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Viernes, 26 de junio de 2009
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internacional

Vientos de cambio

Millones de internautas han hecho de la joven iraní asesinada un icono de la lucha contra Ahmadinejad. Con su muerte resuenan los pisoteados derechos de las iraníes, ciudadanas de segunda en su propio país. Pero la eficaz campaña de Zahra Rahnavard, artífice de la victoria de su esposo en las polémicas elecciones, marca un punto de inflexión en la política sexual iraní. Gracias a ella, por primera vez los derechos de las mujeres han sido discutidos públicamente.

Por Milagros Belgrano Rawson
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Desde que comenzaron las protestas contra el régimen de Mahmud Ahmadinejad, al menos diez muertos y más de cien heridos se han registrado en ese país. Sin embargo, desde el sábado pasado, el símbolo de la resistencia al poder tiene cara de mujer, la de la joven Neda Soltani, que ese día murió acribillada durante una manifestación contra el partido gobernante. Su muerte fue filmada por un videasta amateur, que a los pocos minutos colgaba en Youtube un segmento de 15 segundos donde se ve a esta chica de jeans y zapatillas desplomarse ante la desesperación de su padre. Inmediatamente, millones de usuarios de Twitter, una de las pocas redes sociales de Internet que todavía escapan a la censura en este país, expresaban su indignación y su adhesión a los opositores del régimen. En un país donde la fe chiíta ensalza a aquel que se sacrifica en nombre de la justicia, Neda –“voz” o “llamado” en persa– ha sido erigida en mártir en la causa contra el régimen de Teherán. Incluso los medios occidentales, que ante la censura periodística han optado por volcarse a los bloggers persas para recabar información, ya hablan de una “Juana de Arco” iraní. Mientras la bronca alcanza a millones de internautas, es casi imposible no reparar en la triste analogía entre la muerte de esta joven y los pisoteados derechos de las mujeres de ese país, donde el sexismo no es una simple incorrección política sino una maquinaria bien aceitada que regula y legisla la discriminación de género. Sin embargo, en el caótico contexto político del país, el futuro de las iraníes no parece tan desesperanzador. Como señalaba en una columna del diario inglés The Guardian Heather Harvey, coordinadora de la campaña contra la violencia de género de Amnesty International, por primera vez desde la revolución islámica (1974) los derechos de las mujeres han sido discutidos en la televisión estatal, en artículos de prensa y en reuniones celebradas en plazas de todo el país. Y todo esto, señala Harvey, a pesar de los esfuerzos de los miembros más conservadores del gobierno por excluir a las mujeres de la esfera pública.

Luego de que Ahmadinejad se proclamara vencedor en las últimas elecciones, las iraníes han tenido un inusual protagonismo. En las manifestaciones que hasta la censura gubernamental habían sido transmitidas por los medios internacionales se vio a centenares de mujeres que salieron de sus casas para expresar su desacuerdo con el oficialismo. Por otro lado, a pesar de que su victoria en las urnas ya es historia, la declaración pública de Mir Hussein Mussavi a favor de otorgar más derechos a las mujeres constituye un gran paso, al igual que el activo rol que su esposa, Zahra Rahnavard, ha tenido en estas elecciones. Esta mujer de 64 años fue la primera decana de una universidad de ese país, la Universidad Al Zahra para mujeres. En el 2006, durante la primera presidencia de Ahmadinejad, fue expulsada del cargo por invitar a la premio Nobel iraní Shirin Ebadi a dar una charla a las alumnas.

En los últimos meses, Rahnavard demostró ser algo más que una compañera para su esposo, un moderado sin carisma y retirado de la política desde hacía varios años que, sin embargo, gracias al agresivo trabajo ante los medios de su mujer logró convertirse en la pesadilla de Ahmadinejad. Cuando los dos candidatos se enfrentaron en un debate televisado, el actual presidente cuestionó las calificaciones académicas de Rahnavard. La reacción de esta politóloga no sólo no se hizo esperar, sino que fue mucho más agresiva que los tibios ataques que el resto de los candidatos hombres dirigió a Ahmadinejad durante la campaña. Ante la prensa internacional, esta madre y abuela sexagenaria juró demandar al presidente de la república islámica si no le pedía disculpas por mentir sobre sus títulos.

La promesa de juicio y castigo quedó olvidada luego de los polémicos comicios, pero Rahnavard probó ser una eficaz interlocutora ante el electorado iraní. En nombre de su esposo, prometió que si éste ganaba la presidencia nombraría mujeres en su gabinete, liberaría a las activistas y opositoras encarceladas y aboliría la “policía moral”, una brigada de vigilantes de las buenas costumbres que castiga y detiene a toda mujer que tome alcohol, fume, se olvide de cubrirse la cabeza o use maquillaje en la vía pública. Mientras muy pocos iraníes conocen siquiera el nombre de pila de la esposa de Ahmadinejad, Rahnavard se atreve a desafiar las rígidas costumbres islámicas y a tomar de la mano a su esposo en los actos políticos. “No voy a descansar hasta que no le demos una lección”, declaró en mayo pasado a propósito del presidente, a quien acusó públicamente de humillar a las mujeres de su país negándoles educación y trabajo. A pesar de que la campaña electoral de su marido se fue al tacho, las recientes elecciones han marcado un punto de inflexión en lo que a mujeres y política se refiere. “Discúlpenme por preguntarlo”, concluye Harvey en su artículo. “Pero ¿podemos soñar con Rahnavard presidenta en el 2013?”

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