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Viernes, 17 de enero de 2003
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cultura

Aquellas 3

Una nueva biografía de la escritora y guionista Beatriz Guido, escrita por la periodista Cristina Mucci, se interna en los perfiles menos conocidos de quien fuera la compañera inseparable de Babsy Torre Nilsson, y la ubica en un contexto en el que aparece inevitablemente rodeada de las otras dos escritoras hipermediáticas de los ‘60: Martha Lynch y Silvina Bullrich. Tres personajes y tres modos de hacer literatura unidos por una época que las celebró, y a la que le siguió otra larga época en la que fueron olvidadas.

Por Sandra Chaher
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Jorge Luis Borges, Beatriz Guido y Martha Lynch. El ya era célebre.
Ellas nunca lo serían.
Cada una a su manera, Silvina Bullrich, Beatriz Guido y Martha Lynch se las ingeniaron para crear una línea que les dio sus mejores éxitos: trascender el ámbito de lo intimista para convertirse en críticas de la realidad. Es innegable que fueron audaces. Rompieron barreras, avanzaron sobre prejuicios y sectores de poder y, hasta donde pudieron, los transgredieron.” El trío más mentado, como las llama Cristina Mucci citando una expresión de Bernardo Neustadt, se constituyó en las escritoras-personajes de los ‘60. Fuertes, polémicas, increíblemente astutas para promocionar sus libros y sus vidas, fueron tan famosas y exitosas en sus años de gloria como ninguneadas después de sus muertes.
Las tres murieron entre 1985 y 1990, en el orden exactamente inverso a su nacimiento. Martha Lynch, la más joven, se suicidó en el ‘85, a los 60 años, después de atravesar depresiones, frustraciones, desamores, y de haber pasado varias veces por el quirófano para retocar su cara al punto de que los últimos años las fotos la muestran casi desfigurada. Beatriz Guido murió –¿se podría decir de tristeza?– en 1988, a los 66, diez años después de haber enterrado a Babsy Torre Nilsson, su gran amor. Y Silvina Bullrich, la que más vendía, la más vieja –había nacido en el ‘15–, la única de cuna aristocrática pero tan plebeya como las otras dos, quizá la menos prejuiciosa y más zafada, murió a los 75, en 1990.
Cristina Mucci nunca sospechó que sus primeras biografías literarias serían sobre mujeres, y menos sobre éstas. Tres escritoras a las que pocos les reconocen talento y que vivieron los años más controvertidos, atractivos y terroríficos del país, de los ‘60 a los ‘80. Pasaron de la cercanía al poder, al rechazo de colegas y amigos, como Lynch; y de la vida vista desde un Mercedes blanco a la pesadumbre de años de decadencia física y la falta de dinero, como Guido.
El proceso que a Mucci ya le lleva más de diez años empezó en forma casi azarosa en 1990, cuando Félix Luna la convocó para escribir una de las biografías de la colección Mujeres Argentinas que dirigía en Editorial Planeta. Ella casi sin pensarlo dijo “¿Qué te parece Martha Lynch?”. Luna dudó, el suicidio estaba todavía cercano y no era un personaje grato. Pero aceptó. Cuando la investigación estuvo lista, la editorial puso reparos y el texto empezó a circular por escritorios sin anclar en ninguno, como un fantasma sin tumba y sin paz. Recién a fines de los ‘90, Grupo Editorial Norma decidió publicar la biografía de Martha Lynch y sugirió a Mucci seguir con Guido y Bullrich. El trío más mentado volvía a la palestra y,quizá no casualmente, unido. Como si el vínculo que en vida fue la expresión de la rivalidad de tres mujeres exitosas no tuviera otra posibilidad de reencarnarse que bajo el mismo signo de la competencia.
En el 2000 fue publicada La señora Lynch. Biografía de una escritora controvertida. A fines del 2002, Divina Beatrice. Biografía de la escritora Beatriz Guido. Y para fines del 2003 estará en las librerías el de Silvina Bullrich.

Un verdadero pugilato
Si la investigación y escritura de La señora Lynch fue para Cristina Mucci una especie de paseo tenebroso por el tren fantasma de las pesadillas de una escritora y un país, la redacción de Divina Beatrice debe haber sido como dar vueltas en una calesita colorida y exuberante, con caballitos brincantes y sortijas que duran sólo una vuelta fugaz.

–El libro de Martha fue el más difícil. Me costó dónde pararme para hablar. Mientras empecé a investigar me di cuenta de que con ella iba a repasar toda la historia argentina desde el peronismo en adelante. Pero también me di cuenta de lo representativa que era Martha de la clase media argentina. Que el viraje político que hace desde Frondizi a Cámpora, pasando por Cuba, Montoneros, que deriva en el Proceso, y después vivando a la democracia, era un recorrido que lamentablemente transitó mucha gente. Entonces, por medio de ella yo podía hablar de muchas cosas que sentía, que me pasaban, y del país.
–¿Qué une y qué diferencia a las tres?
–Son muy distintas entre sí. Lo que les veo en común es que compartieron la época y el estrellato literario. En el imaginario de la gente representaban a la intelectual sofisticada de clase alta, irreverente, transgresora... ahora, entre las tres hay características muy diferentes. Primero... en Martha Lynch hay un quiebre profundo interno, de proyecto de vida... Es difícil analizar esto, pero creo que había una cosa masoquista y de autodestrucción. Vos pensá que esta mujer se acerca a Massera, las declaraciones que hace sobre el Proceso... y tenía un hijo y cantidad de amigos que se habían tenido que ir del país; un íntimo amigo, Haroldo Conti, desaparecido; y ella termina metiendo la cabeza... Paralelamente escribe un libro que se llama La penúltima versión de la Colorada Villanueva donde describe torturas... O sea, no era una inocente que no sabía dónde estaba parada. Es muy raro el caso de ella, habla de una autodestrucción profunda. Yo la veo tan paralela con una destrucción social argentina... Hay algo ahí. Pero además ella era una buena novelista y sabía contar, quizá es la más pareja literariamente de las tres, y tenía un pensamiento político, una estructura... donde hubo un quiebre. Es lejos el libro que más me interesa de los tres, por lo que representa el personaje para la Argentina. Porque Martha habló de cosas que acá no están cerradas ni clarificadas. Beatriz Guido representa el antiperonismo gorila del ‘55. Desde El incendio y las vísperas en adelante ése fue su tema. Para mí es la mejor escritora de las tres. Tiene libros que me parecen fascinantes como La caída, inclusive Fin de fiesta, La mano en la trampa o La casa del ángel. Tiene una magia, un universo propio, más que las otras. Y Silvina Bullrich es una mina que ha escrito buenos libros, aunque cuesta decirlo porque terminó haciendo cualquier cosa. Pero Los burgueses, Boda de cristal... Tiene pasta, es una escritora, tiene gracia, estilo, sabe contar. Se deterioró porque le interesaba mucho el éxito, la plata, la fama. Era la más conocida. Y vio que sacando un libro todos los veranos era el libro que todos leían y ganaba mucha plata, y empezó a hacer eso y a escribir unas pavadas... Pero no era ninguna tonta y lo dice: que se permitió a sí misma arruinarse. Es la que más representa a una clase altaaristocrática argentina. Las otras dos simulaban pertenecer, pero no lo eran.
La relación entre las tres no era fácil –dice Mucci en Divina Beatrice-. Silvina era la mayor y también la más popular. Era amiga de Martha, con quien se veía seguido, pero prácticamente no tenía relación con Beatriz.
A su vez Martha Lynch, que siempre estaba donde había que estar y coqueteaba con todo el mundo, también se veía con Guido, aunque no podría decirse que fueran amigas.
Había esa rivalidad de oficio que implica resentimiento, envidia, pequeñas traiciones, todas esas cosas que el machismo cree que son propias solamente de las mujeres, aunque no es así –testimonia Eduardo Gudiño Kieffer en el mismo libro–. Entre ellas era bastante notable. Cada una me hablaba mal de las otras, sobre todo de los libros de las otras. Como los escritores éramos los equivalentes de los personajes que aparecen en las revistas del corazón de hoy, solían decir: “¿Viste que fea esta fulana en la foto de Gente?”, y cosas por el estilo. O Silvina decía con cara de consternación: “¡Ay, las piernas de esa pobre Beatriz!” Era un verdadero pugilato. Los encuentros entre ellas eran así: “Hola, querida, ¿estás un poco gordita, no?” o “¡Qué bien te queda! ¿Son canas o es platinado?”. Pero siempre agregando: “Qué bien que estás, se te ve regia”. Ironías muy obvias.

Una imaginación
desbordante
Silvina Bullrich fue la escritora de la aristocracia argentina. Ese fue su tema y era la que mejor lo trataba porque pertenecía a esa aristocracia que en los ‘60 era cuestionada. Lynch y Guido, en cambio, querían “pertenecer” y pusieron todo su empeño en ello. Martha Frondizi se juntó, después de divorciarse de su primer marido, con Juan Manuel Lynch, un abogado patricio simpático y querible. Beatriz Güido le sacó los puntitos a la “u” y se prometió no hablar jamás de ese abuelo inmigrante, padre de Angel Guido, el arquitecto rosarino que la mimó incondicionalmente hasta que murió, y se empeñó en todos sus libros en retratar a esa clase social que, aunque decadente, fue la pista de despegue y el ámbito de contención social para todas ellas.
–¿Cómo accedía Beatriz Guido a los temas de una aristocracia que no conocía? Y por otra parte, ¿era común en esa época hablar de la sexualidad como hacía ella?
–No era común para nada hablar de esas mujeres con sexualidad reprimida. Ella siempre está hablando de lo escondido, no sólo con el sexo. Ese era su mundo interno, es lo que le da magia a su literatura. Y el sexo, con las películas de Nilsson, se interpretó como una simbología de los miedos argentinos, de los prejuicios, de cómo somos, y yo creo que es así, que los dos están hablando de ese mundo. Beatriz se propone en su literatura interpretar la historia, la sociedad y la política argentina. Y éste es un país bastante confuso y difícil de entender, y en un momento ella ya no lo entendió. La Argentina de los ‘50 no se le escapa, pero la de los ‘70 la supera. Ella era la escritora de la fantasía y la imaginación, ése era su don y su límite, y era también la más ambiciosa de las tres, pero creo que porque tenía noción de sus posibilidades. Y está el otro tema, el de las clases altas, que es muy importante también. Ella tenía esta cosa del ojo de la cerradura, de espiar. Hay una anécdota de (Manuel) Antín que dice que ella espiaba a sus invitados por el ojo de la cerradura. Debía hacerlo. Pero tenía una visión idealizada de las clases altas. Silvina Bullrich, que sí conoce bien ese mundo, lo describe con mucha más sencillez porque lo hace con soltura. Cuenta su infancia, su vida, porque vivió eso. Beatriz no. Martha y Beatriz eran trepadoras sociales.
–¿Cómo las trató la izquierda intelectual?
–Les pegaban porque ellas vienen de una generación anterior. Lo dice Liliana Hecker: que los escritores de los ‘60 en adelante son escritores de la clase media. En los años ‘50 el escritor todavía era gente paqueta, rica y aristocrática, y el que no lo era trataba de aparentarlo. ¿Cuál era el ambiente donde se movían estas tres mujeres? Victoria y Silvina Ocampo, Bioy Casares, Borges.
–En el libro de Beatriz Guido está muy presente Torre Nilsson. Parece más un libro sobre la pareja que sobre ella.
–Sí, sí... Lo que pasó fue que Torre Nilsson me comió como personaje, y cuando me di cuenta transformé eso en una elección, porque hablar de ella sin meterlo a él es imposible. Son Beatriz y Nilsson, una simbiosis absoluta, una fusión de vida, de obra, de todo. Yo creo que tuvieron una suerte, un privilegio de la vida que no todo el mundo tiene, que es haberse encontrado profundamente. Son dos personas cuyas vidas hubiesen sido mucho más pobres si hubiesen estado separados.
–Vos hablás de un encuentro que iría más allá de lo amoroso, que tendría que ver con formas de entender la vida. Una fabuladora, un jugador...
–Fueron dos jugadores, estoy segura. Ellos jugaban no sólo en el hipódromo, apostaban con cada película, en la vida, a perder o ganar todo. Lo cotidiano también era un juego. El otro día una periodista me contó una anécdota que es una pena no haberla sabido para el libro. Una vez la fue a entrevistar, y Beatriz era como medio loca, extrovertida: abrió la cartera para mostrar no sé qué y sacó la fija. Era ella la que la tenía en la cartera.
–Con personajes tan polémicos y ricos, ¿no te tentó opinar?
–Con Martha Lynch no, porque me parece un personaje... con un tremendo sufrimiento que ni ella se banca, se pega un tiro en la cabeza. ¿Vas a estar con el dedo acusador? Además, si acá sacamos el dedo acusador en serio... El trabajo de archivo que yo hice con ella no sé cuántos personajes públicos argentinos lo resisten. Acá hay una investigación que no se hizo, un libro que no se escribió: los intelectuales durante el Proceso. Nadie se mete con ese tema. Ella dice “Parece que la única que votó a Cámpora fue Martha Lynch”. ¿Y la única que apoyó a Massera fue Martha Lynch? Qué sé yo... Fijate que Massera aparece en los tres libros. Torre Nilsson era amigo de Massera, iban juntos al hipódromo, y Massera estuvo en su velorio. Massera es un tipo que coquetea con la izquierda, eso es muy público. La gente se rasgó las vestiduras porque Martha estaba cerca de Massera, pero ella no fue la única que en algún momento se fascinó. (Miguel) Bonasso me contó, y eso está en el libro de Beatriz Guido, que García Márquez le dijo que le dedicó un libro a Massera y que estuvieron charlando toda una tarde. Entonces vos decís “las cosas no fueron tan claras, en algún momento esto fue un matete horroroso”. ¿Por qué tanta gente no quiso dar testimonio para el libro de Martha? Porque no está resuelto lo que ella era, lo que hizo, lo que decía.
–¿Qué estarían diciendo de la Argentina las vidas de Beatriz Guido y Torre Nilsson?
–Pensá que los personajes muy exitosos en general están reflejando algo. En Beatriz sobre todo aparece el gorilismo exacerbado. Y en Nilsson es muy interesante esa cosa de tener, aparentemente o no, ideas de izquierda, anarquistas, y a la vez ese gusto y fascinación por la vida de la derecha. Cuando García Márquez viene a Buenos Aires por la publicación de Cien años de soledad, ellos hacen una fiesta en su casa en la que Nilsson se emborracha y lo empieza a agredir y le dice esa frase que era muy de su discurso: “La belleza es patrimonio formal de la derecha”. Nilsson no tenía resuelto ese tema, y Beatriz tampoco. Silvina Bullrich es la única que no cae en esto. Pero para Marta también fue un tema. Ella decía: “Mi desgracia es que para los de izquierda siempre fui de derecha, y para los de derecha fui de izquierda”.

Literatura femenina
–¿Por qué decís que fueron las antecesoras de escritoras “femeninas” como Isabel Allende, Laura Esquivel o Angeles Mastretta?
–Cuando yo tenía 15 años el modelo era Simone de Beauvoir, que era el espejo en el que se miraban estas tres mujeres. Pero yo creo que en muchos temas ellas están más cerca de Isabel Allende que de Simone de Beauvoir. Son mejores escritoras que Laura Esquivel, y eran más ambiciosas porque no hablaban de los problemas de las mujeres solamente sino de los problemas sociales, del país. No eran escritoras femeninas. El discurso que fascinó en los ‘90 de la escritora latinoamericana es el del realismo mágico, la vuelta a la cocina, el amor. En los ‘60 el discurso era otro: la mujer transgresora, que iba contra todo lo establecido, feminista. Ellas no eran feministas, pero al lado de lo que eran la mayoría de las mujeres de la época, parecían serlo.
–En el discurso de Beatriz Guido parece haber varios niveles respecto de la cuestión de género. Por un lado el literario, donde aparecen estas mujeres reprimidas o violentadas sexualmente; por otro, el relato de la sobrina que dice que Beatriz les decía que las mujeres tenían que ser independientes, fuertes, con opiniones de avanzada sobre el matrimonio; y por último su propia vida, donde ella se describe casi como un títere digitado por Nilsson, pero con conciencia y placer por el rol.
–Sí, es cierto. Pero me parece que esa postura de sometimiento en la que ella se ponía respecto de Torre Nilsson no era el sometimiento típico de la época, sino que era una mujer armada, independiente, profesional, que elegía eso.
–Para ser así tenía que haber en ella un acuerdo con las convicciones de él, incluso las que podían herirla.
–Ella apoyó todo lo que él hizo, hasta sus amantes, miraba para otro lado. Nunca supe de una infidelidad de ella, en cambio Nilsson le fue infiel mil veces.
–Vos hablás de ellas como escritoras mediáticas. ¿Cuántos escritores eran personajes mediáticos en los ‘60?
–Pocos. Había escritores-personajes más allá de que escribieran o no. Mujica Lainez aparecía con la capa, el monóculo. Silvina Ocampo con esa cosa de no querer aparecer nunca y taparse también era un personaje. Silvina Bullrich iba a la televisión y era capaz de decir cualquier cosa. Tomaba bastante, iba mamada... pensá, una mina que fue al programa de Neustadt y dijo que Borges tenía eyaculación precoz. ¿Te gusta? ¿Al día siguiente de quién hablaba todo el mundo? Ahora, ellas se hacían las transgresoras pero en el fondo eran conservadoras. Pensá que ninguna se pudo casar con su segunda pareja porque no existía el divorcio. ¿Qué hicieron? Martha Lynch y Beatriz lo ocultaron. Beatriz incluso se consiguió una libreta de casamiento falsa. Silvina, que era mucho más segura socialmente, cuenta en sus memorias las discriminaciones que sufre por no poder casarse con Marcelo Dupont, y se juega por la Ley de Divorcio. Abre muchos más espacios para la mujer ella que cualquiera de las otras dos. Defendía que la mujer se tenía que ganar la vida, que no se tenía que casar con el hombre que no quería, contaba que la madre no la dejaba entrar a la casa porque vivía en concubinato, cómo la habían echado de lugares exclusivos por lo mismo. Las otras eran dos mantenidas y les encantaba serlo. Beatriz un poco menos. Pero la guita fuerte ahí venía de las películas, y fijate que cuando muere Nilsson a ella no le queda un mango, ella no aparecía como productora y no tuvo nada para reclamar, cuando había hecho mucho más que los guiones. Ahora, las tres tenían unolfato impresionante con sus libros. En el marketing fueron precursoras. ¡Y lo que vendían! Silvina Bullrich 100 mil, 120 mil ejemplares. Marta, 50 mil. Y Beatriz también, aunque menos.
–¿Coincidís con la afirmación de Mónica Martin, la biógrafa de Torre Nilsson, que dice que él es la mejor creación literaria de Beatriz, en el sentido de que ella le inventó un mundo protegido para que él viva bien?
–Es cierto. Lo cuidaba muchísimo, sobre todo la última época, cuando le negaba la enfermedad, y dormía en el piso para que él estuviera más cómodo pero sin que él lo notara. Y siempre... Nilsson no veía nada, era miope, y ella le decía “Qué bien estás viendo últimamente”. Es conmovedor. Hay un punto donde los dos son muy queribles y fascinantes. El verano pasado, en medio de los cacerolazos, yo me metía en el libro y me iba de viaje con ellos, porque es una vida muy atractiva la que tuvieron. Estuvieron cerca de los personajes que quisieron, ganaron muchísima plata, viajaron por todo el mundo, fueron famosos, queridos, respetados. La vida de Martha Lynch seguramente fue mucho más sufrida y vos decís ¿por qué? Tuvo un hombre que la amó profundamente y que era un tipo bárbaro; tenía plata, que le importaba mucho; tres hijos; le iba bien; tenía todo, y sin embargo llevaba la destrucción adentro. Y la otra, pobre, Silvina Bullrich, qué sé yo... la habrá pasado bien también. Se casó muy joven, a los 20 o 21, que es cuando tuvo a su hijo, se separó a los 30 años. ¡Pensá en la época ésa! Esta mujer nació en el ‘15. Y después conoció a este Dupont, estuvieron cinco años juntos, él murió, y ahí se quedó sola, y siempre se quejaba de que no había encontrado una pareja, cosa que es cierto, pero tuvo amantes toda su vida y no se privó de nada. Ninguna de las tres se privó de nada. Hicieron lo que se les dio la gana en todos los ámbitos, y eso yo lo respeto mucho.

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