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Viernes, 11 de abril de 2003
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dolor innecesario

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Por Irma Parentella *

No podemos evitar envejecer y morir. Tampoco podemos evitar, aún, ciertas enfermedades mortales. Pero sí podemos evitar, en gran medida, los padecimientos asociados a ellas; por ejemplo, el dolor.
Quizás lo que más atemoriza de algunas patologías, más aún que la posible muerte, es la perspectiva del sufrimiento. Para tratar de dar respuesta a este problema, se han desarrollado especialidades médico-asistenciales dedicadas al control del dolor y a los cuidados paliativos. Su objetivo es tratar de evitar que la vida de un enfermo se transforme en una atormentadora sucesión de días.
Posiblemente los más eficaces y baratos analgésicos son las drogas opiáceas, como la morfina, usada con frecuencia para controlar dolores muy fuertes, especialmente en oncología. Su prescripción está pautada por normas muy estrictas, debido a que se halla incluida en el grupo de sustancias afectadas por la legislación penal de control de los estupefacientes y persecución del narcotráfico. Dadas sus especiales características, los médicos tienen cierta renuencia a recetar opiáceos, aun en los casos en que sería la droga de elección. Resulta dificultoso, también, encontrar este medicamento en muchas farmacias.
Es importante señalar que existen estudios que han establecido que la morfina, usada por este tipo de pacientes, no aparece significativamente asociada a fenómenos adictivos, ni en los pacientes ni en su entorno; hecho que debería despejar alguno de los temores acerca de su uso como analgésico.
Las consultas realizadas con especialistas en cuidados paliativos nos han informado acerca de la dramática situación que viven quienes necesitan un suministro continuo de estas drogas para controlar sus dolores. Muchos de los enfermos se encuentran en la etapa terminal de sus padecimientos y deben volver una y otra vez a las instituciones de salud, frecuentemente distantes, a obtener la morfina que necesitan, debido a que no la consiguen en farmacias y a que cada hospital sólo la suministra a sus propios pacientes. Estas dificultades hacen que los pacientes –en su mayoría de escasos recursos económicos– sufran innecesariamente.
No es mi intención aquí cuestionar la actual legislación sobre los estupefacientes, pero estoy convencida de que, aun dentro de sus marcos, deben buscarse las maneras para poder usar todos los recursos que tenemos a nuestra disposición a fin de mantener la mejor calidad de vida posible de los enfermos.
Para lograrlo hay que superar algunos prejuicios y temores, y poner en funcionamiento modalidades de suministro acordes con las necesidades de quienes viven estas difíciles circunstancias.

* Diputada nacional por la Ciudad de Buenos Aires - ARI . Vicepresidenta 2ª de la Comisión de Drogadicción

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