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Viernes, 4 de enero de 2008
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libros

El eterno fracaso de la perfección

Mañana se distribuirá Las primas, el libro de Aurora Venturini que ganó la primera edición del Premio Nueva Novela de Página/12 - Banco Provincia. Novela de iniciación, remedo del aberrante descubrimiento sexual de unas no menos aberrantes primas aisladas en el contexto de los años cuarenta, el texto se impone tan amorfo y desatado como sus protagonistas, las mismas que finalmente serán olvidadas. La literatura, de festejo.

Por Marisa Avigliano
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Como en Monumento imperial a la mujer-niña, un cuadro de una fealdad conmovedora que Dalí pintó en 1929, aparece en Las primas un desorden de jerarquías capaz de ser el útero de cierta inteligencia del caos. Mutilaciones, retazos y violencia engalanan el relleno de un cuerpo amorfo. Novela magistral, Las primas es el retrato de unas mujeres empeñadas en representar una tragedia. Un elenco de hermanas y primas deformes que resisten, crecen y se educan en un mundo bilioso.

Familia, odio, intimidad y asco desangran las palabras que Yuna, narradora y heroína, enuncia en una temporalidad esquiva, gracia literaria ofrecida a una lectura atenta.

Escrita en primera persona, Las primas es una portentosa confesión, una bitácora que relega fechas certeras pero que no ceja en prodigar detalladamente espantos fundacionales. Las mujeres de esta novela están solas, hombres escasos las acompañan por épocas. Todas ellas se avergüenzan de estar en un cuerpo propio que no es más que el propio cuerpo que cargan las otras, sus parientes más cercanas. Todas se miran y se dan asco. Sí, todas: Betina, en falso silencio, con cabeza de búfalo y olor a trapo húmedo que se babea mientras murmura rum... rum... rum...; Yuna misma, que mal puede pronunciar palabras; Carina, víctima, pecadora embarazada; Petra, la liliputiense con bocaza de hipopótamo y también las otras, las mayores, las que parieron primas.

La historia comienza en los años cuarenta, refinada elección temporal para componer una teoría de la injuria —ya se sabe, la mentira es más artística que el fracaso—. Yuna es una de las hijas de Clelia, una maestra normal de puntero y guardapolvo blanco, miembro de la clase media baja platense. Yuna, que se autodefine como un error, inicia su periplo observando y preguntando. Allí encontrará la base sobre la que construirá su propia enciclopedia, su privado Lo sé todo. Acompañada por un diccionario en el que busca palabras nuevas: “inmunidades”, “victimada”, “imprescindible”, logrará el incomparable mérito de elaborar nociones básicas con las cuales constituye una filosofía que se atreve a creer en la simplicidad. En ese modelo de conocimiento Yuna es figurín y resultado.

Sus recuerdos, modulación esencial de esta ficción, amplían la base de su lenguaje logrando que ni los lugares comunes ni las frases toscas que todos conocemos nos perturben. Las primas no es un susurro malintencionado, allí todo se dice y se vomita: el puchero y las palabras.

Ecos perversos de una educación sentimental aberrante y saturada de clisés arrullan a estas primas en su descubrimiento sexual. Una nueva deformidad se suma a sus morfologías: el sexo adivinado a través de un relato feroz.

Foto: Nora Lezano

Casi sin puntuación alguna la prosa de Yuna lo cuenta todo, sus recuerdos se arrojan tras las palabras sin respiro rompiendo pactos lingüísticos. Sólo ella sabe cuándo su voz, melodioso devenir, necesita descansar: “Y me quedé tranquila. Descanso. He dedicado poco espacio a la misa y demás ceremonias por la desaparición de tía Nené. No sentí nada. Descanso. Evitaré puntos. O no terminaré nunca esta melopea.”

Refugiada en las artes plásticas Yuna busca, a través de sus pinturas y cartones (como ella llama a sus cuadros), comprender con una obstinación y una voluntad excepcionales, miserias, horrores genéticos y maldades. Escoltada a un horizonte cromático, la pintura será su don y su equilibrio. Venturini supo hacer de Yuna una trapecista, de esas que desprecian el suelo.

Generosa como los textos de Melville y Tolstoi, la novela de Venturini se dilata y se expande pariendo monstruos necesarios que desguazan cualquier tilingada sobre el buen gusto. Mirándose a sí misma y desde una butaca, la literatura aplaude.

Novela de la archibúsqueda, Las primas abre nuevos dispositivos de visibilidad, la prosa se libra de un encuadre único y el mundo ideal se deshace. Después de leerla ya nadie dudará sobre el eterno fracaso de la perfección. Escenas y olores acompañarán al lector a través del tiempo debilitando aún más el minusválido hechizo de la beldad.

La originalidad y los aciertos, incesantes como los recuerdos, marcan el ritmo de la evocación. Ninguna mujer de la familia queda sin nombre, sin proscenio. Sin embargo, a medida que la novela avanza, todas se desvanecen, como si Yuna hubiese oprimido de muebles un ambiente y luego, poco a poco lo hubiera vaciado. La familia-mueble fue indispensable para construir el olvido.

No lo duden, no se han equivocado, será fácil encontrar entre palabras e imágenes representadas, la cabeza de Yuna oculta tras una mano sarmentosa que mecanografía la historia de una familia.

Celebro la publicación de una novela como Las primas en la que no brilla el consuelo y en la que la muerte de los otros se forja propia: “Encontramos a tía Nené sentada en el sofá de la sala con la abuela sobre la falda sollozando que mamá es mía... mamá es mía... mamá es mía... “.

Lo celebro porque me obliga a preguntar: ¿cuántas historias falsas y pretenciosas se editan cada mes buscando lectores fieles, ingeniosos, capaces de reconocer la clave más difícil? ¿Cuántas se desviven por ganar el podio a la mejor historia que cuente un cuento de modo franco, sencillo y bien narrado? Muchas, demasiadas. Mientras tanto Las primas, con un flagrante vigor narrativo, tutela ahogos y nos obliga a completar el criptograma que devela la trama. No será fácil. La causa: malos hábitos. No me preocupa, estamos a tiempo.

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