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Viernes, 23 de agosto de 2002
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Cultura

Victoria revivida

María Esther Vázquez tiene una larga trayectoria como periodista cultural y escritora. Ahora ha escrito una nueva biografía de Victoria Ocampo, en la que además se filtra su añoranza por otros tiempos y otros modos de hacer literatura y periodismo.

Por Soledad Vallejos
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Abajo a la izquierda, Victoria cerca de los 50. A la derecha, retratada por Man Ray a los 30.
María Esther Vázquez todavía hoy recuerda con precisión cómo el silencio se abría a su paso el primer día que pisó una redacción. Era La Nación, era un lugar absolutamente masculino, y ella era una joven licenciada en Letras que trabajaba con Jorge Luis Borges y escribía pequeñas colaboraciones. Ha pasado algún tiempo desde entonces, por lo menos el suficiente para estimar que tiene cerca de 1500 notas desparramadas en la sección literaria (“para morirse”), y saber que, entre poesías, cuentos, biografías y dos colaboraciones con Borges lleva firmados 17 libros. Algo le dice que está“trabajando más que cuando tenía 30 años”,pero de momento sólo desea que “Victoria” tenga tanta suerte como “Borges” (Borges. Esplendor y derrota, el libro por el que ganó el Premio Comillas de la editorial Tusquets y unas cuantas polémicas), y allí se cuela una clave: la voluntad de re-vivir, reivindicar, quizá defender, un modo de entender la vida y la literatura que con los años parece haberse diluido. Porque, de alguna manera, hablar de su Victoria Ocampo. El mundo como destino –ed. Seix Barral–, la biografía que nació de trabajos anteriores (algunos biográficos, otros ensayísticos), significa hablar de otros tiempos, cuando los diarios encargaban textos de ficción a sus colaboradores habituales y las editoriales no parecían preocuparse tanto por esos best-sellers breves y de autoayuda que desplazaron, por ejemplo, a los cuentos.
–Porque el cuento fue un género muy cultivado, sobre todo por los ingleses, y acá también en otras épocas. Los diarios pedían narraciones breves para los suplementos, que eran muy copiosos. Y si los ingleses son grandes cuentistas, es porque el diario les exigía a cambio de darles, suponte, una X cantidad de dinero (nunca muy abundante), que cada semana entregaran un cuento. Borges empieza a escribir cuentos porque él dirigía La Revista Multicolor de Crítica con Ulises Petit de Murat, y Botana les exigía que cada tanto tiempo le entregaran una colaboración de creación propia. Y ahí empieza a escribir los bocetos que después va a publicar como cuentos en Historia universal de la infamia. A mí me fue muy bien con los cuentos, pero ahora hay menos interés en publicarlos. Tal vez si la situación mejora publique un libro de cuentos que ya tengo terminado, pero en este momento estoy con otro proyecto.
–¿Ficción o no ficción?
–Yo tengo una sección semanal que se llama “Instantáneas”, y esto es como si fuera una gran instantánea. Pero es cierto lo que decía Mujica Lainez: vos contás tu proyecto y después no lo hacés. Recuerdo que él me contó un libro magnífico que pensaba hacer y que había empezado sobre Juana la Loca. Era fantástico cómo él lo había imaginado, muy moderno. Tenía el primer capítulo hecho. Me contó todo y yo le dije un día “¿cómo va?”. “Lo dejé.” Es así.
En una charla, María Esther es uno de esos extraños, prodigiosos casos de memoria colectiva. Su voz y su mundo han sido, son, lugares poblados por otros y por ella misma en su relación con los otros, antes que un hermetismo pequeño e individual. Es capaz de desdibujar su propio lugar en un relato si eso es lo que exige una forma más amable de contarlo, o si cree necesario, tal como hiciera en el primer enfrentamiento de “Diálogos” (la primera columna que tuvo a cargo, inaugurada con un encuentro delirante entre Borges y Gudiño Kieffer en 1972, republicada en Borges, sus días y su tiempo), asumir plenamente el rol de “bastonera” y no decir esta boca es mía hasta el momento exacto para evitar que la situación se tornara inmanejable. Por eso, puede ser llamativo que el libro comience con el primer recuerdo que Vázquez tiene de Victoria (en la vieja sede de la calle México de la SADE, cuando ella tenía 16 años y Victoria, una presencia imponente).
–En Victoria Ocampo... llama la atención cierta oscilación. Por momentos, la biografía parece estar planteada con lejanía, pero de tanto en tanto aparece la primera persona, hay un acercamiento muy fuerte.
–Es que yo la conocí a Victoria, y la traté bastante. Con mi marido fuimos muchas veces a tomar el té. Ella era mayor que mi abuela, así que entre nosotras había una gran diferencia de edad. Fue una de las pocas personas que yo no he tuteado nunca en mi vida. Y sí. Es que, en cierto modo, la presencia de Victoria a veces imponía eso, sobre todo cuando algo no le gustaba. Pero fue muy amable conmigo, especialmente cuando me llamó a colaborar en esos tres números que Sur hizo sobre la mujer (en los años ‘70), que trataba temas como el aborto, la madre soltera, si la mujer era dueña de su cuerpo o no, que desató unas olas brutales. Y la visité bastante en su casa de Mar del Plata, Villa Victoria. A veces, he ido con los Bioy y Borges a comer. ¿Cómo puedo decirte?
Encuentra la manera: pocos meses antes de la muerte de Victoria, María Esther había presentado un trabajo, una suerte de híbrido entre conferencia y “cursillo”, sobre Victoria en Canadá. Signo de los tiempos, “casi todo el mundo eligió como tema a mujeres que militaban en la izquierda y que, incluso, hacían literatura de tipo social y testimonial, y que enfocaba ciertos temas, porque la literatura de Victoria también es testimonial. La única que tomó a una señora que podríamos llamar, entre comillas, paqueta, fui yo”. A su regreso, recibió una de las hojas celestes que Victoria usaba para escribir.
–La carta empezaba así: “Lunes, tres de la mañana. Habitual insomnio”, y después decía que fuera a verla a Villa Ocampo. La mía fue una de las últimas visitas que recibió, en aquella época ya estaba muy enferma. Tenía un cáncer que la había devorado (venía sufriéndolo desde 1963, sin quejarse ni una vez), y había sólo dos o tres horas por día en las que estaba sin dolor y no obnubilada por el calmante. Ella leyó mi trabajo, que empezaba contando que la primera vez que la vi me había parecido la suma de todas las virtudes. Después, con el tiempo, me fui dando cuenta de que no era así, porque si vos sos parte de este mundo, y es un mundo miserable, al que no ayuda su miserabilidad por su propia miseria... pero que, igual, era una mujer espléndida. Entonces ella leyó todo mi trabajo, y me preguntó: “¿En qué te defraudé, María Esther?”. Y yo “¡tierra, ábrete y trágame!, ¿qué le digo?”. “Ud. sabe que, cuando una es joven, es como si se enamorara de la gente, después, cuando uno se convierte en un adulto...”. Ella oyó todas mis explicaciones. Cuando acabé todo, ella repitió: “¿En qué te defraudé?”.
“La generosidad”, dice María Esther, ésa fue una de las cosas más impactantes de quien no sólo “se farreó tres fortunas en la revista Sur y la editorial Sur”, sino que sabía tener la intuición para promover a tal o cual escritor o artista, más allá de haberse sabido limitada en sus afanes de actriz.
- Y la revista duró 40 años. Cuando ella se recibió de académica, en junio o julio del año 77, me acuerdo que le dijo a Batisttesa, que estaba de presidente de la Academia Nacional de Letras: "Bueno, Sur es más vieja que la Academia". Y Batisttesa le dijo: "Ud. también, Victoria". Ella le contestó: "claro".
–Qué elegante.
–Pero es que la gente antes era diferente a ahora. Vos hacés una crítica y el tipo se ofende. Antes, en cambio, se decían cosas terribles.
–Pero con estilo.
–Tenían cierto estilo, cierta cosa que se ha perdido porque, en general, lo que prima ahora es la vulgaridad. Y antes había otro sentido. Lo dice Oscar Wilde: la vida y la vulgaridad son incomprensibles. Fue increíble lo que Victoria pudo hacer en una época en la que, como bien dijo Borges, las mujeres eran genéricas. Ella jamás habló a solas con el novio antes de casarse, nunca pudo hablar por teléfono porque estaba muy mal visto, tampoco se podían escribir. Y la última conversación que tuvieron tête à tête era con un chaperon a cierta distancia, que no oía pero veía. Si Victoria hubiera conocido a Bernardo de Estrada antes de casarse con él, no se casaba, porque él era precisamente el paradigma de la época victoriana, donde las mujeres no podían hablar de su cuerpo. Vos fijáte que la abuela de Borges fue con Leonor Acevedo, su madre, al médico. Y el médico le pregunta: "¿señora, ud. tiene dolores de estómago?". Y ella le contesta: "Las inglesas, doctor, no tenemos estómago".
–Es llamativo que, a pesar de todo eso, le permitieran estudiar teatro con Marguerite Moreno.
–Bueno, según testimonios de la época, era mucho mejor actriz que Sarah Bernardt, en el sentido más moderno. Y cuando viene a Buenos Aires, Victoria convenció a su padre de ir a tomar lecciones de dicción. Pero el padre se lo permite haciéndole notar que es por su placer, porque dijo que el día que una de sus hijas (tenía seis) subiera a las tablas, él se levantaba de un balazo la tapa de los sesos.
–Pero Marguerite Moreno venía de una relación algo escandalosa con Colette.
–Ah, pero Victoria nunca estuvo sola. Siempre estuvo muy convenientemente acompañada, con la institutriz francesa o con alguien que hablara francés. Porque, en realidad, en esa época, todo el mundo social al que pertenecía Victoria, la clase más alta de la Argentina, hablaba francés. Borges dijo que del francés pasamos al inglés, y del inglés a la ignorancia.
Victoria, la “verdadera mecenas, pero no a la manera del Renacimiento, sino totalmente desinteresada”, era esa mujer que supo enamorar a Ortega y Gasset sin desearlo, donar su casa de San Isidro a la Unesco y dejar una extensa serie de Testimonios capaces de recrear un clima y una época.
–Pero ella fue muy maltratada. La gente de izquierda la trató de fascista. Los fascistas la trataron de comunista. Marinetti dijo que tenía un salón de bolchevismo esnobista, Neruda escribió unos versos imperdonables, aunque después se reconcilió. Después Octavio Paz y Borges sí reconocieron que ella fue uno de los pilares de la cultura de América. Además, es cierto que levantó un puente entre la Argentina y el mundo: mandó fuera a todos los escritores argentinos y trajo a todos los escritores de las culturas europeas, de Estados Unidos y a veces la India, como Rabindranath Tagore. Pensá que fue la única mujer a la que se invitó al juicio de Nuremberg, que había muy poca gente. Yo, a raíz de este libro, la conocí más, leyendo cuentos, testimonios de ella, hablando con los nietos, sobre todo Dolores Bengolea. Y creo que en la Argentina nunca se le dio ni se le dará el reconocimiento que merece.
–¿No?
–No, porque todavía hoy es una persona bastante conflictiva.
–Hay una presencia notable de la dinámica del ambiente literario, intelectual y artístico de esos años en la biografía. Queda muy clara la importancia de la circulación de obras, el intercambio y las relaciones personales para la literatura de esos momentos.
–Es que vos no podés comprender al personaje si no hablás de todo lo que lo rodeaba. Ella estuvo muy alentada. No recuerdo ahora si lo conté en el libro, pero Malraux una vez la lleva a conocer a De Gaulle. Y ella le dice, más o menos, “cómo cambian los tiempos: ahora usted lleva delante a los policías, que le abren el camino, y antes no era tan así”. Y Malraux le contesta algo así como que, en su colección, lo único que le faltaba era un presidente. Es genial. Era gente de una gran cultura, y vos no la podés contar a Victoria sin el contacto con esa gente. Yo quise mostrar el mundo que vivía Victoria, tan diferente al nuestro, que es un mundo muy pobre, pero muy pobre en la Argentina, en París, en todos lados.
Tal vez quede, además, cierta sensación de deuda saldada. “En ese momento no atiné a contestarle; lo hago ahora, cuando ya es demasiado tarde. No, Victoria, usted no me defraudó en nada. No sólo no me defraudó sino que su ejemplo, muchas veces, me ayudó a vivir.”

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