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Viernes, 28 de marzo de 2003
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La pelea de Esquel

Rosa Chiquichano, abogada y activista tehuelche-mapuche, Silvia González, doctora en química, y Marta Sohares, profesora de esa misma materia, fueron tres de las y los protagonistas de la sociedad civil de Esquel que con su movilización detuvieron el proyecto de la empresa Meridian Gold.

Por Soledad Vallejos
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Pastos tiernos, abrojal”, ése era el espíritu que hace cerca de 12 mil años sintieron los nómades tehuelches al pisar esas tierras de lagos, montañas con nieves eternas y pastos verdes que terminaron por formar parte de la Argentina con un nombre aborigen que trascendió, inclusive, la construcción del Estado nacional y la radicación de colonos galeses: Esquel. “Causa suprema”, “un fin allá, arriba”, “aire puro, agua pura, Patagonia prístina”, ésas son las palabras que brotan ahora de las gargantas de tres mujeres esquelenses (“de corazón”, dirá una) cuando apenas han pasado algunos días desde el plebiscito en el que casi el 70 por ciento de la población de Esquel ha votado (un porcentaje de presentismo que ya quisieran tener los comicios electorales allí) para decir que el 85 por ciento de ella está decididamente en contra de que una empresa minera se instale a sólo siete kilómetros de la ciudad para demoler montañas, contaminar arroyos, y llevarse oro. Apenas han empezado a paladear el sabor de los resultados de la resistencia civil, pero la abogada y activista tehuelche-mapuche Rosa Chiquichano, la doctora en química Silvia González y la profesora en química Marta Sohares dicen que sus tareas al servicio de su pueblo están lejos de terminar. Agregan ahora hay que ver qué sigue, (“porque ganamos una batalla, no la guerra”), con el entusiasmo de quien ha visto las pruebas que confirman la fe, contra ese emprendimiento minero que a mediados del año pasado había desembarcado decidido a vulnerar toneladas de roca para sacar los resplandores dorados de la tierra. El no rotundo que el proyecto de la empresa canadiense Meridian Gold cosechó en las urnas el domingo pasado llevó cerca de nueve meses de investigación y de insistente difusión boca a boca por el pueblo –habida cuenta del total apoyo gubernamental de que gozaba la inminente extracción minera–, Chiquichano, González y Sohares saben que nada es de un día para el otro, pero eso es lo que menos les importa. Se trata, dicen las tres, de haber descubierto la posibilidad de unirse, de saber que es posible construir un consenso de manera horizontal.

Heredarás el viento
“Una concepción filosófica de vida”, dice Rosa Chiquichano que la impulsó “primero en silencio, en soledad” a preocuparse por la posible llegada de emprendimientos que contaminaran el medio ambiente que su tatarabuelo y su bisabuelo, los caciques tehuelches Chiquichano (“que recibieron a los colonos galeses cuando llegaron”), le dejaron en herencia. El amor por la naturaleza “hace a nuestros valores culturales, a nuestra identidad histórica ancestral, a nuestros sentimientos por la tierra”. Eso fue lo que, hacia agosto del año pasado, la llevó a sentarse entre los 400 asistentes a una charla que materializó los crecientes rumores sobre una explotación minera en las montañas. Poco antes, un diario local había titulado su tapa con un alborozado “¡Oro en Esquel!”, pero era todo lo que sabían los vecinos. En esa reunión organizada por la compañía Meridian Gold para que la información sobre el emprendimiento disipara los temores, esperaba conocer algo más. A medida que Guillermo Hughes, el director de Minería de Chubut (quien, por cierto, había sido convocado por una consultora privada para participar del estudio de impacto ambiental correspondiente), iba pasando las diapositivas para que el representante de la empresa pudiera ir explicando que, en realidad, el cianuro que pensaban usar para la explotación a cielo abierto no era más perjudicial para la salud que la lavandina común, Marta Sohares no podía creer que “solamente se hablara del progreso pero no del proyecto”. Cuando el mismo señor dijo que su saco había sido teñido con ferrocianuro férrico y que eso demostraba la inocuidad del cianuro, ella y Silvia González empezaron, cada una a su turno, a levantar la mano para hacer “algunos señalamientos”, pero sin más resultados que lograr que algunas personas les pidieran silencio, que queremos saber, queremos trabajar, nos interesa. Ese fue el detonante: Marta y Silvia se levantaron y se fueron.
“Fue una mezcla de indignación y de sentir que te subestiman tanto como pueblo, como todo”, dice Silvia que sintió antes de tomar una decisión con su colega: “como docentes universitarias, lo mínimo que podemos hacer es poner en claro las cosas y, a través de extensión universitaria, informar a la población”. Tenía 25 años cuando pisó Esquel “de aventurera, digamos, para salir un poco de la vorágine de la ciudad, y conseguí trabajo, y me quedé, me quedé, me quedé”, y ahora, con 42, un doctorado obtenido entre Buenos Aires y México y una niña de 3 años que cada tanto llora porque “me pide ayuda”, dice que es “un soldado de la asamblea de vecinos autoconvocados”, a la que ella no concurre porque prefiere “optimizar el tiempo en cosas técnicas” que puedan servir a esta causa. Su marido, en cambio, sí asiste a las reuniones que cada viernes encuentran a cerca de 500 esquelenses debatiendo con un espíritu netamente horizontal (“no sé si lo viste, el otro día salió en la televisión, él era el puño en alto”) sobre los próximos pasos a seguir para evitar que el arribo de un poder económico con fluida llegada a los despachos oficiales cambie definitivamente su lugar.
Marta Sohares tenía 42 años cuando ganar un concurso docente de la Universidad de la Patagonia le permitió dejar atrás sus experiencias en distintos lugares de la provincia de Buenos Aires y Ecuador para radicarse, con su familia, en Esquel. “¿Viste cuando uno elige su lugar? Este es tranquilo, bellísimo, purísimo, uno puede trabajar mucho pero también dormir siesta. Este es mi lugar en el mundo, pero si se pone la mina, ya no”, explica con una convicción a prueba de amenazas como la que recibió a fines de octubre del año pasado, cuando la resistencia ya estaba en marcha, y las estrategias cambiantes de “la Meridian” también. “Me acuerdo de la fecha porque fue antes de mi cumpleaños... la amenaza fue ‘van a quedar tendidos en la plaza’.” Para entonces, las charlas que, haciendo valer los principios legales de la extensión universitaria (es decir, ellas investigaban y difundían ad honorem pero la universidad estaba obligada a respaldarlas), ella y Silvia daban en casas de vecinos, ONG, escuelas, aulas universitarias para alertar sobre el proyecto habían ido creciendo. Ese 4 de diciembre, sin embargo, no sabían qué esperar, “nos sentíamos muy solas las dos, nos dábamos ánimo mutuamente”. En esos días, Rosa no deba descanso a los libros de derecho que la habían acompañado los tres años y medio que le tomó recibirse de abogada a sus 52. Buscaba, junto con el abogado Gustavo Mancayo, la pista sobre alguna acción judicial que permitiera frenar lo que parecía inevitable. Ese 4 de diciembre, la intendencia había tenido que convocar a la audiencia pública que la ley obliga y que, en la primera etapa del proyecto (la de exploración) no había sido cumplida. Ese día, también, los vecinosautoconvocados habían impulsado una marcha para reclamar la realización del plebiscito. Rosa estaba “espiritualmente feliz, porque 4, 40, 400, es el número sagrado de las culturas originales de acá”. Ese día 4, 3 mil personas se volcaron a las calles. “Desde distintas profesiones, lugares de trabajo, también los no profesionales, todos estaban aportando su granito de arena para oponernos. Fe maravilloso ese día, porque vimos que no estábamos solas, nos dio muchísimo ánimo. Y me quedé muy contenta, porque quedé tendida en la plaza, como decía la amenaza, pero cansada y rodeada de gente”, cuenta Marta. Pocos días después, Rosa y Gustavo Mancayo presentaron el recurso de amparo en nombre de todo el pueblo que logró frenar por algunas semanas más los trabajos de Meridian Gold.
Verónica Odriozola lleva nueve de sus 33 años trabajado como Coordinadora de la Campaña de Tóxicos de Greenpeace. Ha participado en acciones de lobby (la primera instancia del trabajo de la organización es intentar convencer a gobiernos, legisladores y empresarios de la necesidad de preservar el medio ambiente en casos específicos) y también de acciones directas el suficiente tiempo como para decir que, en su experiencia de trabajo, “en conflictos como éste nunca había vivido algo como lo que viví en Esquel”. Ella y Mariana, otra integrante de Greenpeace, entraron de lleno en el conflicto para dar apoyo a “la increíble movilización que ellos mismos habían generado de manera espontánea”, cuando los correos electrónicos y pedidos de ayuda eran tantos como para demostrar que algo estaba pasando. “Fue creciendo hasta que nos dimos cuenta de que respaldar esta movida de la gente para parar el proyecto podía tener costos muy altos porque hay decenas de proyectos similares con el oro en la Argentina, y entonces el de Esquel empezaba a ser una especie de paradigma. Era muy importante el destino que tuviera el destino de esta protesta porque iba a marcar un camino para los demás proyectos.” Y el destino, hay que decirlo, no estuvo nada mal: la asamblea de vecinos (apoyada por las gestiones que Greenpeace intentó en Buenos Aires, por ejemplo, para que el gobierno nacional, que ya mantuvo entrevista con Meridian Gold, también encuentre lugar en la agenda para una representación de los vecinos de Esquel, algo que todavía no sucede) logró el plebiscito, logró que el resultado obligara a cambiar el apoyo incondicional que el intendente de Esquel y el gobernador de Chubut daban al proyecto por un se-hará-lo-que-resulte-en-las-urnas.
Marta dice “estoy segura de que aquí no la pueden instalar, pero lo van a querer hacer en Chubut, y nos vamos a instalar en el pueblito que sea para que no lo hagan”, porque los planes de explotación (algunos de los cuales ya en etapa de exploración) ya han dejado en los mapas “la cordillera como estrellitas”. Pero “nosotros estamos demostrando al país que el pueblo, por lo menos, puede decidir vivir sanamente”. “Una gran expectativa, pero también tranquilidad, sangre fría, porque esto fue sólo una etapa”, siente Rosa, que no se cansa de repetir que “no queremos ninguna negociación: queremos que se vayan, y no de Esquel, sino de Chubut”, aunque la “resistencia popular” implique tiempo y militancia, porque “los principios no se venden”, y esto va a contaminar, y, además, “económicamente es un saqueo”. La fuerza, asegura Silvia, “sale del corazón, la mayoría de la gente de la asamblea sigue en esto por sus ideales, no es algo egoísta, es un fin allá arriba”. Sin embargo, insiste en la necesidad de estar alerta: “No creo que sigan así, los de la Meridian van a afinar las estrategias”. Las últimas noticias sugieren lo mismo: el gobernador José Luis Lizurume anunció, sí, la paralización momentánea del proyecto, pero también pidió a la empresa que antes de seguir “cambie de consultora porque evidentemente la gente no le cree”.

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