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Viernes, 23 de agosto de 2002
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Espectáculos

Exorcismo al horror

Las chicas del Grupo
Teatro Libre
, que desde hace años lleva adelante la “Trilogía
del horror” (compuesta por “Memoria”, “Cinco puertas”
y “Cautiverio”) refuerzan con entrenamiento físico y emocional
el desgaste que supone la cercanía, cada noche, de esas obras que abordan
la temática de la última dictadura.

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Por Sonia Santoro

Son poco más de las diez de la noche. Las cuatro mujeres se sientan en torno del escritorio. Ofrecen algo para tomar, una cerveza que demoran en la mesa. No lucen cansadas a pesar del despliegue de energía con que acaban de azotar al público hasta dejarlo hundido en las tablas del Teatro La otra orilla. Ahí, semana tras semana, ponen en escena la llamada “Trilogía del horror”, compuesta por Memoria (1992), Cinco puertas (1995) y Cautiverio (2001), obras que abordan la última dictadura militar desde ángulos distintos aunque movilizadoras por igual.
Ellas no están cansadas. Hace años que sus cuerpos, fuertes, entrenan bajo una rigurosa técnica que los tornea, mientras transforma el espíritu. Forman parte del Grupo Teatro Libre (GTL), teatro-escuela experimental -basado en la imagen y en la energía corporal de los actores–, que dirige Omar Pacheco desde 1982.
¿Cómo se sostiene un grupo durante veinte años? O mejor, ¿cómo encarar un trabajo con plazos tan largos en una sociedad poco dispuesta a salir de las soluciones “llame ya”? Es el misterio que tratará de dilucidar la cronista a lo largo del encuentro.
En principio, vale aclarar que para las mujeres del GTL el comienzo fue realmente un punto de partida, un quiebre, una apertura y también un cierre de otras cosas.
–Yo empecé el 26 de abril de 1996.
Carolina Ghigliazza, 27 años, responde al instante con tal exactitud que pareciera estar hablando de su propio nacimiento.
–La primera vez que nos vimos fue en el bar Las violetas–
No es la letra de un bolero. Griselda Galarza, nacida hace 31 años en Neuquén, dejó su ciudad movida por la necesidad de sumarse al grupo.
Completan el grupo María Morales Miy, salteña, de una voz gruesa que intimida. Y Laura Arburúa, riguroso rapado, una de las pocas porteñas del GTL (Carolina es de Rodríguez, esa parada casi obligatoria camino a Luján).
–¿Por qué en el grupo hay tanta gente del interior?
–Creo que tiene que ver con que (Omar) trabaja mucho con lo primario, con lo que está vinculado a la naturaleza –dice Griselda–. Ese es el impacto más fuerte. Vos ves un espectáculo, pero detrás de eso hay un trabajo muy profundo no sobre el actor sino sobre el hombre. Uno no puede producir un teatro distinto si no es un hombre o una mujer diferente. Esos talleres son muy fuertes, tienen un nivel de despojo impresionante y definen prácticamente si te vas a quedar o no.
En el GTL se comparten valores y sacrificios. Dice Griselda: “Una de las cosas que nos une como grupo es creer todavía que todo es posible y saber que uno para construir esa posibilidad tiene que romper hábitos, tiene que romper su conducta social, tiene que aprender a relacionarse de otra manera, tiene que saber ver al otro, escucharlo, respetarlo”. “Y todo esto que a uno lo va comprometiendo internamente con el funcionamiento del grupo inevitablemente lo trasladás a tu vida. Entonces, probablemente te pelees con tu pareja, cambies algunos amigos, se va haciendo una especie de quiebre en tu vida privada”, agrega María.
Y precisamente eso, dicen, es lo que hace que puedan tener cierta permanencia. Porque no adhieren a la estética o a la forma solamente, detrás de esa forma hay mucho que tiene que ver con el contenido. Y en el caso de la trilogía no es cualquier contenido. En sus tres obras el grupo pretende agotar la temática del genocidio. Memoria habla de la intimidad de un represor, de cómo es su vida en la cotidianidad de los vínculos familiares. Cinco puertas tiene un discurso más universal, si bien tiene referencias al genocidio argentino, también remite a la Segunda Guerra Mundial. Y Cautiverio habla de lo que pasa cuando un militante se quiebra y habla, cómo es vivir cautivo de esa delación.
A Carolina y María, además, el contenido las afecta directamente: son hijas de desaparecidos. Sin embargo, prefieren socializar ese pasado.
María: –Siento que uno no es nada más que un puente entre la idea que estás comunicando, el espectáculo que estás llevando y el espectador que está sentado viéndolo. Entonces, no es algo en lo que yo pueda decir que me limpio, que me libero. Yo decido hablar de eso no sólo porque me pasó, sino porque creo que no podemos callarnos. Creo que es fundamental la memoria para, a partir de allí, seguir construyendo.
Carolina: –Pienso lo mismo, esto es un tema de todos. Ayer charlaba con mi compañero y decía “cuando decimos que se vayan todos, si sacamos a todos, quiénes podrían ser aquellos que honestamente nos representarían en el gobierno”. Yo decía “mirá, a esos que tal vez nos representarían honestamente en el gobierno, los asesinaron hace 25 años”. Por ejemplo, hablábamos de qué significa Argentina, que es el personaje que hago en Cinco puertas. Es la reivindicación de un pueblo, aunque vejado, aunque violado, aunque tan maltratado, deseoso de una vez tener lo que merece.
Socializar el pasado puede ser punto de partida para socializar el presente. “Siento estas obras, a pesar de que Cinco puertas hace 6 años que la estamos haciendo y parte de esos años estuvimos en el idilio del menemismo, ahora se están volviendo espantosamente actuales. Y también el espanto queda reducido a unos pocos. No todo el mundo se hace cargo del espanto”, dice Griselda.
En términos administrativos, junto con otros cuatro miembros las mujeres compraron el espacio del teatro La otra orilla hace dos años. Y desde entonces funcionan como una cooperativa, aunque para sostenerse económicamente todavía trabajan en otra cosa: como modelo vivo, dando clases de teatro, haciendo changas.
El año pasado, las mujeres sintieron la necesidad de armar un microgrupo femenino, dentro del gran grupo. Y se juntaron a trabajar una vez por semana. ¿Qué tema las unió? La maternidad, en principio. Aunque todavía ninguna es mamá (María lo es “un poco, mi compañero tiene una nena de 7 años”) o tal vez por eso empezaron a discutir, a plantearse el tema.
Y también tuvieron una mirada común de lo religioso. “Esta cosa de que la religiosidad quedó puesta en todas las culturas en un Dios hombre y que ese proceso implicó un desplazamiento del sentido que tenía la cuestión femenina”, explica Griselda.
La posibilidad de armar una obra sólo de mujeres es una idea que las entusiasma. “Yo creo que sería una buena manera de reivindicar algunas cosas. El tema de la violencia desmedida, por ejemplo, yo no sé por qué, quizás por una cuestión de género, uno siempre la termina vinculando no solamente al poder abstractamente, sino a los hombres”, dice Griselda.
–Es que el poder, en general, está en manos de los hombres. Además, como dice María, porque para trabajar es bueno tener una meta, aunque no se cumpla; una forma final para mostrar al público. Porque ahí es donde se completa el arte.

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