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Viernes, 13 de marzo de 2009
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el megáfono)))

“Ningún pibe nace chorro”

Por Marina Medan *

En estos días, el comienzo de clases compite, cabeza a cabeza, con el debate sobre pena de muerte sí, pena de muerte no, para los menores. Estamos adentro de un club de barrio en Avellaneda, con ventanas ya sin vidrios, pero aún con rejas. G mira para afuera por la ventana y dice: “Estoy libre”. Hace menos de un año lo escuché decir: “Yo cobro el plan, choreo y cartoneo”. También sé que en su casa lo importante es conseguir plata como sea.

G tiene 18 y no quiere volver a caer preso, tiene varias causas leves de menores y a fuerza de golpes entendió que si cae, no sale más. “Yo no quiero terminar adentro”, repite ahora. Hace un par de meses empezó a cuidar coches y lo cuenta con orgullo, quiere conseguir una credencial que lo habilite.

Días antes, en el mismo club, leíamos en voz alta una normativa municipal. Los jóvenes no querían alzar la voz: “Lean ustedes —nos decían—, nosotros somos todos burros”. Pero de a poco se fueron animando. Cuando G se dio cuenta de que leía bien, sin trabarse, de que lo escuchaban, y de que sus compañeros —primaria incompleta como él— no se burlaban, se engrandeció. “Me está gustando esto, ¿puedo leer todo lo que sigue?”, me susurró mientras oía a otro compañero.

La semana pasada fue a la escuela a buscar su certificado de 8º, aprobado hace un par de años, y se inscribió a la noche para terminar 9º. “Me compré la mochila de Boca, la carpeta de Boca, y todo, hasta me hicieron descuento en la librería. Lo compré con los $ 50 que gané con lo de los coches.” No sabemos si G va a poder completar 9º, si tendrá que salir a conseguir plata como sea, o si todas las fuentes de “descarrilamiento” que tiene al alcance de la mano —por no tener educación, por no conseguir trabajo, por vivir en una villa, por no contar con una red familiar/social que lo apoye en su deseo de no volver a caer— van a jugarle una mala pasada. No lo sabemos.

De lo que sí estamos seguros es de que si seguimos pensando que la única solución es matar a los pibes, se nos acaban las chances de “terminar con la inseguridad”. G o cualquiera de los otros cientos de jóvenes en sus condiciones no van a tener la posibilidad de recibir asistencia del Estado que, con sus muchas deficiencias, trata de que vuelvan a la escuela, de que consigan un trabajo, de que descubran otras capacidades propias, que no pongan en riesgo la vida de los demás, ni la de ellos mismos.

¿Qué es lo que pasa, para que algunos pibes salgan en la tele con guardapolvos blancos contentos por el inicio del año lectivo, y otros, de la misma edad, del mismo país, aparezcan convertidos en asesinos a los que hay que eliminar, a los que no se les da la oportunidad ni de llegar al guardapolvo blanco? Sigamos pensando las responsabilidades del Estado —y por ende, las de todos nosotros—, porque ningún pibe nace chorro.

* Licenciada en Comunicación y especialista en Planificación y Gestión de Políticas Sociales. Integrante del Programa de Prevención del Delito Juvenil, de Villa Tranquila, Avellaneda, y becaria del Conicet y de la Universidad de General Sarmiento.

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