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Viernes, 23 de enero de 2009
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teatro

¡Mamma mía!

Desde la neurosis materna y el ridículo, el unipersonal La madre impalpable aborda el vínculo de familia y la relación escolar sin temerles al desborde y la incorrección.

Por Guadalupe Treibel
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Cuando comienza La madre impalpable, comedia ¿dramática? con idea, dirección general y actuación de Jorgelina Aruzzi (Confesiones de mujeres de 30, Chiquititas, entre otras), el primer encuentro con la cabellera electrocutada y el paraguas/espada de la actriz dan que temer. Como una postal burtiana, los segundos anticipan el guiño de humor negro, mientras esta mujer altiva e imponente se deshace en una escultura kitsch. Porque, al instante, arranca el relato de neurosis maternal y se desarticula lo estático en decenas de expresiones.

La sobregestualidad (la boca exacerbada, los ojos blancos, la locura hasta las lágrimas) es el caballito de batalla de la actriz. Y lo usa con un timing ideal, generando climas y diálogos en pleno unipersonal. Porque, aunque Aruzzi hable con el aire, crea a una directora de escuela, padres de la Cooperativa, alumnitos de jardín de infantes... Con ellos les dialogará con la fluidez de puertas que se abren y cierran. Y, entre líneas, construirá a una mujer en sus treinta, hija de los lugares comunes típicos de clase media, madre soltera...

Esta monotributista (“eventual”, según aclara la propia protagonista), pastelera, tendrá un único objetivo: que Javier, su hijo de 12 años (“el gordito de la clase”), juegue al fútbol en el colegio y deje de ser el blanco de las bromas de los compañeritos. Para ello, recorrerá pasillos, aulas, patios, baños, gimnasios y será todo lo políticamente incorrecta que se pueda, justificándose al grito de “¡¡Pero si te lo estoy diciendo bien!!”.

El ridículo, al orden del día, con escenas que recuerdan al sketch norteamericano y a ciertos talentos femeninos de Saturday Night Live. Y, para cada momento, un muy buen uso de la escenografía (escueta y aprovechada al ciento por ciento): cuatro puertas y tres banquitos, sumados a un trabajo de fotografía que ubica espacialmente, cada vez. Y una ambientación sonora que augura algo ¿sobrenatural? Sí, definitivamente sobrenatural. Así cerrará la obra hacia el final cuando, después de la última risa (gran risa), opte por un cierre místico que no la favorece mucho.

La madre impalpable juega con la ausencia de objetos. Y la puesta es el detonante ideal para sumar a la imaginación, que construye personajes y lugares, más allá del abundante blanco.

Antes, para llegar, habrá “charlas” que devendrán en enfrentamientos, al punto de amenazar a compañeritos de grado o molestar a nenes de jardín de infantes. El grotesco y la exageración, al servicio de un personaje palpable, donde más de una madre se verá reflejada, aunque sea mínimamente.

A cada paso, sus “enemigos” irán rotando y se irá filtrando la historia personal, con algún que otro momento trágico sobre la infancia: por problemas de salud del padre, la madre cocinaba sin sal. “Si de chica me preguntabas qué gusto tiene la sal... ¡No sabía qué contestarte!”, explicará ¡al borde del llanto!

La madre impalpable permite que Aruzzi saque a relucir toda su artillería actoral como madre excesiva, border, donde el gran logro de vida de la protagonista es un segundo puesto en un concurso de gimnasia rítmica que definirá la obra. Así se mueve el personaje, entre traumas infantiles, problemas con la figura de la propia madre, poderes místicos, patetismo, crueldad infantil (y ¿por qué no? maternal) y la imposibilidad de resolver vínculos, donde sea, con quien sea. Todo el tiempo. Como cualquier persona, cualquier madre. ¤

La madre impalpable: Teatro Picadilly – Av. Corrientes 1524. Funciones: jueves, viernes y sábados 22 hs. Entradas a la venta en el teatro o llamando al 4373-1900.

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