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Viernes, 2 de enero de 2009
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El encanto de la burguesía

Por Natali Schejtman
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Los exitosos Pells es una nueva ficción que navega con elegancia e inteligencia por varios recovecos agraciados y desopilantes. El más obvio es la metaficción. Según sus reglas —y también las del melodrama, género con el que esta novela coquetea con soltura— el artificio está exacerbado y los personajes están ciertamente disfrazados. Las mujeres, de paso, están pintadas.

En el escenario de Los exitosos Pells eso está planteado con claridad, humor y convicción. Repasemos la historia: Martín y Sol Pells son una pareja armada por un megalómano televisivo, Franco, que encontró en esa mentira el gancho de identificación y admiración que el público y los anunciantes necesitan. Hay un acuerdo que somete sus vidas privadas y públicas, por el cual ellos se ven obligados a seguir fingiendo afuera de la pantalla: Martín es gay y novio del hijo del dueño del canal; Sol sale con una especie de Chiche Gelblung con ínfulas del glamour del periodismo yanqui. El punto es que por una peleíta y un accidentito con Franco, Martín Pells está en coma y el que lo reemplaza, sin que casi nadie lo sepa, es una persona tan tan igual a él, que no podía ser otro que su hermano mellizo, actor under y heterosexual, tapado por las deudas y recién desayunado de la existencia de un hermano y de la desaforada industria caníbal del espectáculo, en la que él se metió de cabeza debido a su necesidad de dinero.

Hasta aquí, más o menos, el argumento. Ahora, el plano detalle. ¿Quién es Sol Pells? En una serie en la que nadie es netamente “bueno”, Sol Pells es una chica muy linda y muy sufriente. Con aroma a incorrección política, Sol es una heroína burguesa ostensiblemente sometida y a muchas cosas a la vez, tantas o más que aquellas protagonistas de culebrón que tenían que soportar el hostigamiento de las patronas o del entorno familiar de sus enamorados que las denigraban. Sol tiene pocas amigas, la única parece ser su maquilladora. Juntas se ceban hasta considerar dramáticamente que el

rimel corrido es una tragedia griega y descongelan vianditas para comer en la medida justa. En tanto, Sol se ve como una vaca cuando el espejo la convence de que un vestido no le queda muy bien y se siente usada, con razón, por todo el mundo: su novio Diego es un trepador sin muchos escrúpulos; su jefe, el malvado Franco, le quita su vida a diario y Martín/Gonzalo (diferencia que ella desconoce) le miente y fluctúa entre una atracción irrefrenable hacia ella y la necesidad de mantener la mentira dentro de la mentira según la cual él es la pareja de Tomás.

Carla Peterson es especialista en interpretar personajes que chapotean en la ambivalencia: sus malas son muy simpáticas, sus mujeres son hombres. Esta no es la excepción: eternamente insatisfecha, Sol no parece nunca terminar de convencerse sobre lo triste que es su vida. Al parecer, ella cumple el rol que cumple debido a una especie de deuda familiar. Poco sabemos de eso, y poco entendemos hasta qué punto ella padece esta mentira, oscilando entre la fascinación por la fama, la ropa y el maquillaje, y el desplome recurrente que cada situación desafortunada le genera.

Su pasado va adquiriendo dimensiones realmente enigmáticas, aun en el tono de comedia en que todo transcurre y en algún momento, levantar el telón de esa historia va a ser necesario. Porque además Peterson también se mueve como pez en el agua interpretando personajes fuertes, mujeres convincentes, de armas tomar. Tal vez sea por eso que la bella Sol genera esa ansiedad en el espectador: la que aguarda con enervante deseo el momento de los chaparrones.

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