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Viernes, 15 de noviembre de 2002
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PERSONAJES

una tal Jennifer

Jennifer Aniston, la espigada protagonista de Friends y esposa de Brad Pitt, disfruta su etapa dorada. La celebran, le dan premios y le pagan un millón por episodio. Ella sonríe e intenta aparentar que vive lo suyo con naturalidad, pero nadie se lo puede creer.

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Por Rocío Ayuso

Su nombre representa lo que cualquier campaña de lanzamiento promete: pierda esos kilos de más que le roban la felicidad. Jennifer Aniston luce delgada y feliz. Su felicidad no pudo ser más real el pasado septiembre: sonrisa triunfante, con su premio Emmy en la mano y su vestido de Christian Dior rosa con una caída perfecta en un cuerpo igual de perfecto. Fue la coronación de nueve años como parte de la comedia más popular de la pequeña pantalla, “Friends”, un programa que ha hecho de Aniston la nueva chica de la tele, lo que fueron antaño Mary Tyler Moore o Doris Day, pero para la audiencia de este nuevo siglo. Un triunfo que sólo confirma el aprecio popular por una actriz a la que ya antes había valorado la industria de manera monetaria, con un sueldo que en la actualidad asciende a un millón de dólares por cada uno de los episodios de esta serie. Para redondear su felicidad, ahí está su marido, el actor Brad Pitt, el hombre al que un tercio de la población femenina se querría llevar a la cama, y que Aniston no comparte con nadie después de una boda de ensueño en la playa de Malibú. Triunfo, dinero y amor, y todo ello después de que uno de sus representantes le recomendara a esta joven californiana de cuerpo mediterráneo, dado el origen griego de su familia, que adelgazara 15 kilos si quería ser alguien en Hollywood. El consejo fue más específico, encaminado a que esta intérprete sin suerte hasta entonces pudiera hacerse con el papel de Rachel Green en “Friends”. Un consejo que, por lo demás, está siempre en boca de una industria obsesionada con las tallas imposibles.
“Es algo que ha sobrepasado absolutamente todas mis expectativas, cualesquiera que fueran”, afirma Aniston con cara de total sinceridad. Las pupilas de los ojos azules de esta actriz de 33 años también exceden el tamaño normal de sus órbitas, cualesquiera que fueran, como las de un conejo sorprendido bajo los faros de un coche. “Nunca he sido una persona ambiciosa. De hecho, nunca llegué a pensar que lo fuera a conseguir, con mis profesores de arte dramático siempre diciéndome que lo abandonara, que era una desgracia para la profesión. En los dos años que viví en Nueva York, después de haber pasado por la escuela artística, creo que no tuve más de dos trabajos. No conseguía ni un anuncio en ese tiempo, que lo dediqué a servir mesas y hacer castings. Ni tan siquiera podía decir que trabajaba off Broadway”, recuerda ahora de un pasado que no dista más de una década de su actual triunfo. “Aún así –añade– era muy feliz. No tendría muchas expectativas ni creía que estuviera destinada para algo grande, pero era de lo más feliz.”
Jennifer Joanne Pitt, su nombre de casada, aunque profesionalmente sigue conservando el de Aniston, continúa manteniendo la sonrisa abierta y los faros en la mirada. Con ese pelo que tanto ha dado que hablar, perfectamente arreglado dentro del aire casual de su apariencia -vaqueros, chándal de angora posiblemente hecho a mano y chancletas como calzado–, la actriz sólo quiere esforzarse por ser normal, pese a tantos elogios. “Lo que quiero decir es que no hay nada que envidiar”, afirma jugueteando con ese anillo de aspecto sencillo que luce en el dedo de casada, y que en realidad cuesta una fortuna, diseñado en exclusiva para la pareja, en oro blanco con 20 diamantes y grabado con las palabras “Brad2000”. “Nada que envidiar porque todo eso no es más que la imagen que se crea en los medios de comunicación. La única diferencia entre mi vida y la de los demás es que hay gente que me sigue, y toma fotos, y está obsesionada con cosas que no sé cómo les pueden obsesionar, porque yo no lo vivo como real. Nadie sabe realmente quién soy.”
Nacida en Sherman Oaks, un barrio de clase media de Los Angeles, Aniston ya llevaba algo del mundo artístico en la sangre: con el actor John Aniston, habitual en culebrones televisivos, como padre, y con Nancy, su madre, también modelo y fotógrafa. Ninguno de los dos le animó a seguir esta ruta; tampoco su padrino, Telly Savalas, más conocido por su papel de Kojak en la pequeña pantalla. No es más que una tradición griega”, recuerda la actriz. “El fue el padrino de boda de mis padres, y eso implica ser el padrino del primogénito.” Es su tono habitual de conversación, siempre quitándole importancia a todo, como si quisiera equilibrar el hecho de que en la actualidad sea una de las mujeres de quien más se escribe, parte de una serie que se ve en cien países y uno de los rostros más reconocibles del planeta, que incluso llegó a adornar, ilegalmente, una marca de condones en Rusia.
Ella se sigue viendo así, como una chica normal que, tras haber probado suerte en Nueva York y seguir en busca de fortuna en Los Angeles, se acabó dando de bruces con ella. “Está claro que fue una suerte, porque si no hubiera decidido prolongar mis vacaciones en Los Angeles y me hubiera vuelto a Nueva York, nada de esto...”, se pierde antes de continuar. “No fue una decisión consciente. Tenía un trabajo cuando me escogieron para ‘Friends’, pero yo me había presentado a los pruebas de reparto porque no sabía si la otra serie, que se llamaba ‘Mudding Trough’, iba a continuar. Y continuó, y tuve que luchar para que me dejaran rescindir mi contrato. Recuerdo que entonces una amiga me llamó para decirme: ‘Voy a presentarme a tu papel en Friends, porque he oído que te van a sustituir. ¿Me ayudas a prepararme?’. Y yo me sentí como si ya estuvieran martillando los clavos en el ataúd. Afortunadamente, mi postura con ‘Friends’ fue una de las grandes decisiones de mi vida y lo sigue siendo.”
En total, nueve años de fama, dinero y continuos rumores. “Lo más incómodo es el tema del dinero”, afirma con rapidez. “Yo nunca le preguntaría a nadie cuánto cobra o si cree que se lo merece. Por mi parte, creo que no hay nada que defender y me siento muy cómoda en ese terreno.” Otros comentarios que, semana tras semanas, llenan las páginas de la prensa del corazón, en especial desde su relación con Pitt, prefiere tomárselos con humor. Son de lo más variado: la supuesta mezcla de aspirinas que añade al champú para tratar el cabello, su curso de griego para recuperar sus orígenes, sus clases de strip-tease para mantenerse en forma, o el abandono, de ella y su marido, del hábito de fumar marihuana para poder concebir en un futuro cercano. Con un suspiro y una sonrisa, Aniston comparte esa filosofía cotidiana de que hay que tomarse lo bueno con lo malo. “¿Qué le vas a hacer? Uno tiene que escoger sus batallas”, añade recién solucionado su último enfrentamiento legal tras unas fotos que le hicieron mientras tomaba sol en topless en su casa. “Tienes que sentar precedente. Y tenemos leyes que se supone que nos protegen de estas cosas.”
“No quiero sonar desagradecida y amo mi trabajo, pero me estaba sintiendo algo frustrada en mi propia carrera, y por mucho que adore lo que hago, y me encanta ‘Friends’ y hacer reír a la gente, hacer lo mismo un año tras otro acaba resultando aburrido, así que necesitaba algo diferente”, comenta de una ruptura que no ha sido fácil. Aún con un año más por delante en su contrato y con una identificación completa entre su persona y la Rachel Green de ficción, la sorpresa ha sido su paso por The Good Girl, filme independiente con un presupuesto por debajo de los 10 millones de dólares (la mitad de lo que gana esta actriz en un año), y donde Aniston interpreta a Justine, una cajera deprimida de un supermercado en medio de la nada que se ve envuelta en un idilio que no vaa ningún sitio, pero que le sirve para alejarse de la aburrida vida que mantiene junto a su marido. “Fue una forma de ponerme a prueba, de ver si podía hacer algo más allá de la comedia.”
El resultado no ha podido ser más elogiado, como demuestran las críticas y los galardones, incluyendo la buena acogida en el Festival de Sundance. Como resume el realizador, él quería hacer una pequeña película sobre la depresión y ella quería probar si podía actuar fuera de la comedia, y el resultado ha sido “una nueva novia para la pantalla”. Eso sí, una novia que primero se tuvo que librar de la sombra de “Friends”, especialmente de ese continuo movimiento de manos con el que acentuaba cualquier conversación y que ahora ha desaparecido, al menos fuera de la serie, gracias al consejo de su profesora de interpretación: “Siéntate en tus manos”.
¿Todo esto gracias a la ensalada con garbanzos, judías, pavo y queso aliñada con limón con la que esta mujer de rutinas se ha alimentado durante los nueve años de “Friends” para cuidar esa preciosa línea? “No creo que esté todo en la apariencia, incluso si te lo repiten constantemente, en especial cuando eres una actriz joven. No es del todo cierto. Siempre he creído que si eres buena, eso acaba sobresaliendo.”

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