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Viernes, 29 de febrero de 2008
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Musica

La otra, la misma

Como referente de la música popular uruguaya, sus canciones recorren la tradición local desde la década del ’80. Ahora, después de trece años sin disco solista, Estela Magnone lanza su nuevo material, Bruma de abril, un cancionero donde el amor –abordado desde la sensibilidad de género– es eje y aire, con fecha de arribo.

Por G.T.

No sólo penas envían los dioses a los hombres para que las generaciones futuras tengan qué cantar”, dice la leyenda reversionada que, en plan feliz, discute con Homero y su Odisea. Así, en una conversación sin espacio ni tiempo, quedan atrapados el optimismo y la insignia de una promesa: descubrir qué motiva el canto cuando canta una mujer. Pero, ¿quién? De puño y voz, de cuerda y acorde, de piano y guitarra, suena a Estela Magnone. Porque, como parte esencial de la música popular uruguaya, la montevideana vuelve al ruedo tras trece años sin disco solista con Bruma de abril, una colección de temas que hablan del amor porque, junto a la creación, “son las dos únicas cosas que te salvan de la muerte”.

Highlander de trayectoria, el último trabajo que la tuvo como única protagonista fue Vals prismático, editado en 1994. En aquel entonces, para el vivo convocó a chicas para los instrumentos. “Siempre quise armar una banda sólo de mujeres, probar qué pasa, ver si suena distinto”, revela la artista y define la inquietud como “una especie de desafío” que mantiene. Porque, para ella, la sensibilidad diferente no se puede explicar, pero se experimenta en la canción: “Las temáticas que se abordan pueden ser las mismas, pero vistas desde distintos lugares”. Y, en esa línea, como excepción o talento, rescata la obra de un hombre, Chico Buarque: “Es uno de los músicos que mejor interpretan a las mujeres. Escribe e interpreta los temas en femenino, como si él fuese una mujer”.

Musa en clave masculina aparte, la mujer –que entre los agradecimientos de su disco incluye al “té lipton, a la yerba mate la selva para nerviosos y al agua salus sin gas”– hizo de las suyas con Travesía, un trío femenino formado en el ’81, que la tenía como trípode del repertorio, en compañía de Mayra Hugo (luego, Flavia Ripa) y Mariana Ingold. Porque no sólo grabaron disco propio; también participaron de Cuerpo y alma, álbum del hombre/mito de la canción uruguaya Eduardo Mateo y lo acompañaron en un tour de cuatro meses por Montevideo y la periferia, donde compartían programa con un grupo de danza folklórica y ¡un mimo! “Tocábamos en clubes de barrio, clubes de bochas, pueblos de pescadores”, recuerda la artista que en el ’85 se sazonó y grabó “Mujer de sal junto a un hombre vuelto carbón” a dúo con Jaime Roos. Y, en pleno bio-relato, una promesa: “Con Mateo compusimos varios temas juntos. La primera canción que hicimos se llamó ‘Polaroid’ y nunca fue grabada. Todavía la tengo por ahí; queda para algún disco futuro”.

De Mateo es el track “Sueño otoñal”, el once del nuevo disco de Magnone, que entre sus lyrics dice, ni más ni menos: “Bruma de abril que ha empapado la rama del árbol / que en gota ha olvidado la hoja que ha muerto / y besa aquel rastro”. Sí, bruma de abril, casi recuerdo, casi regalo, casi homenaje.

Siguiendo en plan recorrido... Tras un período rock (con una banda llamada Níquel), llegó 1988 y Las Tres, otro hito por su formación: tres mujeres con perfil propio que hacían su repertorio y se acompañaban mutuamente. “Definió mucho el perfil de música femenina del momento. A partir de entonces empezaron a generarse más bandas de mujeres. Incluso hubo una que se llamó... ¡Las Nuevas Tres! Nuestro trabajo pegó mucho y sigue presente en la memoria de la gente”, asegura la mujer multiprácticas que, además de dar clases de Pilates (y adherir a su postulado de armonía entre cuerpo, mente y espíritu), conduce un programa de radio, integra la Sociedad de Autores y preside la Fundación Eduardo Mateo. Ni hablar de la labor como asesora en el área de música del Ministerio de Cultura del país vecino.

Ella, que tocó con todos (Roos, Mateo, Leo Maslíah, Rubén Rada, entre otros), todavía se junta con amigas para levantarse mutuamente los ánimos. “Nos decimos: ‘Somos las más divinas’, nos tiramos para arriba. En mi caso, soy de autoestima baja, aunque creo que todas las mujeres lo somos en cierto punto. En parte es un problema cultural después de tantos siglos y milenios de que nos hicieran creer que éramos menos”, plantea. Y luego comenta la idea-eje de un libro que leyó, La condición femenina, escrito por el cura uruguayo Pérez Aguirre: “Es impresionante. Plantea que Dios no es hombre, ni mujer, y hace un paralelismo entre la sumisión de la mujer y la naturaleza. Dice que todavía hay que ser feminista para que haya igualdad de género. Y tiene razón”.

De formación clásica, Magnone sumó estímulos desde pequeña: padre director de coro, madre cantante y pianista; también abuelos maternos y paternos, hermanos, sobrinos, nueras, todos enarbolados en la genealogía de la canción (tal como relata en su MySpace www.myspace.com/estelamagnone). Y, así nomás, los cuatro años de edad la encontraron por primera vez en un estudio de grabación entonando una samba (“me acuerdo cómo era, no el nombre”) para un disco-regalo que, junto a hermanos y madre, hicieron para el cumpleaños de papá.

En su casa sonaba música clásica, es cierto. En sus oídos y cabeza, otro asunto. “Escuchaba, a escondidas, tangos y boleros”, cuenta la compositora con una rebelión adolescente fuera de lo común. Porque, en su caso, la ruptura significó el alejamiento de la canción. “¡Uno se equivoca mucho en la vida!”, (casi) bromea. A la vuelta, años más tarde, redobló la apuesta y, al aprendizaje de piano, se sumó la guitarra y la flauta. ¡Y la voz! Con clases de canto. Entonces llegó la reina de la noche: música popular uruguaya para composiciones de música y, sugerencia de Roos mediante, letra. “Aprendí a querer contigo y, a veces, dio resultado / Hoy de todo lo vivido, no me queda demasiado”, decían las primeras rimas en su primer tema full, “Andenes”. La nostalgia del querer, ese amor que deja poco y mucho, presente. “En otra época, las penas eran las que más me inspiraban. Te abandonan... ¡y exorcizás haciendo una canción!”, explica la mujer que –en su nuevo disco– se anima a la ironía y al optimismo. Porque, en sus palabras: “Pasaron cosas en lo personal que me cambiaron y recién ahora estoy empezando a disfrutar la vida”. ¿Qué pasó? El nacimiento de su primera nieta, su disco/regreso y vaya-a-saber-uno-qué-más.

Como sea, esta fan de Jorge Luis Borges que todavía no se animó a ponerle música a una de sus poesías (“pero quizás este año...”), hoy abraza la idea de animarse-a-más (como leitmotiv, no slogan de gaseosa). En lo musical, sigue preparando canciones, mientras el objeto-disco Bruma de abril (editado por Acqua Records) cobra vida. En lo personal, no descarta encontrar una pareja en el año que comienza: “Voy a empezar a mirar para los costados. Estuve demasiado tiempo mirando para adentro y para abajo”. En lo sentimental ya no llora mucho, en silencio; abandonó la melancolía. Es la versión optimista de ella misma la que alegra a los dioses. Es cierto... No, no sólo envían penas para que las generaciones futuras tengan qué cantar.

Lunes 3 y martes 4 de marzo, a las 21.30,
en Clásica y Moderna (Callao 892).
Invitada confirmada: Sandra Mihanovich.

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