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Viernes, 20 de febrero de 2009
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El extraño caso de El Principito que escribía cartas de amor

La Editorial Gallimard publica una colección de cartas inéditas de Saint Exupery redactadas un año antes de que desapareciera en vuelo. Lo curioso de esta correspondencia es que aquí reaparece su legendario personaje, “El Principito”, ahora tratando de colaborar con su autor en una conquista amorosa.

Por Liliana Viola
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“Este es para mí el paisaje más hermoso y el más triste del mundo.” Quienes no necesiten más contraseña que ésa, ni siquiera el dibujo que la acompaña —apenas una línea en el horizonte, tal vez un lomo de elefante dibujado por un niño con sombrero— para sentir la responsabilidad de buscar al Principito cuando pasemos por el desierto de Africa, comprenderán lo que significan estas cartas de Saint Exupery. Escritas un año antes de su muerte, fueron halladas recién en 2007 en el transcurso de un remate entre coleccionistas. Y ahora la Editorial Gallimard las saca a la venta en una edición de lujo, en facsímil, respetando el tamaño de los originales y el secreto sobre su destinataria. No son las cartas, ni siquiera el amor, lo que importa a estas alturas. Importa sí que estos papeles privados aportan pruebas suficientes sobre el derrotero de un personaje de ficción. El Principito, a dos años de su extraño fin —Saint Exupery terminó de escribirlo en octubre de 1942— reaparece aquí trazado sobre un asteroide y dejando a un lado tanto a la rosa como a la intransigencia, para ayudar a su amigo Antoine a conseguir el amor de una jovencita que no le atiende el teléfono.

Carta robada

Que se detenga por un momento la angustia de lectores y lectoras del mundo, porque en estas quince misivas suplicantes, quien se había desvanecido lentamente como un árbol, estaba de vuelta. Vivo y en plan de conquista, aprovechando su incipiente fama para la seducción. Pero si la fama no es todo, habrá que agregar que la fama no era tanta todavía, ni siquiera llegó a verla el autor que desapareció en el aire antes de que su libro se reprodujera en incontables traducciones por todo el planeta. La destinataria no tuvo oportunidad de leerlo y mucho menos de leerlo siendo niña, deficiencia que nadie como Saint Exupery podía evaluar en toda su hondura. Conclusión: ella no levanta ese maldito teléfono.

Se le han conocido a él muchísimas amantes, Loulou, Anne, Nathalie, Nada, Hedda, la francesa Nelly de Vogüé que fue su secretaria tantos años. Le conocíamos a su esposa con quien se casó en 1931, la salvadoreña Consuelo Gómez Carillo, artista y escritora de quien nunca se divorció pero que las biografías señalan como un error rectificado con infinitas aventuras y largas estadías en el aire. Todas tuvieron nombre. En cambio, en los encabezados de estas que aparecen ahora ella no se llama nunca; “querida amiga” es todo.

Saint Exupery confiaba con fiebre de pionero en el correo. Se han publicado ya cientos de sus epistolarios: a su madre, a sus amigos, a su esposa, a sus compañeros, a sus amores, a la posteridad, ficciones y ensayos en formas de cartas. Después de todo, la respuesta estaba sobre la mesa. Como una carta robada, tendríamos que haber sospechado que el niño que ríe, tiene cabellos de oro y nunca responde a las preguntas, iba a aparecerse por allí.

La rosa última

En mayo de 1943, Antoine de Saint Exupery después de haber vivido dos años en Estados Unidos donde acababa de publicar El Principito, regresa a Argelia sin saber que dejaba en el mercado un best seller sin tregua, y también uno de los textos más influyentes de la historia de la infancia. Se proponía continuar con la acción militar de su escuadra, el grupo de reconocimiento aéreo 2/33 en el marco de la Segunda Guerra Mundial en su peor momento. Durante un día entero de viaje en tren que lo conduce de Orán a destino, conoce a una chica de 23 años, del este de Francia, enfermera de la Cruz Roja, y casada. El cuarentón, uno de los aviadores más viejos de las fuerzas de Francia, se enamora. Y si bien no se sabe hasta qué punto prosperó el encuentro, hoy está claro que la bombardea con cartas de amor: infantiles, caprichosas, enfurecidas, decepcionadas. Estas 15 páginas que componen Lettres a l’inconnue (Cartas a la desconocida) constituyen uno de los pocos documentos sobre la vida del autor en su ultimo año y una prueba de la relación que lo unía a su personaje, su alter ego, su portavoz. El Principito, en esta nueva etapa, es tímido, pide perdón por irrumpir y saludar, casi llora, casi grita, acepta excusas que no le dan, se deprime y se enfurece, muere otra vez...

Algunos biógrafos señalan que el personaje había nacido años atrás en la casa conyugal del autor, en un intento de apaciguar las relaciones con su esposa. El rubiecito se aparecía en notitas domésticas y ya entonces hablaba por él, permitiéndose la expresión de sentimientos y de caprichos que un hombre de aquellos años no se permitía sin ayuda.

La crueldad de los niños

Luego de rogar y de sugerir, ya muy enojado, en una de las ultimas cartas, recurre a una nueva amiga. Otra mujer. Diabólica y preciosa, aparece el dibujo de una rival. Tu silencio me ha llevado a ella, amenaza. Pero no hay caso. Cuando el tono se acerca tanto a las admoniciones adultas que caracterizan a El Principito, todo hace pensar en un final trágico, en una nueva serpiente terminando con todo. En el epistolario quedan ya pocas páginas cuando el desahuciado arroja como ultimo recurso su artillería metafórica: “Los cuentos de hadas son así. Una mañana uno se despierta. Y nos dicen: ‘No era más que un cuento de hadas’. Y entonces uno sonríe. Pero en el fondo no sonríe. Porque uno sabe que los cuentos de hadas son la única verdad de esta vida”.

Es el fin. Al dar vuelta la página, una larga hilera de letra hormiga, destila toda la crueldad de la infancia que a Saint Exupery le quedaba en el tintero, no hay ningún dibujo allí: “No hay aquí ningún Principito hoy, ni lo habrá nunca. El Principito ha muerto. O en todo caso se ha vuelto escéptico. Y un Principito escéptico ya no es un Principito. Yo te acuso de haberlo arrojado al abismo”.

Unos meses más tarde, el 31 de julio de 1944, el escritor no regresó de su vuelo. Un viejo piloto alemán apareció hace unos años asegurando haberle disparado a un avión con insignia francesa donde se suponía volaba Saint Exupery. Luego de esta y otras tantas leyendas que incluían el suicidio hasta una sospecha de deserción, hallaron los restos de su nave. No agrega mucho. Se editan estas cartas a una desconocida. Bueno, algo hemos avanzado en tanto misterio, al menos ahora se sabe que de nada vale perder el tiempo en el desierto de Africa. Sólo hay que asomarse, y buscar en el abismo.

1. El Principito:
"Perdon por molestar. Era solo para decirte Buen día."

2. El Principito:
Nunca esta cuando la llamo...
A la noche nunca llega a su casa…
No me llama…
Me enojo con ella!

3. La carta que escribe El principito:
"Y no es muy gentil no haberme llamado y tampoco venir a verme porque, yo no meolvidé y quisiera que…"

La paloma:
"¿Y para cuando la carta?, ¿la terminas o no? Tengo que llevarla de una vez."

El Principito
"Perdón, le estoy escribiendo a una amiga que me ha olvidado por completo."

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