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Viernes, 4 de diciembre de 2009
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Danza

La heroína romántica

Salteña, 25 años, bailarina por sobre todas las cosas –aun cuando estudie actuación–, Eliana Figueroa está cumpliendo su propio cuento de hadas: interpretar a Violeta, la protagonista de La Traviata, en una versión para danza que coreografió Iñaki Urlezaga, quien también bailará junto a ella. La prueba de fuego para este desafío ya sucedió en Salta, donde se estrenó la obra y donde la emoción de Eliana no pudo menos que desbordarse. Es que siempre se vuelve al primer amor, y algo de eso hay para ella entre los cerros del norte.

Por Moira Soto
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Lo suyo parece el happy end de una historia de vida hollywoodense: vocación irreductible por la danza, una madre abnegada que sostiene por encima de todos los escollos, un descubridor de talentos que aparece en el momento preciso, una chica que supera desarraigos y soledades, el encuentro con un gran bailarín que incorpora a esta heroína de la vida real a su compañía internacional, el éxito creciente y ahora, la semana próxima, el estreno en Buenos Aires de un ballet a su medida, interpretando a la Violeta de La Traviata, con coreografía y dirección de Iñaki Urlezaga, también su partenaire, con arreglos musicales del maestro Luis Gorelik, 150 artistas en escena, vestuario de Verónica de la Canal y escenografía de Daniel Feijóo.

“Por ahora, la historia cierra bien por todos los lados, es mi propio cuento de hadas”, ríe con frescura esta salteña de 25 años, que todavía no se la cree. Eliana Figueroa empezó a estudiar danzas clásicas a los 6 en su provincia, pasó por el Colón –como estudiante y bailando sobre el escenario– y entró hace 5 en la compañía Ballet Concierto de Urlezaga. “Mi mamá siempre cuenta que a los 3, yo ya me quedaba fascinada mirando ballet por TV Chile. Después, imitaba lo que había visto y pedía aprender a bailar. Cuando por fin empecé, para mí era como un juego que me entusiasmaba. Tenía una maestra muy joven, Lupe, que nos hacía inventar una historia y tratar de contarla bailándola. Me encantaba la idea del relato a través de la danza, expresarme a través de los movimientos. Creo que ya intuía que la danza es un lenguaje. Así, mientras las chicas de mi edad jugaban a la muñeca, yo bailaba por puro gusto, me divertía de esa manera.”

La mirada del experto que te descubre ¿marca un antes y un después en tu vida?

–Me abre una posibilidad inesperada. Después de Lupe, pasé al estudio de Virginia Miller. Ella nos llevaba a concursos por Salta, por el interior. En una de las oportunidades con que vinimos a Buenos Aires, hicimos cursos de verano y de invierno en el Colón. Me tocó con Rodolfo Lastra, que se fijó en mí y le dijo a mi mamá que me veía con muchas condiciones, que tendría que estudiar en el Colón. En realidad, él pretendía que me quedara ya. Pero volví para organizar todo con mi mamá, siempre tan dispuesta a respaldarme. Sin ella no habría llegado jamás al lugar donde estoy.

A los 12, y teniendo que separarte de tu mamá para vivir con tu abuela, ¿flaqueaste en algún momento?, ¿pensaste en volverte a tu casa?

–¿Sabés que no? El primer año fue el más difícil, me costó separarme de mi familia, extrañé muchísimo. Las cuentas del teléfono subieron porque me la pasaba hablando con mi mamá. De hecho, la primera noche en Buenos Aires no paré de llorar. Pero nunca, nunca se me pasó por la cabeza la idea de dejarlo todo y volverme. Tenía una especie de claridad total sobre cuál era mi meta y valoraba esa oportunidad que me había tocado. Y por otro lado, cuando estaba en el Colón bailando me sentía verdaderamente feliz, eso me compensaba.

¿Siempre supiste que la técnica no bastaba, que también necesitabas manejar la actuación para generar emoción?

–Mirá, por algo la danza es la primera manera de expresarse de los seres humanos, aun antes de la palabra, de las otras artes. La danza genera ritmo, música. Yo creo que esto de transmitir ideas, sentimientos, una narración a través del movimiento fue lo primero que me gustó de la danza que veía en la tele. Después vino la técnica, es decir, los recursos para poder expresarme a través del aprendizaje, entender la rigidez que tiene esta carrera. Las dos cosas se complementan y conjugan.

¿Cómo fueron tus primeras actuaciones en público?

–En el Instituto del Colón hay un Ballet Joven, ahí hice varios roles, empecé de a poco. La Bella Durmiente, Paquita, Baile de graduados... Pero las primeras veces en público tuvieron lugar en Salta, en los espectáculos de Virginia Miller. Era muy chica en ese entonces. El primer protagónico que me tocó, La Bella Durmiente, con orquesta y todo, fue algo incomparable. Y fue raro ver mi nombre que empezaba a aparecer en las críticas, hasta ahora favorables, por suerte.

Más allá de los ensayos y el trabajo de equipo, ¿cómo te preparás para encarar un personaje como la Violeta de La Traviata?

–Lógicamente, hago todo lo que esté a mi alcance: investigo, leo, trato de empaparme... Con La Traviata me pasó algo especial, me apasionó su historia, el perfil del personaje. Entonces, ya por gusto personal, me dediqué más a fondo: leí la novela de Dumas, La dama de las camelias, vi todas las versiones de cine, desde la de Greta Garbo a la de Franco Zeffirelli. Averigüé sobre la historia real de Margarita, que me conmueve mucho. A ella la vida la había llevado a ejercer este oficio, en la novela está resumida su infancia en el campo, su madre la golpeaba, la chica se escapa y llega con 15 años a París. Creo que no le quedó otra salida. Y se muere a los 23, 24, luego de una vida muy intensa, muy sufrida pese a los lujos exteriores, su gran felicidad fue efímera. Margarita supo jugarse, fue siempre y hasta último momento una persona muy generosa.

¿Asististe a buena parte del proceso de creación de este ballet que se estrena el viernes próximo?

–Sí, fue muy interesante porque el ritmo del relato se modifica, también la orquestación. Por supuesto, Iñaki tomó los momentos que importaban para el desarrollo dramático y también los temas musicales más adecuados para la danza. Aunque se han suprimido algunos personajes, se respeta la línea de la ópera y obviamente los rasgos de Violeta, Alfredo, el padre, Gastón, el duque... El ballet está dividido en dos actos, cada uno de dos cuadros. La única innovación es que en la última escena aparece una bailarina personificando a la Muerte.

¿Qué opinión te merece Alfredo?

–Bueno, es un hombre que responde a la mentalidad de la época, reacciona cruelmente cuando se cree abandonado, engañado, humilla a Violeta de la peor manera. El, que conocía su pasado, que había jurado amarla como era y jamás echarle en cara nada... Pero en la primera oportunidad pone en evidencia sus prejuicios. Creo que en ese aspecto, el personaje no ha perdido actualidad: por celos, por machismo, hay muchos hombres que hoy actuarían de manera parecida. Pero el personaje más negativo, más siniestro, es el padre de Alfredo, que conspira contra la felicidad de su hijo, destruye las ilusiones de Violeta, usa argumentos muy hipócritas para convencerla. Desarrolla su estrategia sin reparar en el daño terrible que está haciendo.

¿A qué atribuís la inoxidable popularidad de La Traviata?

–Creo que toca fibras sensibles humanas, de todas las épocas. Que su romanticismo sigue fascinando al público que primero convirtió en éxito la novela, luego la adaptación y finalmente llegó la hermosa versión operística, favorita de todos los públicos cada vez que se repone. Y ahora llega este ballet que capitaliza el dinamismo de la obra de Verdi, su envolvente música.

¿Fue por azar que la primera presentación del ballet se hizo en Salta, tu ciudad?

–Para mí ha sido más que soñado. Hubo como una confluencia de factores: el encuentro de Iñaki y Luis Gorelik, ambos platenses. Pero resulta que en estos momentos, Gorelik es director de la Orquesta Sinfónica de Salta, a mi entender una de las mejores del país. Así que de entrada se estableció que el trabajo se iba a hacer con esta orquesta. Ya el año pasado nos invitaron a bailar con la compañía de Iñaki, hicimos Carmen y un programa mixto con tangos. Y este año fuimos a hacer, con Iñaki, Giselle, con el Ballet de Salta. Y ahora vamos a presentar acá en Buenos Aires La Traviata con la Sinfónica de Salta, después de ofrecer el debut absoluto allá en una función tremendamente emocionante para mí: terminé hecha un mar de lágrimas, lo mismo le pasó a mi mamá... Sentí que estaba viviendo una culminación, que todo lo que había estudiado, los personajes que había interpretado hasta ese momento, confluían en esta interpretación que me llegaba en el momento justo, ideal. Que era sumamente afortunada. Esa función fue la mejor de mi vida: bailar este personaje con Iñaki, ese despliegue, la Sinfónica sonando de esa manera en mi ciudad, ¿qué más podía, puedo pedir? Estoy muy agradecida de poder bailar con Iñaki, una persona tan talentosa, supersencilla, muy sensible, con mucho sentido del humor, que te hace el trabajo fácil y grato. Porque aunque es muy exigente y detallista, nunca te hace sentir el peso de los ensayos, te da libertad, te deja hacer, que saques tu personalidad en el baile, Después, claro, va puliendo todo.

¿Violeta tiene que redimirse de algo?

–Para el siglo XIX y su doble moral, supongo que sí. Yo por supuesto no creo que tenga que redimirse de nada, no la veo como a una pecadora ni nada parecido. Al contrario, como te dije antes, se trata de una persona extremadamente generosa y valiente. En el final está sola, los personajes que la acompañaban por interés la dejan de lado cuando ella pierde todo y su enfermedad se agrava. Sólo una mujer, el ama de llaves, permanece a su lado.

Te toca interpretar la agonía y la muerte en escena...

–Se trata de una muerte anunciada. Desde el principio, tengo que ir mostrando la enfermedad de Violeta, que sabe que tiene los días contados. O sea que tengo que transmitir la evolución de su mal mientras se van desarrollando todos los tramos de la historia: el enamoramiento, la dicha, la ruptura, la humillación, el dolor, el reencuentro. Si bien Giselle es un personaje que me gustó mucho hacer, creo que esta Violeta está por arriba, por muchas razones.

¿Ves algo más que danza en tu futuro?

–Por ahora, no concibo otra manera de vivir, aunque sí tengo claro que no es para siempre, ojo. Por eso trato de vivir tan plenamente este momento, con tanta entrega. Cuando pase los 30, seguiré bailando, pero no con este nivel de exigencia, de rendimiento, con tanta inversión de tiempo y energía. No es que no me divierta aparte: tengo a mi familia, a mis amigos. Y este año empecé a estudiar teatro, actuación en La Plata, impulsada por el deseo de interpretar lo más cabalmente posible a Violeta y porque pensé que me serviría para otros roles. Me gusta y no descarto la idea de ser actriz alguna vez.

Las funciones de esta versión de La Traviata tendrán lugar
los próximos viernes 11, sábado 12 y domingo 13
en el Teatro Coliseo.

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