Hacer de tripas corazĂłn decĂan las tĂas, lo decĂan entre ellas, se lo decĂan a las cuñadas. Decirlo empujaba el esfuerzo que se necesitaba para poder disimular el miedo, para pasar el mal trago, la incomodidad inminente. De tripas corazĂłn es el tĂtulo de un premiadĂsimo corto de Antonio Urrutia en el que actuĂł Gael GarcĂa Bernal adolescente y es tambiĂ©n el de la novela que escribiĂł la periodista Mercedes Reincke.
Reincke, que ya habĂa publicado La nueva vida de Matilde (un ama de casa de 55 años reciĂ©n divorciada y la protagonista de la crĂłnica que M. R. escribĂa para la revista de Susana GimĂ©nez), vuelve a contar una historia de mujeres.
De tripas, corazón es una novela de chicas de country o de barrio cerrado, da lo mismo el nombre, en los dos hay un hoyo siete y ventanales grandes que dejan ver lo aburrido que es vivir tan protegidos. Dos amigas, una madre muerta, un hijo de cinco años muerto –un Rocamadour que acá es un niñosaurio–, un marido que guarda una muñeca inflable en el fondo de un placard y otro que le cuenta a su mujer que se está enamorando de otro hombre trasponen el proscenio de las veredas falsas hechas de pastos nunca sedientos y siempre bien cortados.
Ostensibles en la bĂşsqueda de una esperanza que se parezca un poco a la intuiciĂłn, los personajes de esta novela, que mantiene como coartada inconfundible ese registro de ser escrita para entretener a las lectoras, quieren tener más adrenalina que sangre. Una adrenalina que los espera en el festejo de un cumpleaños circo, en el tarot o en un curso dictado por una maestra jardinera con posgrado en psicopedagogĂa. Pero quizá la Ăşnica adrenalina con la que cuentan es la del don nigromante que las profesionales tijeras de peluquerĂa Hattori le ceden a la narradora, una peluquera en vĂas de desarrollo. SĂ, la narradora quiere ser peluquera, quiere salir del barrio privado Las Delicias y poner una peluquerĂa porque tiene una virtud inigualable para cortar el pelo, una virtud tan especial como para subirla a un aviĂłn rumbo a Los Angeles de la noche a la mañana sĂłlo para tijeretear a Emile Dou, una actriz de Hollywood que les tiene miedo a los botones.
En De tripas, corazĂłn la lluvia es el Ăşnico ruido que se espera para poder dormir, soñar, o dejarse estar entre el tedio y la desgracia –si la lluvia no está, siempre hay un CD que la emule–, como si el relato estuviera lleno de equivalentes solĂcitos de ruiditos interiores, sueños frenados, morondangas que no se pueden decir, ni siquiera guiñar. Como si no hubiera podido encontrar la lengua hĂşmeda de las palabras.
Lo que sĂ encontrĂł es el ritmo que marca lo irĂłnico –un eco tan mezquino como amigable–, infaltable en los textos en los que todo debe tener su equivalencia, donde nadie se atreve a perderse, a aventurarse, donde nada puede quedar fuera del cĂrculo de lo conocido y que sĂłlo busca el efecto y la comprensiĂłn inmediata:
“–Dame una frase. Cualquier cosa. Dame algo.
–No sé.
–Algo perverso necesito.
–Me parece que el dueño de casa está enamorado de su hermana.
–Algo más perverso. ¿Qué comieron?
–Calamares en su tinta.
–Eso.”
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