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Viernes, 25 de abril de 2003
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un viernes por la noche

Claire Denis, una de las directoras francesas más deslumbrantes del momento, llegó a Buenos Aires para presentar Vendredi soir, un film que indaga sobre ciertas búsquedas existenciales que, en este caso, protagoniza una chica que está a punto de mudarse con su novio.

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Es un mediodía alborotado, y esa mujer menuda de buzo deportivo rojo furioso y cabellos pálidos ha decidido hacer un alto en el maratón imposible de no perderse ni un solo título del Festival de Cine Independiente (“estoy viendo películas todo el tiempo que puedo”). Sentada ahí, tras una taza de café y un mate que alguien le ha convidado, Claire Denis, quizá la directora francesa más personal y deslumbrante de los últimos tiempos, está explicando que si algunas personas se acercan a saludarla durante la charla, es porque este año la casualidad quiso que su cumpleaños le llegara en otoño y en Buenos Aires, adonde vino acompañando Vendredi soir, su última película, la misma que la semana pasada inauguró oficialmente las jornadas cinéfilas de abril. La suya es una voz ronca, firme, testaruda en su intención de responder en castellano cada pregunta y convencida de cada palabra que pronuncia, como si sus respuestas fueran algún tipo de correlato de esa mirada exquisita que, hace cuatro años, convirtió la historia de un grupo de hombres de la Legión Extranjera afincados en tierra africana en Beau travail, la segunda de sus obras (que son, en realidad, unas cuantas más) en estrenarse en la Argentina. Pero eso fue en el 2001. La versión 2003 de Claire Denis (que emergió después de trabajos como Ten minutes older, realizada en colaboración con Bernardo Bertolucci, y Trouble every day) es la de una cineasta capaz de partir de un hecho absolutamente literario y transformarlo, horas de elaboración de guión y preproducción mediante, en material puramente cinematográfico, y libre de cualquier sospecha de intrusión de otros lenguajes.
–De todas maneras, es muy fácil ser fiel al libro de Emmanuèle Bernheim. El libro, en este caso, era algo que debía transformarse en material cinematográfico. Entonces, ser fiel al libro no era ser literaria, sino ser fiel a un espíritu. Cada palabra, cada puntuación me parecen una cosa muy importante a respetar, pero en el guión se transformaban en otra cosa. Hice el trabajo de adaptación con la autora, pero ella tenía mucho miedo a que yo fuera demasiado fiel. Siempre me estaba diciendo: “Hacé lo que quieras”, pero yo le decía “no, no, tengo que ser fiel al libro”. Entonces, pasó. Así como se dice que, cuando hace mucho calor, el agua se transforma en vapor, en el proceso de hacer la película hay una transformación. El film es la misma cosa que el libro, pero con una transformación.
–¿Cómo pudo resistir la tentación de recurrir a la voz en off en una película tan centrada en el interior de los personajes?
–En realidad, no la resistí. En un principio, cuando hice el primer guión, escribí la voz en off. Pero luego leí el guión y me di cuenta de que esa voz en off era imposible. No era necesaria, aunque en el libro tal vez estaba todo el tiempo. Con esa voz, no era cine para mí, era imposible.

Escapadas y mundo real
La película comienza donde termina la semana: un viernes a la noche cayendo sobre la ciudad. Laure –una increíblemente fresca Valérie Lemercier– acaba de embalar todas las cosas de su departamento para mudarse, la mañana siguiente, a la nueva casa que compartirá con su novio. Pero, encerrada en su vida, sube al auto y termina, por no saber que existe, enredada en un atasco de tránsito fenomenal (de ésos en los que puede pasar una hora sin que las ruedas avancen más de 5 metros) que ha bloqueado casi todas las calles de París. Es allí, en medio de la suspensión de la vida más o menos habitual, que se termina por generar una fisura en la burbuja: lo imprevisto de la situación, la sugerencia de una locutora en la radio, el frío de afuera y la irrupción de Jean (interpretado por Vincent Lindon) en el auto abren las puertas para que, por esa noche, Laure cancele la cena con una pareja de amigos (flamantes padres de un bebé llorón) y se lance, al principio con más temores que certezas, de cabeza a una aventura con ese desconocido. “Una película en el presente, muy concreta”, esas palabras eligió hace no demasiado Claire para definir una historia que, en lugar de reclamar la grandilocuencia de los grandes relatos con problemas aún mayores, exige (y consigue) para sí la legitimidad de lo más íntimo y privado, aquello en lo cual una esfera mayor, social o como quiera llamársela, ni corta ni pincha. Algo así como el imperio del deseo profundo y personal, la fantasía de Laure llevada, de buenas a primeras, a un terreno muy parecido a la realidad pero a la vez absolutamente distinto. Cuando la inminencia del fin de algunas cosas tal como las conoce (la mudanza, la convivencia, tal vez la posibilidad de la maternidad) empieza a agobiarla en sus pensamientos, la noche decide prestarle sus bondades para inventar una pequeña aventura que no será más que eso: un recreo, un respiro en el preciso momento en el que Laure empieza a sentirse una extraña en su propia vida. Justamente ese tema, el de ser una extranjera en la propia vida, que tanto acompaña a Claire desde los años de su infancia, cuando los afanes de su padre para criarla de manera no convencional la llevaron a vivir por toda Francia.
–¿Puede decirse que en Vendredi..., con Laure, reaparece la sensación de extranjería que se desarrollaba en Beau travail?
–Sí, porque es una noche muy especial para ella: al día siguiente cambia de vida, va a mudarse para vivir con su novio o su marido. Entonces, está completamente fuera del mundo. Y puede ser que ella también tenga ganas de sentirse así, porque está perdida en sus pensamientos. Tal vez, en el encuentro con el hombre, cuando él abre la puerta del auto para entrar, tal vez en ese momento él sea la realidad que ronda ese auto. El es la realidad del presente, de ese presente. Cuando entra, es como un aire que oxigena. Es el mundo real, con olores, con el peso de su cuerpo en el coche. No es el pensamiento de “mañana a la mañana todo va a cambiar...”.
Es en medio de una ciudad hostil, conocida y a la vez extraña, que los autos varados en el bloqueo, trayendo reminiscencias del cuento “Autopista del sur” (“adoro ese relato, pero en realidad no había pensado en eso al filmarla. Fue aquí, en la Argentina, donde me recordaron que había una situación similar allí”), comienzan a devenir en pequeños mundos que tanto pueden tocarse como aislarse. Casi réplicas de una ciudad provisoria, desde el fondo del tedio del tránsito empiezan a brotar pequeñas relaciones, miradas teñidas de voyeurismo en las vidas de otros. Cada auto, un film que Laure va seleccionando de a uno, hasta que aparece él.
–En otra de sus películas, en lugar de ensayar con los actores las escenas que estaban por rodar, elegía ensayar escenas de una película de Jean Eustache. ¿Para Vendredi... partió de un proceso similar?
–Sí. Es que me da miedo alcanzar algo muy bello en los ensayos y no tenerlo en el rodaje de la escena. Temo que me guste más el ensayo y no estar conforme al filmar. En Vendredi..., la actriz venía de trabajar en teatro y llegaba muy cansada. Entonces, cenábamos juntos con ella y con el actor, tomábamos un café, compartíamos cigarrillos. Quería que ellos seconocieran y se acostumbraran uno al otro, pero ahí también había una dificultad, porque no quería que se conocieran demasiado. En las escenas del auto, ellos dos tenían que ser tímidos.
–¿Existe para usted una mirada femenina en el cine?
–Muy honestamente, no lo sé. Es difícil pensar en “una mirada femenina” o “una mirada masculina”. A mí, siempre me dicen que hago películas de hombre, “no tenés mirada femenina”. Así que no sé. La mirada es también la relación con los otros. Entonces, en mi caso, forzosamente tiene que ser femenina, porque yo soy mujer.

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