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Viernes, 16 de julio de 2010
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LO OSCURO QUE SE ILUMINA

Adaptado por su propia autora, la gran escritora Liliana Bodoc, y estupendamente llevado a escena e interpretado por el grupo Tres Gatos Locos, Un cuento negro es una de las mejores sorpresas de la temporada.

Por Moira Soto
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¿Acaso la Madrastra no mandó a matar a Blancanieves y le exigió al cazador que como prueba trajera su corazoncito recién arrancado en un cofre? Según lo señaló sabiamente Bruno Bettelheim, los cuentos para chicos/as deben considerarse representaciones simbólicas de experiencias decisivas de la vida, que sus destinatarios captan intuitivamente mientras que algunos adultos se los toman al pie de la letra (y así es que se han escrito ridículas versiones “políticamente correctas” de una serie de clásicos de hadas).

En Un cuento negro, admirable obra teatral de Liliana Bodoc, que la escritora adaptó de su relato “Negro” (incluido en el volumen Sucedió en colores, por desdicha agotado y no reeditado), la muerte es tomada naturalmente como parte del ciclo de la vida, aparentemente representada por un personaje femenino todo de negro, el rostro velado y un cuervo cómplice en su hombro (un ave negra, no por azar). Esta presunta Muerte llama a la puerta del deshollinador Bruno, un escéptico de corazón endurecido que vive como okupa en una casa abandonada. El hecho de que Bruno, acicateado por un Relator (especie de Grillo de Pinocho, de voz de la conciencia, también con algo del rol del corifeo), se crea que está viviendo el último día de su vida, lo induce a una transformación personal, a una humanización, a un volver a vivir. Porque, de manera simbólica, muere aquel deshollinador individualista, insensible, receloso, y nace un tipo más solidario, romántico y gentil, que descubre la utilidad de su trabajo, el hambre de los chicos de la calle, los bonitos ojos de la vecina Melania...

Tres Gatos Locos es el regocijante nombre de la compañía que, con grandes aciertos, ha llevado a escena e interpreta Un cuento negro. Creada en 2002 en pos de lenguajes artísticos populares, con la clara intención de transmitir contenidos sociales, incorporar distintos géneros musicales e interactuar con el público, siempre cultivando un humor incisivo y conducente, esta compañía ha recorrido la Argentina y Latinoamérica, de Bolivia a México, haciendo teatro callejero a la gorra. Sistema que practican actualmente en Buenos Aires –en paralelo a las funciones teatrales– mediante intervenciones de siete minutos en vagones del subte que va de Carlos Pellegrini a Los Incas. La obra, para todo público, se llama Incomunicación y la actúan los mismos protagonistas de Un cuento...: Galileo Bodoc, Juan Manuel Gabarra y Federico Costa, tres artistas muy entrenados y afinados que hacen de su trabajo itinerante una genuina militancia artística con compromiso social. Con el soporte técnico de Fernando Cerra –DJ del grupo– agitan la inercia, la monotonía que suele caracterizar a pasajeros y pasajeras, para mandarse desde el humor una crítica al consumismo, centrada en el uso adictivo de celulares, provocando así sonrisas y descompresión en un sitio donde la gente ni siquiera se mira a los ojos. Aunque nunca falta algún mala onda que se fastidia, lo usual es que grandes y chicos reaccionen favorablemente y participen. Nadie sale de los vagones agraciados igual a como entró, y algunas personas aprecian tanto el espectáculo Incomunicación, los recursos de vestuario y sonido, las actuaciones, que cuando pasa la gorra, entre las chirolas, a veces se deslizan billetes de diez, veinte pesos...

Galileo y Juan Manuel son los responsables del montaje teatral de Un cuento negro, a partir de un texto imaginativo, poético, sustancioso, que despliega un rico vocabulario además, claro, de las ideas relacionadas con la nivelación para arriba de la calidad de vida, con las diversas formas del amor al prójimo, la defensa de valores como la compasión, la ecología, la amabilidad. Más del lado de Roald Dahl, de Tim Burton (de antes de esa Alicia comerciante y colonialista vista hace poco), Liliana Bodoc denota un total respeto por la capacidad de niñas y niños para descifrar signos y señales puestos con precisión y sentido en la construcción de una obra que promueve diferentes emociones, incluido el miedo.

Galileo Bodoc derrocha histrionismo de alto relieve como el deshollinador; con irresistible carisma, Juan Manuel Gabarra se hace cargo del Relator, mientras que Federico Costa se desdobla con plasticidad en varios papeles, ya con gracia desopilante (ay, ese fraile amaneradito), ya provocando un sobresalto al atravesar la escena como un relámpago en traje de luchador enmascarado. También hace a la dama de luto, de la que solo se ven sus manos como garras. Las garras de un sistema que desaloja, excluye, cierra horizontes.

Injusto sería cerrar este comentario sin alabar el expresivo vestuario de Neftalí Garrido y Aravinda Juárez, esas ropas hechas con retazos que hablan de marginación pero dándoles espacio a vivos colores, con preciosos detalles atemporales. También merece reconocimiento la banda sonora que mezcla desprejuiciadamente música clásica, contemporánea, electrónica, bases de hip hop, más los efectos que para clima de suspensos, susto, juego o romance, aporta el experto DJ.

Un cuento negro, los domingos a las 18 en Belisario, Corrientes 1624, a $ 25, recomendable para niños/as a partir de los 7 años.

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