Viernes, 21 de febrero de 2003
curisidades
El mundo incompleto
Con el fin de completar un universo privado, los coleccionistas hurgan y se afanan para encontrar una pieza m谩s de lo mismo, cargando de extremo valor lo que puede ser una sutil diferencia para el resto de los mortales. Pero atenci贸n, la obsesi贸n tiene reglas que se deben cumplir rigurosamente si se quiere ser tan coleccionista como Wilde, Nabokov o Sigmund Freud.
Por Mar铆a Moreno

El vulgo del oficio de coleccionista se junta en torno de instituciones como La Botellita, intercambia desesperados mensajes por Internet o murmura en los bordes del Parque Rivadavia, aunque haya habido antecedentes rebuscados como el ingl茅s Thomas de Tynvitt que coleccionaba cuerdas de ahorcado o el dinamarqu茅s Thomas Koog que coleccionaba piezas 贸seas humanas s贸lo mayores de treinta cent铆metros. Se dice que entre ellos suele haber duelos a muerte, aunque nunca lleguen a merecer la prisi贸n o la multa. Que dos disc贸filos montevideanos ten铆an cada uno la pieza que le faltaba al otro. Que un d铆a decidieron intercambiarlas y que al abrir los paquetes se comprob贸 que un disco estaba roto y el otro hab铆a sido atravesado por una p煤a.
La cr铆tica Josefina Ludmer encuentra en ciertas tradiciones argentinas una idea de colecci贸n distinta de la de enciclopedia, propia de la cultura alta europea y lee en Walter Benjamin su condici贸n de serie de cosas dispersas que al ponerse en contacto constituyen 鈥渦n nuevo conjunto dotado de identidad propia鈥. La colecci贸n excluye al objeto de su antigua funci贸n para ponerlo en familia bajo la l贸gica de una completud siempre ilusoria.
El artista argentino Daniel Santoro colecciona aves, conchas, piedras y mariposas en una suerte de casa-museo que simula un homenaje a los naturalistas de Indias para quienes la colecci贸n era, al igual que la cr贸nica, la conquista por otro medio que las armas.
鈥揕a idea de la colecci贸n 鈥揹ice鈥 es reconstruir un universo. Las especies formales como los insectos son conatos de uno. Con un peque帽o bing bang se empieza a construir una especie formal que luego tiene un momento de expansi贸n m谩xima, de 鈥渓ocura鈥, donde las formas se deliran y en su barroquismo salen de la propia especie y empiezan a invadir otras. Luego la forma se subsume y se hace m谩s minimalista. Hasta que se torna tan esencial que desaparece como especie formal. O sea que hay un horizonte de sucesos que se trascienden y un retorno a la singularidad, a la energ铆a divina, vital, esencial, que va a dar lugar a otra especie formal. Hay caracoles donde el rulo enloquece como en el Murex, y luego, cuando se vuelve esencial, queda el Nautilus, ese caracol que Leonardo tom贸 como ejemplo del n煤mero de oro, la f贸rmula matem谩tica por la cual se explicar铆a la armon铆a y la belleza. Con el n煤mero de oro pod茅s medir desde el Parten贸n hasta la Rotonda del Coliseo, siempre se cumple... Y en el patr贸n decorativo de las mariposas est谩n todos los patrones decorativos posibles desde las que no tienen nada hasta las que tienen una gr谩fica de lo m谩s intrincada. Si ves las estampas japonesas vas a encontrar toda esa paleta natural. Para m铆, la 煤nica colecci贸n posible es la de elementos naturales. El resto es consumo, acumulaci贸n de bienes.
M谩s all谩 de las pol铆ticas p煤blicas para exhibir colecciones en los museos y de las recientes batallas legales en torno de patrimonios culturales, el coleccionismo es una aventura privada, una inocente compulsi贸n a lo que s贸lo se puede dar fin con un crimen inofensivo: destruir la colecci贸n para poder recuperar la libertad.
Ni trofeo, ni evidencia, ni oferta
Poseer un centenar de chaquetas de Armani o de huevos de Faberg茅 se parece m谩s a lo adictivo del consumo que al h谩bito de coleccionar. Los zapatos a煤n olorosos de carne sacrificada que pueden verse y olerse en el Museo del Holocausto no son piezas de colecci贸n sino evidencias de un crimen cuya memoria no caduca. Los 300 cr谩neos de jefes ind铆genas donados por el doctor Estanislao Zeballos al Museo de Ciencias Naturales de La Plata son los trofeos de un genocidio aunque 茅l hablara con orgullo de 鈥渃olecci贸n鈥. La del crimin贸logo Lombroso era vasta. Inclu铆a los botines encontrados en los sepulcros de la campi帽a piamontesa que fueron transportados 鈥揷on la complicidad de un procurador real鈥 en bolsas descosidas en calidad de cargamentos de calabazas. Hab铆a cr谩neos t谩rtaros y neocelandeses, m谩scaras de grandes criminales, maquetas de prisiones y un crucifijo que ocultaba entre sus gotas de sangre artificial un pu帽al retr谩ctil. Pero lo que el doctor Lombroso sol铆a acariciar con devoci贸n eran sus vasijas criminales: esas rebuscadas artesan铆as del encierro donde los condenados esculp铆an las escenas de su vida delictiva y sentencias como 茅sta: 鈥淨ui riposa il povero Tulacche stanco di rubare en questo mondo va a rubare nell鈥檃ltro鈥. Aunque la jactancia del crimin贸logo prefer铆a los fastos comprados a la familia de Lazaretti, un ex borracho atacado de delirio m铆stico que, vestido de autoridad eclesi谩stica y con una comitiva que ocupaba 24 millas del camino a Roma, intent贸 llegar hasta el Sumo Pont铆fice para reclamar un anillo expropiado por sus herej铆as y la verga de Mois茅s. Palomas blancas, pendones con inscripciones esot茅ricas, un caballo con alas, el sello con que el iluminado marcaba a sus ac贸litos y el bast贸n construido en cinco pedazos como cinco eran los ap贸stoles, fueron acogidos en la casa-museo del doctor Lombroso mientras el due帽o leg铆timo descansaba desde hac铆a rato luego de ser fusilado a manos de la polic铆a.
Est谩 claro que un asesino serial hace series pero se diferencia de un coleccionista 鈥搈谩s all谩 del aspecto 茅tico鈥 en que no atesora objetos sino que los sustituye mientras que preserva, a trav茅s de la repetici贸n, determinada escena. Jeffry Dahmer, el descuartizador de Milwaukee no era un coleccionista sino alguien que no hab铆a podido deshacerse de evidencias. Aunque despu茅s de sus cr铆menes conservaba cierto orden que parec铆a aspirar a la serie: los torsos en barriles de 谩cido, las cabezas en la heladera y los corazones en el freezer. Podr铆a considerarse, en cambio, que era un modesto coleccionista de fotograf铆as de muchachos en actitudes er贸ticas. En el a帽o 1910, en un lugar de R铆o Negro, fue acusada de varios asesinatos una mujer de origen ind铆gena apodada Macagua, quien viv铆a como var贸n bajo el nombre de Antonio Gache, vest铆a a lo gaucho y hab铆a formado parte del Ej茅rcito nacional. Se dijo de ella que cuereaba hombres, los asaba y se los com铆a, conservando los genitales colgados del techo de su rancho porque los consideraba vigorizadores para su fuerza asesina. Tampoco este personaje entra en la categor铆a de coleccionista ya que, si bien la funci贸n de los genitales masculinos no es la de ser devorados como canap茅s, Macagua, al utilizarlos como una suerte de Viagra ecol贸gico, romp铆a la ley de toda colecci贸n que es la gratuidad.
Ni Don Juan ni Casanova coleccionaban mujeres puesto que no ten铆an m谩s remedio que seducirlas una por una, aunque de este 煤ltimo se dice que coleccionaba pelos de pubis.
El escritor Bruce Chatwin escribi贸 una novela que reconstruye la historia del coleccionista checo Rudolf Just, experto en piezas de porcelana donde predominaban las colombinas. El ideal socialismo no s贸lo cuestiona la propiedad privada sino que no pod铆a comprender el sentido de una propiedad que se reproduce a s铆 misma sin otro fin que la ordenada acumulaci贸n, producto de pesquisas y hurgamientos tan desinteresados de la explotaci贸n de la fuerza de trabajo como del orden jer谩rquico, aunque noindiferentes al valor. En la versi贸n de Chatwin, un coleccionista, Utz elude tanto la confiscaci贸n como la oferta capitalista y en el momento de su muerte le hace destruir a su mujer toda la colecci贸n, estimable en m谩s de un mill贸n de d贸lares.
Borges dice que Oscar Wilde coleccionaba porcelanas, y Le贸n Bloy, odios. Quiz谩s intu铆a que gran parte de los coleccionistas informales se encuentran en su propio gremio.
驴Qu茅 est谩s haciendo Vladimir?
El bibli贸filo, al respetar la regla de oro del coleccionismo que consiste en liberar al objeto de su funci贸n, duplica su m茅rito si es adem谩s lector o lector y escritor. Qu茅 sacrificio poner en la vitrina lo que con gusto se har铆a crujir entre los dedos para separar los pliegues y apoyar con comodidad el libro sobre el atril o la mesa y llenar de imperceptibles pero erosivas impresiones las p谩ginas al ir pas谩ndolas para seguir el im谩n de un argumento novelesco, de una investigaci贸n erudita, de un poema que tienta a la lectura en voz alta. Roger Callois no pudo resistirse a volver intocable un ejemplar que forr贸 viciosamente con una especie de pellejo lleno de celdillas: la piel disecada de las bolsas que cuelgan groseramente bajo el pico del tan cantado c贸ndor andino.
El bazar de un amor, su museo o su ruina no son equiparables a una colecci贸n aunque la insistencia sobre tal o cual elemento pueda sugerirlo. En su relato Subasta: Modelo 1934, que firma junto a su esposa Zelda, Francis Scott Fitzgerald realiza un inventario de sus cajas de mudanza, cuando ya ha tocado fondo luego de su 茅xito mete贸rico y a ritmo de rag time. Incluye dos autom贸viles de cristal para sal y pimienta robados en un caf茅 de los Alpes donde en la mesa de al lado estaba Isadora Duncan, un casco alem谩n encontrado en las trincheras de Verdun, una cama copiada de un dise帽o de Casa y jard铆n, la tapa de una chocolatera Tiffany y un vestido de Patou apolillado. Sin embargo, el texto mismo, al reordenar los objetos en una nueva serie que incluso est谩 numerada por cajas 鈥撀縠s una colecci贸n de cajas pasada al signo?鈥 y dando por descontada la no funcionalidad de ninguno de los elementos, su instauraci贸n como nuevo universo completo o en calidad de lo que queda de Zelda y Scott Fitzgerald, cumple los principios del coleccionismo. Claro que ser铆a una colecci贸n donde los objetos no tienen valor en s铆 sino por lo que pueden evocar. Sigmund Freud coleccionaba as铆: no le importaba que su Palas Athenea estuviera mutilada, o que el marfil de su Vishnu fuera dudoso, eran sus magdalenas de Proust s贸lo que la memoria que agitaban no era la de la propia infancia sino la de la humanidad.
鈥揈l coleccionista ser铆a el antiperverso 鈥揺xplica la licenciada Graciela Avram鈥, para quien el objeto tapa la castraci贸n. Es interesante lo que su tarea, a trav茅s de la b煤squeda de lo inconseguible, tiene de rescate. Se dice que por definici贸n toda colecci贸n es incompletable. Hoy la existencia de las marcas permite, con sus stocks y sus partidas, como antes el 谩lbum de figuritas, completar series. Otra novedad es que hoy se puede simular una colecci贸n como esas que se venden en los quioscos, de mu帽ecas de porcelana o de cajitas.
鈥揝on famosas las colecciones de Freud.
鈥揚ero al parecer no ten铆an un valor arqueol贸gico en s铆. Lo que importaba era el signo. Una vez un arist贸crata argentino fue, vio las piezas y dijo que eran todas porquer铆as, algo kitsch.
鈥撀縁reud mersa?
鈥撀緼 qui茅n le importa? En el Seminario de la Etica, a Lacan le dirigen una pregunta sobre el coleccionismo. El se niega a hacer una psicolog铆a de. Como es p煤blico su propio coleccionismo se apresura a bromear diciendo algo as铆 como 鈥渟i ustedes piensan que imito a Freud, les voy a dar el gusto鈥. Luego evoca una colecci贸n que vio sobre la chimenea de JacquesPrevert: cajas de f贸sforos de la misma marca abiertas en diversos grados. Algo enigm谩tico en relaci贸n con las molduras de la chimenea. Tambi茅n una propuesta est茅tica.
Qu茅 podr铆a importarle a Freud si su deidad hind煤 con serpientes en la cabeza era pacotilla o si el buitre que Leonardo evoca en un recuerdo infantil fuera en realidad milano o que su versi贸n de Edipo careciera de todo rigor helenista. 驴Acaso el psicoan谩lisis no es en s铆 mismo una colecci贸n, tal vez la verdadera de Sigmund Freud? Como si 茅l dijera 鈥淗e aqu铆 mi Dora, mi Hombre de las ratas, mi Peque帽o Hans, mi bella carnicera? Claro que no se trataba de las colecciones de casos cl铆nicos de las exposiciones actuales: Eran las series sofisticadas de un gran escritor. No como las de los doctores Hartwich y V. Krafft Ebing, que inclu铆an a un tal N.K. que coleccionaba rodajas de chorizos de todos los pa铆ses, y las conservaba en alcohol, cada una en un nicho colocado dentro de una vitrina y con su correspondiente r贸tulo que informaba sobre su procedencia y adquisici贸n.
Los escritores suelen coleccionar, sobre todo en el siglo XIX donde las ciencias naturales abordadas con soltura antropom贸rfica inclu铆an la experiencia de lo ex贸tico con la de la est茅tica. Tanto Dar铆o como Lugones, Wilde como Loti coleccionaron 鈥渏aponer铆as鈥 que un铆an el trofeo con la escenograf铆a de una biograf铆a de autor. M谩s ac谩 Luis Gusm谩n colecciona fotograf铆as de epitafios de escritores c茅lebres y Guillermo Piro ha escrito una novela llamada Versiones del Ni谩gara donde un alter ego colecciona los textos escritos en diversas 茅pocas sobre las cataratas y al hacerlo hace una colecci贸n cuya incompletud 鈥搃maginamos鈥 logr贸 sublimar en parte al terminar el libro. Pero ojo, no hay que confundir: el hecho de que Yukio Mishima tuviera 80 pares de sneackers y 700 calzones de spandex para sus pr谩cticas de f铆sico-culturismo no lo hace un coleccionista. La prueba es que los usaba. Tampoco hay que asociar las casas-museo de escritor, esos basureros letrados llenos de colecciones truncas y dispuestas sin fecha ni etiqueta, con exhibiciones heterog茅neas. Ni la mu帽eca vestida de flapper que Ram贸n G贸mez de la Serna hubiera querido desposar ni el espantap谩jaro que Oliverio Girondo hac铆a convivir en una casa de la calle Suipacha con cuadros de Figari, jaulas con p谩jaros de cuerda y sapos embalsamados alrededor de un tapete de billar, son piezas de colecci贸n. Tampoco las que Sor Juana In茅s de la Cruz guardaba en su celda de jer贸nima: herbarios selv谩ticos enmarcados en oro, arcos de eco, plumas de quetzal, trompetas parlantes, caracoles orientales, aut贸matas bailarines y cajitas de dama con billetitos. Esos son caos afrodis铆acos, extensiones organizadas del alma del artista.
Si los escritores tienden a coleccionar es porque los objetos funcionan como alfabetos vacantes que esconden textos completos pero a煤n no escritos, la misma serie exige un desplazamiento similar al de la escritura. Vladimir Nabokov compart铆a el criterio de colecci贸n de Daniel Santoro: sus mariposas no eran bienes sino objetos de investigaci贸n semejantes a enciclopedias aunque escribi贸 toda una literatura que prueba su devoci贸n est茅tica por las ninfettes no atrapables con alfileres de cabecita. Su erotismo era, sin embargo, m谩s evidente cuando describ铆a el equipo de caza de mariposas, la manera de ahorrar la muerte lenta a los ejemplares capturados, de guardarlos en delicados sobres de celof谩n previamente recortados por su esposa Vera y de abrirlos luego de apretarlos suavemente en el interior de una toalla h煤meda. Pobre Neruda con su museo marino de botellas de vidrio y mascarones de proa 鈥揷omo bibli贸filo era m谩s serio, ten铆a cartas de Isabel Rimbaud y primeras ediciones de Las flores del mal鈥, y pobre Colette, due帽a de 100 pisapapeles abastecidos de una vez sola por Lalique: desconoc铆an la excitaci贸n soterrada, la pr贸rroga de vida que significa el hecho de que enuna serie de cajas de madera salpicadas de colores inveros铆miles y de nombres en lat铆n todav铆a falte esa mariposa.
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