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Viernes, 10 de agosto de 2007
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Nota de tapa

¡Mamitas queridas!

Las familias homoparentales, se supone, están en debate: en el Congreso de la Nación se presentan año a año proyectos para facilitar la adopción o legalizar el vínculo entre las parejas, aportes desde diversas disciplinas se editan con frecuencia y en los medios, cuando alguna historia llega, se reproduce al infinito. Pero más allá del debate, de lo que se pueda pensar en abstracto, la inseminación artificial ha sido una llave para que muchas mujeres accedan al embarazo deseado sin tener el sexo no deseado. La experiencia está servida.

Por Luciana Peker

ma-ma-
ma-ma. Las sílabas se repiten hasta que estallan. Ma-ma-ma-ma-ma. El casete de la entrevista gira y en el casete María Luisa explica –intenta explicar– palabras como amor, libertad, heteronormatividad y análisis. Entre esas palabras, de una bióloga de 34 años en pareja con Romina, de 24, que tiene un hijo de diez meses –que llamaremos T. para respetar su identidad– que ya se para y recorre las piernas y pide upa, en esa casa al final de una calle en laberinto de pastito adelante y dos gatos, entre esas palabras que relatan una historia que ya es presente –la posibilidad de dos mujeres lesbianas de tener un hijo entre dos madres– hay un niño que está detrás, delante, constante entre las voces femeninas para sentar presencia: a-ma-ma-ma-ma. Su mamá plural es una manera de escuchar que la palabra mamá tiene principio, pero no final.

La familia tipo, ¿tipo qué?

La maternidad de María Luisa y Romina no es aislada. En el país alrededor de treinta parejas de mujeres lesbianas ya tuvieron hijos a través de fertilización asistida, por supuesto, según datos extraoficiales. La diferencia es que ellas no les piden permiso al Estado para que permita que gays y lesbianas pueden adoptar: ellas deciden tener hijos a –a través de inseminación con material genético de bancos de semen– y los tienen.

Pero María Luisa y Romina no se alegran de hacer lo que nadie les prohíbe, sino que quieren que el Estado reconozca la doble maternidad. “Legalmente sólo mi vínculo está reconocido –explica María Luisa–, la otra mamá no puede tomar decisiones y es necesario que así sea para proteger los derechos del nene. ¿Qué pasa si me muero, si nos separamos o si hay una emergencia médica?”

En España dos mujeres ya fueron reconocidas como madres de una niña, en una situación similar a la de María Luisa y Romina. Mientras que el escándalo de un juez de Murcia, Fernando Ferrin Calamita, que –a mediados de julio– le quitó la tenencia de sus dos hijas a una mamá acusada por su ex marido de lesbiana, ya que consideraba que “el ambiente homosexual perjudica a las menores y aumenta el riesgo de que (las hijas) también lo sean” y que “es imposible que dos progenitores homosexuales den una formación integral”. El consejo general del Poder Judicial de España terminó considerando una falta grave el fallo de Ferrin Calamita y abriendo un expediente para sancionarlo con una multa por quebrar la confianza social en los tribunales.

En Argentina, el debate no está lejano tampoco. Homoparentalidades, Nuevas familias es el libro que acaba de lanzar Lugar Editorial donde Eva Rotenberg (ver recuadro) y Beatriz Agrest Wainer recopilan artículos de Silvia Bleichmar, Ana María Muchnik, Diana Maffía, Alberto Eiguer, Oscar Machado y Arnaldo Smola, entre otros autores que abordan las homoparentalidades desde el psicoanálisis, la pediatría, el derecho y la filosofía. La frase de la psicoanalista Joyce McDougall que abre el libro tal vez defina el cambio de paradigmas –aún con discusiones– que se avecina: “Lo más importante no es lo homoparental o lo heteroparental, sino la capacidad de ser padre. Eso es lo que cuenta, la capacidad de amar al niño, de educarlo para que pueda devenir un sujeto. Que este sujeto sea viviente, activo, dinámico, que ame la libertad y desarrolle la sexualidad. Padres que puedan identificar al hijo en sus deseos y en sus necesidades y que deseen abrirlo al mundo y a su necesidad”.

Imágen: Corbis

Dos mujeres, un solo embarazo

Pero la maternidad es un deseo con geografías diversas. Dos madres y un solo embarazo. ¿Cómo se delimita el territorio de ese deseo?

María Luisa: –Se resolvió fácil porque las dos queremos embarazarnos, pero como yo soy diez años más grande que ella y voy a estar más cerca de los 40 años, el primer embarazo lo tuve yo.

Romina: –Después va a tener otro ella y otro yo.

¿Por qué usar donante anónimo de semen?

María Luisa: –Nuestro proyecto es tener un hijo como pareja, criarlo nosotras, ser dos madres. No queríamos un varón involucrado. Y el donante es donante, no quiere ser padre del chico. Son tipos que participan eligiendo no participar. No tenían ese plan y eso también hay que protegerlo.

Uno de los cuestionamientos sociales a su elección es el planteo de una maternidad sin padre.

–¿Y la mujer de Córdoba que tuvo que salir a alquilar su vientre porque el padre de sus cuatro hijos se había ido? No es cierto que porque las lesbianas tenemos hijos se está planteando una maternidad sin padre. Las mujeres han criado sin padre a sus hijos siempre. ¿Por qué tanto escándalo? El varón tiene la potestad de irse o de quedarse. El escándalo es el mismo que con la sexualidad lesbiana: la exclusión del varón.

El futuro ya llego

El Congreso Nacional tiene que decidir si permite a las parejas homosexuales adoptar chicos. Pero como no hay ley de fertilización asistida no hay restricciones legales para inseminar a mujeres solas, sean o no lesbianas. Por eso, el avance de la ciencia genera un nuevo paradigma. María Luisa resalta: “Los anticonceptivos permitieron que la gente tuviera el sexo que quería sin tener los embarazos que no querían. Ahora, la reproducción asistida te permite tener los embarazos que queres sin el sexo que no queres”.

Y en esas elecciones la única opción no es la del donante anónimo. Otra pareja de mujeres tiene pensado tener un hijo/a con inseminación, pero de un amigo. Las razones las da Violeta: “Para mí el relato del origen es importante. No me gusta no saber quién es el padre y no lo elijo. Ese chico/a va a tener un padre y dos madres. ¿Qué más quiere en la vida?”, se pregunta, sin creer que nadie tenga que dar cátedra sobre las elecciones íntimas de la vida.

Esta realidad que los medios a veces leen como recién bajada de un barco sueco está aquí hace muchos años. En 1993 se formó el grupo de Madres Lesbianas. “Tenemos reuniones en La Casa del Encuentro donde se acercan mujeres con diferentes expectativas en relación con el vínculo con su hijo/a, a la adopción y últimamente, sobre todo, al tema de las inseminaciones”, relata Mónica Arroyo de Madres Lesbianas Feministas.

Por supuesto que ésta no es solamente una problemática femenina. Daniel Link explicita: “No hablo con mis hijos sobre sexualidad (ni la mía, ni la de ellos). Sencillamente, cuando tuve que presentarles una pareja de mi mismo género, lo hice, con la falsa naturalidad que usamos en esos casos. Ellos lo tomaron, también, naturalmente. Por supuesto, esto puede ser una percepción equivocada”, admite con la justicia de quien sabe que el punto de vista es el punto de vista. Y también que la paternidad es uno de los deseos más legítimos y arrasadores: “Tengo una debilidad malsana por los bebés (cada vez que veo uno, me dan ganas de hacer otro)”, sigue deseando el papá de una hija de 24 años y un hijo de 22.

La periodista Olga Viglieca escribió una autobiografía tierna, cruda, real, fuera de manuales y de proclamas a la que vale la pena espiar, aunque sea en parte, en la desaparecida revista Latido. “El padre biológico abdicó de su función: no era mi culpa. Pero sí elegí yo que no hubiera sustituto y cuando lo extrañaron –y lo extrañaron muchas veces– sentí mis elecciones más como un peso que como un estandarte”, confiesa Olga, que continúa: “Ser madre y encima estar encantada de serlo sugiere turbias coyundas con la idea de familia patriarcal, con los sometimientos al mandato. Yo recomiendo la maternidad como un estado que cura ciertos diletantismos y que, sobre todo, extiende la mirada en la bella demasía del gran angular”. Y festeja, Olga, principalmente, festeja: “Ahora, que ya cruzaron los veinte, que me convirtieron en familia numerosa cuando sus amores comparten nuestra mesa, me alegro del atrevimiento. Me parece que nos hizo más sinceros, que no facilitó el encuentro”.

La discriminacion no es el único miedo (también esta Barney)

Esa verdad distinta, esa familia nueva, ese abrazo contra las miradas ajenas puede unir lazos y sellar complicidades. Aunque no por eso deja de herir. “En una sociedad que sistemáticamente aparta al distinto, los problemas de discriminación contra mujeres lesbianas, hombres gays, personas discapacitadas, pobres o con ideas diferentes existen y coexisten en cada rincón de esta patria que ha tomado prestados los valores de la cultura hegemónica moderna. Somos la basura, lo que se esconde debajo de la alfombra, el secreto escandaloso de una familia bien”, define Lidia, otra de las integrantes del grupo de Madres Lesbianas Feministas, quienes se juntan el primer y tercer viernes de cada mes en Rivadavia 4307, de Capital.

Pero cuando esas tres palabras se acoplan: madre, lesbiana y feminista el rompecabezas deletrea, también, nuevos reclamos. “Nosotras decimos: ‘mi cuerpo es mío... para abortar... para parir’ porque así como la despenalización y la legalización del aborto es la consigna básica del feminismo heterosexual para la apropiación de las mujeres de su cuerpo creemos que la maternidad lésbica debería ser el complemento a esa consigna porque implica la apropiación del cuerpo de las mujeres lesbianas”, impulsa Mónica Arroyo.

Por su parte, la Tana, se mete con la diferencia de inclusión entre gays y lesbianas: “Todavía nos gobierna el pensamiento machista. Hay más aceptación de los varones homosexuales. Incluso los juegos y bromas hablan, al menos, de una visibilización. En una sexualidad gobernada por la dinámica y deseos masculinos la mujer no puede de ninguna manera prescindir del hombre (por eso la pregunta clásica es ‘¿cómo hacen?’) y si genera ciertos ‘ratones’ ver a dos mujeres mimándose, lógicamente, es a la espera del aporte masculino. Todavía hay una gran resistencia a que las mujeres tomemos las riendas de nuestra sexualidad”.

Pero la sexualidad –cuando no es visibilizada públicamente– puede darse en la intimidad. La maternidad, en cambio, siempre teje vínculos sociales. Por eso, Silvia, mamá de una nena de cinco años, se queja: “Mi hija tiene todo el amor y la salud de cualquier criatura, es protegida y cuidada, tiene dos mamás que la aman y cumplen los dos roles, sólo le faltan sus derechos y los dueños del poder continúan estando ciegos”.

La ceguera prefiere no ver lo que ya existe. Aunque se puedan mirar series en televisión sobre lesbian chic o chicas besándose en Canal 13 el modelo de madre argentina todavía resiste matices. Lucía analiza el trecho entre el dicho y el hecho de una sociedad ¿más abierta?: “Si bien la sociedad evoluciona paulatinamente hacia una presencia de modelos familiares diversos yo encuentro una distorsión entre evolución y consecuencia. Todavía la Argentina no es consecuente con los cambios que se producen”.

Y uno de los grandes desafíos a cambiar es aceptar que madre no hay una sola (ni que todas son iguales). Entre ella y Cristina, por ejemplo, hay diferencias en la crianza de Florencia. “Yo presto mucha atención en la alimentación y en que la nena coma verduras y Cristina no es tan pesada con eso. Pero ella sí es constante en llevar a nuestra hija al cine o al teatro y yo prefiero que en lugar de meterle cosas la ayudemos a sacar sensaciones, por ejemplo, pintando. A mí me cuesta ponerle limites así que eso lo hace ella. Y las dos participamos de las actividades del jardín y de los encuentros con amigos. También nos gusta llevarla a las montañas y al río. Jugamos mucho, las tres podemos ser extraterrestres dentro de una nave espacial (bajo la mesa), podemos ir en un colectivo o construir un televisor con una caja. También en conjunto le explicamos por qué no agarrar el cuchillo o no mirar muchas horas de televisión”, detalla.

Pero el gran miedo es el miedo al hombre de la bolsa (de la bolsa de prejuicios). “Sabemos que la sociedad es muy cerrada y cruel con ciertos cuestionamientos que obviamente nos hacen daño. Florencia está expuesta a ellos y sólo podemos contenerla, protegerla, atenderla y enseñarle que somos distintas, que no está mal lo que hacemos y que siempre vamos a estar a su lado. El problema es de los adultos, los chicos no tienen inconvenientes en entenderlo”, delinea Lucía.

Sin embargo, el único miedo que hay que afrontar en la tarea de ser mamá no es la discriminación. Los miedos son de todos/as y son distintos. “Una vez en un cumpleaños le insistía ‘¡Abraza a Barney, mirá como todos lo abrazan!” y ella me respondió: “No me obligues, ¿no ves que no quiero? ¡Me da miedo!” Me demostró que ella ya sabe decir que sí y que no”.

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