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Viernes, 26 de marzo de 2010
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Mapa de las mujeres en la Argentina

Por Luciana Peker

En la Argentina, las estudiantes universitarias, que llegan a recibirse, superan ampliamente a los varones que se forman como profesionales. Sin embargo, a pesar de la mayor capacitación, la desigualdad salarial es una injusticia que está borrada de la agenda política y afecta a los bolsillos femeninos: las mujeres ganan alrededor de un 20 por ciento menos que los varones. Pero el problema es más difícil de solucionar porque hay poquísimas sindicalistas para defender las condiciones de empleo de las trabajadoras. Todo esto, a pesar de que ya tres de cada diez familias dependen de una jefa de hogar. Mientras que la gran deuda de la salud pública es que la mortalidad materna prácticamente no baja desde hace 15 años y la principal causa es el aborto. Las estadísticas enlazadas en esta nota a partir de distintas investigaciones reflejan un país con grandes progresos, contradicciones, deudas pendientes, disparidades sociales e inequidades regionales.

Una radiografía de las mujeres argentinas que avanzaron en su capacitación, la mantención del hogar y el acceso al poder, pero todavía sufren discriminación laboral y económica –un problema absolutamente invisibilizado– y otras agujeros en las políticas públicas incongruentes con el nivel de desarrollo del país –como el embarazo adolescente o las muertes por aborto- que no logran revertirse a pesar de los reclamos y los compromisos internacionales. Un informe para saber quiénes somos, cómo estamos y todo lo que nos falta para que la igualdad sea una palabra que nos beneficie a todas.

LA MITAD MAS UNA

ELLOS NO SON FOBICOS

SER ELLA NO ES LO MISMO QUE SER EL

ESTUDIOSAS HASTA EL FINAL

MAS TRABAJADORAS, PERO TODAVIA SIN IGUALDAD

LA DESIGUALDAD SALARIAL ROMPE LOS BOLSILLOS

Bolsillos sin fondo: la brecha salarial entre varones y mujeres (la diferencia salarial por condición de género) es en promedio de 24,6 por ciento en la Argentina, pero llega al 26 por ciento en el sector servicios y al 33,1 por ciento, por ejemplo, en la intermediación financiera, según datos del Observatorio de Empleo y Dinámica Empresarial del Ministerio de Trabajo, del 2008. Entre otras cosas, porque los jefes les preguntan: “¿A vos no te mantiene tu marido?”, les critican que ellas faltan cuando sus hijos las enferman, subestiman sus ideas o les traban sus ascensos.

Injusticia salarial: “A igual calificación los hombres ganan más que las mujeres, cualquiera sea el estadístico que se utilice para medirlo. Por ejemplo, el sueldo promedio de un hombre cuya actividad es calificada como profesional es de $4064 mensuales, mientras que para las mujeres este valor desciende a $3409, es decir, un 16 por ciento menos. En el caso de personas que realizan actividades no calificadas el sueldo promedio de las mujeres es un 24 por ciento menor que el de los hombres”, sostiene el informe de la consultora “epm”, de Gustavo Quiroga, en base a datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), del segundo trimestre del 2009.

Jefas, pero de familia: Tres de cada diez mujeres está al frente de su casa: en el 35 por ciento de hogares las esposas, solteras o separadas son jefas de hogar. Ellas tienen la responsabilidad de estar al frente de los gastos, pero no ganan como necesitan –ni como sus pares varones– para que ese frente no les pese tanto como sucede en la actualidad.

El techo masculino rompe el cristal: “Los hombres no sólo tienen el sueldo promedio más alto que las mujeres (cualquiera sea la clasificación laboral) sino que, además, en todos los casos para ellos el techo salarial es mucho más alto que para el sexo femenino”, asegura Gustavo Quiroga. Esto implica que no sólo las mujeres ganan menos, aun en las mismas tareas que sus compañeros masculinos en la mayoría de los casos, sino que también gozan de menos posibilidades de ascender y ganar más. Si se tiene en cuenta que ya en tres de cada diez familias la responsabilidad de pagar las expensas, el supermercado y los libros del colegio, entre otras cosas, cae en la billetera femenina, la desigualdad salarial implica no sólo una desventaja de género sino un empobrecimiento para sus hijos e hijas.

Piso pegoteado: las diferencias laborales y salariales entre mujeres y varones ya constituyen una realidad registrada por estadísticas oficiales y que hay que cambiar, aunque haya que tocar muchas puertas (o techos) y dejar de pagar el derecho de piso, tan pegajoso como lo define la Coordinación de Equidad de Género e Igualdad de Oportunidades del Ministerio de Trabajo. Según esta área existen dos situaciones que perjudican a las mujeres: el techo de cristal (que alude a la dificultad para ocupar altos cargos o prosperar en las carreras) y el piso pegajoso (que habla de la concentración de las mujeres en trabajos de poca calificación y movilidad, con bajas remuneraciones). Basta de techos y pisos: puertas abiertas a más y mejores oportunidades.

Salud pisoteada: “Los problemas de salud ocupacional de las mujeres no son, en general abordados por los empleadores, sindicatos, investigadores y gestores de políticas, lo que contribuye a aumentar más las inequidades por razón de género en la salud ocupacional”, remarca el informe “Políticas de equidad de género, talleres de negociación colectiva”, del Ministerio de Trabajo.

¿Y ahora quién podrá defendernos? No es raro que la desigualdad salarial no esté en la agenda pública, mediática y política, no sólo por la falta de políticas de género sino por la falta de mujeres que puedan defender las condiciones específicas de trabajo de las mujeres: sólo el 23 por ciento de los puestos de dirigencia sindical están ocupados por otras mujeres que –si además tienen conciencia de solidaridad de género– se puedan ocupar de qué no sólo los gremios mayoritariamente masculinos –-como los camioneros, petroleros, mecánicos, etc.– consigan buenas paritarias sindicales, de pedir por la licencia por paternidad de, por lo menos, 15 días (para no quedarse solas cuando tienen hijos), mejores condiciones para dar la teta, que la maternidad no atrase sus carreras o la creación de jardines maternales y de infantes (hasta los cinco años para trabajadoras/es en sus lugares de empleo) que son beneficios que, generalmente, facilitan la posibilidad de mantenerse o ascender en el mundo laboral.

En fin, hay un sinfín de deudas de género en la Argentina (un país que, en el imaginario social mayoritario, se jacta de no ser machista) porque hay mujeres empresarias, en la política o en la universidad. Sin embargo, esos pasos adelante no representan el final de la igualdad, sino rasgos de un país contradictorio que, a veces, por mirar el promedio, se olvida de la más jóvenes, pobres y excluidas, de los cuerpos perdidos en camillas clandestinas y de los bolsillos rotos de las mujeres que todavía pierden por ser mujeres.

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