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Viernes, 26 de junio de 2009
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cr贸nicas

En puntas

Por Juana Menna
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Bailar. Para Nidya, no hab铆a otra cosa en el mundo. Subida a sus zapatillas, con los piecitos vendados como una geisha, anduvo primero por academias de San Jorge, al sur de Santa Fe, y luego por La Plata y Buenos Aires. A veces no era f谩cil. Una tarde, por ejemplo, la mism铆sima Mar铆a Ruanova la oblig贸 una y otra vez a ensayar un salto tijera y caer sobre las puntas de madera que tienen las zapatillas. Al final de la jornada los dedos le sangraban. Era invierno y Nidya se tom贸 el subte de vuelta a casa con los pies descalzos y heridos. Sin embargo, mantuvo el gesto altivo de una dama rusa, como su amada Tamara Toumanova, la bailarina que hab铆a nacido en un tren entre la Siberia y Shanghai. Las dos se parec铆an, con el pelo azabache cayendo por la cintura cuando se terminaba el ensayo.

A los veinte, el coraz贸n comenz贸 a latirle cada vez con m谩s fuerza. No era por emoci贸n, sino por taquicardia. Los m茅dicos le aconsejaron abandonar la danza. Entonces Nidya hizo tres cosas: sac贸 un boleto de vuelta para San Jorge, confin贸 al destierro la foto con firma original de Toumanova y fue al peluquero. Volvi贸 al pueblo natal con el pelo cort铆simo y platinado, como Marilyn Monroe, que era linda pero bailaba p茅simo.

Nidya se dedic贸 a dar clases de m煤sica en un colegio de monjas. A los cuarenta decidi贸 ser madre. Clarisa, su hija, aprendi贸 danzas cl谩sicas y espa帽olas, con eficacia pero sin entusiasmo. Una noche calurosa de fin de a帽o, la nena sali贸 a escena para interpretar la danza del p谩jaro campana, de tradici贸n paraguaya, con un tocado de plumas. Luego fue el turno de los alumnos y alumnas de Nidya, quien cerr贸 la velada bailando chacareras con un profesor joven de un pueblo vecino. Clarisa mir贸 azorada la escena. Al rato, la madre la encontr贸 con el tocado deshecho a sus pies, llorando entre bambalinas.

Clarisa bail贸 un par de a帽os m谩s. Pero finalmente us贸 sus trajes para acunar perros, gatos y otros bichos heridos que aparec铆an en los fondos del patio. Nidya jura que una vez lleg贸 un caim谩n peque帽o por una tuber铆a y que unos vecinos de al lado se lo llevaron y lo cenaron sin aspavientos. As铆, con la misma frialdad, Clarisa abandon贸 el baile y se dedic贸 a leer libros sobre animales de los hermanos Durrell. Cuando creci贸, se gradu贸 en veterinaria.

Este verano, aunque se jubil贸, Nidya bail贸 un tinku para un grupo de monjas italianas que visit贸 el colegio. El tinku es una danza boliviana previa a la Conquista que honraba a la Pachamama. Pero las monjas no se dieron por aludidas y aplaudieron todo, muy correctas. Por esa 茅poca, su hija le anunci贸 que ser铆a abuela. Nidya le encarg贸 a su hermana de Buenos Aires unas zapatillitas de raso sin punta de madera. Tambi茅n le pregunt贸 si a煤n conservaba la foto autografiada de Toumanova que una vez le hab铆a regalado. Y bajo el sopor de la siesta, so帽贸 con una ni帽a diminuta que se inclinaba para besarla ensayando su parte en un perfecto pas de deux.

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