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Viernes, 17 de septiembre de 2010
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Libros que pican

Por Marisa Avigliano
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El país de las pulgas
Beatrice Alemagna

Phaidon
$59

En el fondo de un jardín hay un viejo colchón abandonado donde viven seis pulgas. Cada una vive en su propio agujerito, nunca se ha cruzado con la otra y ninguna de ellas imagina que comparte el hogar. Pero un día, una de las pulgas cumple años y decide salir en busca de invitados para su fiesta. Los convites llegaron a destino tan rápido como nunca lo imaginó y esa misma tarde se encontraron todas en el agujero más grande que el colchón tenía justo en el centro. Había preparado torta y elegido música de la mejor. Pero cuando la pulga gorda (la homenajeada) vio llegar a las demás, se sintió muy confundida y bastante desilusionada porque ninguna de las cinco se parecía a ella ¡horror! y eso no era todo, tampoco entre ellas había parecido alguno. Mientras que una era demasiado amarilla, las piernas de la otra eran exageradamente largas. Como la tarde se iba a terminar pronto, había que darse cuenta rápido: ser todas diferentes era una realidad muy ventajosa y para nada problemática a la hora de hacerse compañía. Hasta acá el argumento y las intenciones de Beatrice Alemagna (Italia, 1973), una de las ilustradoras más reconocidas en el mundo editorial infantil destinado a los primeros lectores. Ganadora del primer premio en el concurso Figures Futures, en el Salon Du Livre de Paris, Beatrice trabaja con lápiz, con colores pero sobre todo en sus libros hay mucho collage. El país de las pulgas es un banquete de variadas telas, encajes, puntillas y retazos bordados a mano. Un despliegue de sus gustos más primitivos y artesanales que la alejan por ahora de las tecnologías del diseño, porque como le gusta decir: “Amo la relación directa con el papel, adoro el ruido del lápiz sobre la hoja, el olor del pegamento y miles de otras cosas de las que no quiero alejarme”.

A esta italiana, francesa por adopción, le gustan las historias sobre los miedos y las razones que nos hacen sentir incómodos, tan incómodos que nos volvemos con mucha facilidad torpes y empalagosamente tediosos. Mientras se pregunta (y se ilusiona con la idea) si el público adulto estará preparado para aceptar que los textos que están destinados a ellos vayan acompañados de ilustraciones, elige para sus libros infantiles diferentes espesores y texturas con la ilusión de que el tacto sea la varita mágica y que sólo haya que rozarlas para que las imágenes se vuelvan trapecios capaces de trasladarnos de un lugar a otro sin escalas ni manías. Buscando un no lugar, un suelo móvil nunca establecido, los libros de Alemagna (traducidos a más de diez idiomas) buscan recuperar una percepción errante, una vida de aventura en la cotidianidad donde incesantemente se encuentre la belleza en lo feo y la fealdad en lo bello pero, por sobre todas las cosas, donde se pueda de vez en cuando meter la nariz en algún mundo ajeno para desenvainar cosas extrañas y maravillosas.

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