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Viernes, 1 de febrero de 2008
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experiencias

Contagiando la alegria

Chicas y chicos de entre 7 y 22 años forman La Mulata, una murga en la que encontraron que las diferencias pueden unir y las ganas de quebrar moldes, generar nuevas energías. Tan fuerte es su convicción, tan feliz su placer, que ahora, tras ganar un subsidio, encaran su nuevo proyecto grupal y educativo: enseñar a otras y otros que la diversión del baile y la música también genera otros lazos sociales y entendimientos de género.

Por Elisabet Contrera

Un solo toque de campana bastará para que el salón del pizarrón y la tiza se transforme en la sala de ensayo. Los uniformes blancos formarán una montaña y los multicolores saldrán a escena. Cada uno buscará su rol en la murga, sin limitaciones impuestas por el género. Un grupo de chicas tomará lecciones de bombo con platillo, algunos varones intentarán plasmar en una tela la identidad del conjunto, mientras que el resto se refugiará en un rincón del aula a pensar letras para sus canciones. La fiesta de color y saltos se desvanecerá al tercer toque de campana. Los guardapolvos arrugados volverán a su lugar. Las prácticas se suspenderán por los minutos que tarden en llegar al patio donde corregirán la letra de una canción o practicarán los pasos de baile.

Este espectáculo de alegría y movimiento tendrá su primera función en marzo, cuando se inicie el calendario escolar en todo el país, y tendrá como único escenario las aulas ubicadas en los márgenes de la ciudad de Córdoba. Hasta allí viajará las veces que pueda el grupo de talleristas encargados de iniciar este proyecto educativo. Ellos tienen entre 7 y 22 años. Algunos cursan los estudios secundarios, otros son flamantes estudiantes universitarios. Todos integran la murga La Mulata y quieren “contagiar” el sentimiento murguero en chicos y chicas, de igual o menor edad que ellos, con realidades disímiles, marcadas por paisajes de pobreza y desigualdad social. Al compás de la música, y luciendo sus trajes multicolores, recorrieron barrios, villas, universidades, centros culturales, y ya están listos para realizar la nueva parada del viaje.

“Estoy muy ansiosa”, suelta Luciana Frencia. Tiene 20 años y comenzó sus estudios de Trabajo Social. Junto a sus 15 compañeros/as dictará talleres de baile, música y malabarismo a los alumnos y alumnas de tres escuelas públicas primarias y un jardín de infantes. “Es muy distinto trabajar en grupos de un día, que es un proceso más largo.” Luciana era muy chica cuando decidió participar en acciones colectivas que promueven la inserción social de sectores vulnerables. Hoy no ve la hora de conocer a los chicos de estos colegios, enseñarles todo lo que sabe y aprender de ellos también.

Foto: Bernardino Avila

El cuerpo en revoltoso movimiento, la voz hilvanada en canciones, será el lenguaje elegido para que derriben los miedos, los prejuicios y pautas que impone haber nacido nena o varón. Interpelar a los alumnos y alumnas de igual a igual, sin diferencias de género y dejando en claro que todos y todas tienen la capacidad de aprender lo que quieran será una de las consignas de trabajo. Uno de los tabúes que buscarán romper es que los instrumentos de percusión son de uso exclusivo de los hombres, contó Graciela Contreras, coordinadora general de “Mujeres con voz”, Centro Pedagógico Florencia Fossatti, que asesorará tanto a los talleristas como a los docentes de los colegios designados que quieran sumarse a esta iniciativa. “Nosotros vamos a trabajar para que las chicas también tengan la posibilidad de aprender a tocar, por ejemplo, el bombo con platillo”, señala Graciela. “Trabajar otros roles, fuera de los estereotipos, será una tarea presente en forma transversal en cada una de las acciones que se implementarán este año”, sostiene.

Aprehender otras formas de ver, nombrar y recordar la historia propia y común será la segunda consigna a desarrollar. Este es el terreno donde se mueven más cómodos los miembros de la murga, porque la necesidad de recuperar la memoria colectiva forma parte de su génesis. Así lo muestra una copla: “La burbuja se empieza a romper, el silencio se vuelve memoria. Enterremos el miedo. Queda mucho pa’ decir o hacer”. En este caso, todavía resta definir el modo en que adaptarán los contenidos a las edades de los chicos y a las exigencias curriculares. “Tenemos muchísima bibliografía sobre el tema, al igual que profesionales que colaborarán con el proyecto, como psicopedagogos e historiadores, pero es un camino que iniciaremos todos juntos y que juntos iremos desandando”, explicó Graciela. La organización a la que ella pertenece está abocada a la educación de las mujeres de sectores populares sobre sus derechos sexuales y reproductivos. Esta iniciativa representa una oportunidad para ampliar su campo de acción.

Para los chicos y chicas de la murga, el proyecto es un doble desafío. Por un lado, ellos intentarán enseñar sin esperar resultados concretos. La idea –según explica Luciana– no es exigir a los chicos a aprender un paso de baile perfecto sino ayudarlos a incorporar valores como la amistad y la solidaridad. “Lo más gratificante será que los chicos aprendan a compartir, a producir un espectáculo entre todos, a creer en ellos y en sus capacidades, a respetar al otro”, destaca. Por otro lado, los talleristas esperan con ansia que llegue marzo para comenzar a cumplir con un anhelo varias veces postergado. “Hace tiempo habíamos intentado crear un centro cultural, que tuviera la función de inserción social; pero no conseguimos los recursos y tuvimos que posponer la idea. Luego de eso decidimos formarnos como talleristas y fusionamos las dos murgas”, contó Luciana. La Mulata surgió de la unión de la murga Arazunu, que nació en el colegio Leopoldo Marechal Cofico, y de La Melindrosa, del colegio San José de Alto Alberdi. En esta oportunidad, el dinero no será un impedimento para concretar el proyecto, ya que recibieron un subsidio del Programa Cultural de Desarrollo Comunitario de la Secretaría de Cultura de la Nación que les permitirá comprar lo necesario: “Dos redoblantes, instrumentos musicales, telas, trajes, y para la movilidad de los talleristas”, enumera Graciela. Este proyecto educativo fue uno de los 43 proyectos de todo el país premiados con este financiamiento.

Las risotadas a coro se repetirán en cada clase, los guardapolvos caerán en un rincón del aula y volverán a lucirse transportando muchas arrugas, los recreos serán el momento para estirar por 10 minutos más los ensayos. El espectáculo llegará a su fin cuando se cumplan los 6 meses de aprendizaje y los chicas y chicos recorran la escuela, el barrio, la calles para presentar su propia murga y convertirse de ese modo en pregoneros del sentimiento murguero. Luciendo sus trajes brillantes y sus sonrisas de oreja o oreja, avanzarán con ese ritmo pegadizo entre el público de caras conocidas y familiares que no podrá evitar el contagio de alegría y tararear alguna canción.

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