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Viernes, 16 de julio de 2010
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AMOR, PAZ Y COMIDA CHATARRA

Princesas emancipadas, galanes plebeyos, hadas y brujas chambonas, trovadores juguetones, aristocráticos villanos de décima y un dragón para llevarse a casa en una grata comedia musical de Enrique Pinti.

Por Moira Soto
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El tierno de Cirilo tiene muy poco que ver con ese monstruo mitológico que, según lo pintan, parece un collage surrealista: patas con garras de águila, alas estilo murciélago, escamas que envidiaría una serpiente, cola en forma de flecha, boca que escupe fuego... Es decir, el bicho ideal para que los héroes de cuentos de hadas lo enfrentaran y vencieran con el fin de rescatar y conquistar a la princesa de turno. Cirilo, la amorosa bestia que es desafiada por el leñador Roblecito, alias El caballero Blanco, en la obra Mi bello dragón, está más emparentado con los benévolos dragones chinos, muy anteriores a los occidentales, que ayudan a producir lluvias para que germinen la cosechas.

En verdad, Cirilo ni siquiera tiene ganas de moverse de su cueva roja donde, glotón, da buena cuenta de sus comidas chatarra favoritas. Pero está escrito en los cuentos tradicionales –y en la mitología griega, y en el santoral católico...– que los varones de agallas, aunque carezcan de escamas, si hay un dragón en la vecindad de una doncella, tienen que darle batalla. Y si bien esta obra de Enrique Pinti, reestrenada recientemente con algunos retoques y ajustes que la favorecen, da vuelta como un guante el esquema de los cuentos de princesas dormidas a la espera del beso despertador del correspondiente príncipe, lo cierto es que el plebeyo candidato de la hija del rey Ñoqui se siente empujado a cumplir el papel de corajudo caballero que ataca al dragón cual un San Jorge de estampita. Pero hete aquí que el regordete animalito con que se encuentra, ni echa fuego por las fauces ni está dispuesto a responder a la agresión del joven que quiere hacer méritos para cumplir una apuesta gestionada por sus amigos trovadores. Así es que Cirilo se hace el muerto para que cumpla la convención ese chaval de punta en blanco (“¿Qué sos? ¿Un jabón en polvo?”, le pregunta el dragón en uno de los chistosos anacronismos que se permite el texto).

Pero antes de que en el último cuadro haga su memorable aparición el dragón sensible, las riendas del relato las lleva la princesa Terremoto (en este espectáculo, los personajes llevan nombres que los definen inequívocamente), una chica que junto a su hada madrina hace excursiones nocturnas con ropas de campesina, se queda a dormir en posadas sin darse a conocer, y le encanta oír las cosas que la gente común dice de ella (“La más linda y la más terrible, la más alegre y la más temible”, por ejemplo). A Terremoto la quiere casar a toda costa su padre, hombre pusilánime y apocado. La princesa, que aún no se ha enamorado, les impone a los aspirantes pruebas irrealizables (limpiar el patio del castillo con la lengua, por caso) para zafar. Hasta que una noche, en la taberna El Gato Chueco, embozada con prendas de peregrina, ve al leñador Roblecito y cae muerta de amor. También descubre a dos villanos de décima, los duques Salamino y Tracañote, que conspiran, el primero para casarse con ella, el otro para obtener beneficios, y ambos para liquidar a Ñoqui y quedarse con el reino.

No hace falta decir que el flechazo es mutuo: también Roblecito queda prendado de esa chica que supone modesta campesina, mientras que Terremoto se derrite sin importarle medio comino que el chico sea de la clase trabajadora. Ella lleva ventaja porque conoce la identidad de él, y urde estrategias para llegar al final feliz. Que llega, faltaba más, luego de varios enredos, porque hay guardias desmañados, hadas y brujas ineficaces, amén de ese par de malvados muy asumidos que se solazan cantando: “Somos una porquería, tenemos siniestros planes, somos dos nefastos, somos dos malditos..”

En la remozada versión que se ofrece actualmente, dirigida con claridad y dinamismo por Pinti y Ricky Pashkus, hay que destacar dos aspectos realmente meritorios: la actuación y el vestuario. Puesto que se trata de un elenco tan numeroso como rendidor, por cuestiones de espacio se mencionan sólo algunos nombres: Marcos “Bicho” López es el dragón más adorable y gracioso que imaginar se pueda; Laura Silva y Vanesa Butera hacen, respectivamente, con inspirado humor a la bruja y el hada, y Omar Calicchio le saca todo el lustre posible a su impagable guardia. Dejando aclarado que el increíble traje del dragón pertenece a Maggy Eve Risdon, justo es hacerle honor al vestuario general de Pablo Battaglia por la belleza y funcionalidad de los diseños (que contribuyen a perfilar netamente a los personajes), por la refinada combinación de colores y texturas y –sobre todo– por ese arte para evocar territorio míticos, ese tiempo no fechado del “había una vez”. No es de sorprender que el talentoso Battaglia haya recuperado en su memoria, para dar una versión estilizada y casi conceptual, las ilustraciones de los hermosos libros de hadas que le leían su madre y su abuela, transportándolo a un universo de ensueño que ha sabido recrear en esta gratísima comedia musical. ¤

Mi bello dragón, en el Maipo, Esmeralda 443, 4322-4882/8238, desde $ 30. Sábados y domingos a las 17, durante las vacaciones de julio, de martes a domingos a las 17.

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