pero se atreven a hacer lo que las entusiasma sin preguntarse si no es demasiado tarde.
–¿Ahí aparece La Loca?
–Sí, empieza a ser el marco que necesitábamos, el espacio propio con el que nos identificábamos artísticamente, en el plano de las ideas... El nombre tiene varias implicaciones para nosotras: por las tantas veces que a las mujeres nos han llamado y nos llaman locas, desde las locas de Plaza de Mayo hasta “las actrices son todas locas”. Y, en general, referido a todas las mujeres que son impredecibles, dispersas, cíclicas... Nosotras reivindicamos esas locuras. Nuestra forma de trabajo es muy femenina, partiendo de la asociación libre, de un manejo del tiempo que no pasa estrictamente por lo económico. Tenemos nuestro propio orden, que suele verse como caótico desde afuera, desde una mirada convencional, pero que para nosotras es plenamente operativo. Vamos incorporando a la gente que se acerca y quiere participar. Los roles son intercambiables: Cecilio... la escribí yo y Victoria actúa, hemos hecho cosas sobre textos de ella, ahora estoy dirigiendo un infantil en el que no actúo, sobre El traje nuevo del emperador, de Andersen. La interpretan Victoria y Sol Zunin, que además están preparando un vestuario y una escenografía de gran belleza. En el tarot, la carta del Loco –para nosotras, la Loca– es el arquetipo del peregrino que recorre lugares, intercambia experiencias: en el estilo del juglar, el cómico de la legua. Esa es un poco nuestra actitud de trabajo.
–Alguien dijo alguna vez: “Cuando pierden las ilusiones, las personas se vuelven reaccionarias”. ¿Ustedes apuestan a la utopía?
–Sin duda, pero en el camino generamos productos concretos, nos ponemos objetivos, si bien hay proyectos que necesitan su tiempo para aparecer. Pero frente a un compromiso, a una fecha de estreno, la actitud soñadora se vuelve práctica. También nos gusta esto de que las obras, una vez que las das a luz, dejan de pertenecerte, son de un colectivo de trabajo, tienen su vida independiente, pueden ser resignificadas por otros.
–Hay un lugar común de la crítica que sostiene que la obra no debe tener mensaje, que el arte no modifica el mundo. ¿Estás de acuerdo?
–Para nada: creo que hay obras, hablo del arte en general, que pueden modificar una parte –mayor o menor, según el caso– de la cabeza, el corazón, el cuerpo del espectador, del lector... Creo que esos procesos no son inmediatos, pero los disparadores de ciertas transformaciones han sido, son en muchos casos, obras de arte. A mí, personalmente, el arte me ha modificado, muchos libros me han cambiado la vida. Ahora, si el concepto que mencionás apunta a evitar al artista con el dedito de bajar línea levantado, estoy de acuerdo.
–¿Cómo y cuándo se produce la gestación y posterior escritura de Cecilio: Pura Verónica?
–La escribí durante el verano pasado, no sé cuándo se habrá empezado a gestar en mi cabeza. La primera imagen que tuve fue la de “La Cumparsita”. Escuché la versión de Gardel que está en la obra y me pareció que se podía bailar como flamenco, que estudié durante mucho tiempo. A partir de esa imagen me pregunté qué pasaría si cada personaje bailase distintos ritmos. Se fueron sumando imágenes sueltas: la de la inundación, una catástrofe periódica que siempre me inquietó muchísimo, esas zonas del país que se inundan periódicamente, ver a la gente tratando de salvar sus cosas y luego regresando para recuperar su lugar. El otro eje, ya más temático, es el exilio: como Victoria pasó el suyo en Suecia, el personaje de Verónica está tomado de su autobiografía. Ella escribió algunas cosas que yo reescribí para hacer mi dramaturgia. También me llamó siempre la atención el tema de la variada inmigración que tuvimos entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, inmigración de la que todos, por una o varias ramas, provenimos. Esta sensación de estar de prestado en un lugar o instalarse, tener que tomar esa decisión.
–Más allá de “La Cumparsita” y de otros ritmos, ¿pensaste la pieza como una forma musical? Porque los tres personajes, antes de establecer diálogo, ejecutan una suerte de canon a tres voces.
–Sí, en términos generales la cosa musical estaba en mis planes, pero la intercalación de los textos de los personajes es un hallazgo del director Enrique Dacal, porque originariamente eran tres monólogos que después se entrecruzaban. La creación de Enrique, que también es alguien muy musical, fue hacer este canon.
–Se advierte en tu pieza una relación sensual con el lenguaje, un juego con lo poético, con los sonidos y los contenidos.
–Siento mucho placer con el lenguaje, con las palabras que me parece que contienen la energía de las ideas de una manera especial. Que tienen un significado y un sonido, son una forma musical muy bella y precisa. Hay sinónimos que se supone que quieren decir lo mismo, pero al aplicarlos no da igual. En el caso de la abuela Pura, por otro lado, sólo conocía las canciones de la Guerra Civil y la Resistencia, así que me puse a escuchar un poco. Y me pasó algo hermoso el otro día: un señor después de ver la obra me dijo: “Yo tenía esa abuela”. Y me morí, porque es un personaje que me inventé de la nada.
–¿Cómo es interpretar tu propia obra?
–Bárbaro. Es una disociación extrañísima. En los ensayos, por ahí decía: “Qué loco, ¿por qué está escrito esto así? Qué complicado”. También hay un punto de fusión, en este caso, muy placentero. No sé que pasaría con otro texto mío, pero la verdad es que a Pura me la escribí para mí. Y es bellísimo escuchar a otros actores que dicen el texto, es como un nacimiento, como si el texto empezara a existir realmente.

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