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Viernes, 17 de diciembre de 2010
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Desde el pais de la infancia

Si en los años cuarenta los juguetes eran una excentricidad de las clases altas que se entregaban a niños y niñas una vez por semana para después protegerlos de los daños del uso, en la década siguiente su uso se popularizó merced al reparto popular de juguetes que propició Eva Duarte de Perón. Si hoy no se puede pensar a la infancia separada del juego –aun cuando haya niños y niñas trabajando, el consenso es que eso no debería suceder–, hubo un tiempo no tan lejano en que jugar era sinónimo de travesura y nada más lejos que un derecho. Estas son algunas de las claves que saltan a la vista revisando el libro de Daniela Pelegrinelli, Diccionario de juguetes argentinos, junto al amor que despiertan algunos de esos juguetes, tan fresco como se sentía en la infancia.

Por Juana Celiz y Angeles Alemandi
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“...emprendo el trabajo con ánimo de encontrar
lo que mi infancia tuvo en común con otras lejanas y desconocidas;
ya que el nexo no puede estar sino en lo pequeño, en la minucia,
y como no sé en cuál minucia, en cuál detalle,
no tengo más remedio que desplegarlos a todos”.

César Aira, El infinito.

En la primera página está la cita de Aira. Explica el lugar amistoso y amoroso que la muñeca Marilú, la estanciera Matarazzo, el Gorgo, el Cerebro mágico, el sulky-ciclo y el telefonito de madera (del reparto de la Fundación Eva Perón), como tantos otros objetos llamados juguetes, ocupan en la memoria hasta emborracharla. Y la invitan a jugar para hacerle creer que aquellos fueron tiempos bastante felices.

Una hoja después, desde el prólogo de Diccionario de juguetes argentinos (El juguete ilustrado editor) Daniela Pelegrinelli, su autora, explica: “Es posible que el país de la infancia no tenga más territorio que los juguetes que hemos logrado conservar o que nunca tuvimos”. Y luego sentencia: “Los juguetes no son inocentes. La cultura los moldea según costumbres, modos de pensar y de trabajar, convirtiéndolos en un recurso repetitivo y tenaz con que una sociedad busca hacernos un lugar en ella. Objetos del mercado y productos de una industria son por fuerza fieles a su época y la encarnan tal como es, con sus brillos y sus sombras”.

Y luego, a lo largo de 305 páginas, Pelegrinelli comparte lo que fueron 10 años de investigación. Ella es licenciada en ciencias de la educación y docente de Flacso. La forma de su libro: de la A a la Z, como un delfín, enumera marcas y juguetes. Y el contenido bucea profundo: hace una ronda entre las pautas de crianza, las corrientes educativas, la valoración de la infancia como edad privilegiada, la influencia de la clase media cada vez más urbana y con plata, las obreras y los artesanos que protagonizaban el nacimiento de la industria nacional, el impacto de la Primera y la Segunda Guerra en este mundo, los tiempos en que los juguetes eran sólo para la escenografía de la foto.

Daniela Pelegrinelli tiene puesto un vestido blanco estampado con manzanas rojas y verdes. Anda en zapatillas. Lleva el pelo corto, revuelto (¡qué dirían las peinadoras de la Rayito de Sol!). Una expresión de nena eterna en la sonrisa disimula sus qué importa cuarenta y cuántos años. Estamos en El Juguete Ilustrado, un segundo piso al borde del microcentro que sueña ser centro de exposiciones, lugar abierto para coleccionistas, refugio de charlas. Allí hay juguetes –reliquias– que hablan de lo que nosotras conversamos en un rincón.

¿Hubo un tiempo en el que los pibes no jugaban?

–Hubo un tiempo en que no era un tema si los chicos jugaban o no. La relación entre juego e infancia como algo indisoluble tiene que ver con la creación misma de la noción de infancia. Cuando se comienza a definir una cierta idea de lo que es –o debe ser– un niño, se le asignan atributos. Uno de ellos, quizás el más emblemático, fue el juguete. En paralelo, las puericultura, la pedagogía, fueron poniendo al juego en el centro de la vida infantil. Esa idea se fue naturalizando, y no se nos ocurre imaginar la infancia, o el ideal de infancia, sin ese vínculo con los juguetes y el juego. Pensar que un niño es el niño que juega es una construcción social y cultural. En las comunidades medievales el juego, por ejemplo, tenía otro sentido, religioso, comunitario, y jugaban mezclados grandes y chicos. Por eso cada juguete trae una tradición, se inscribe en una trama.

Como lo refleja tu investigación, el peronismo fue una bisagra en este sentido.

–Lo que pasó en esa época fue interesante e inédito y es imposible pensar la industria de juguetes sin analizar ese período. No sólo se promovió notoriamente la industria de juguetes sino que la infancia misma se pensó como nunca antes, por ejemplo como sujeto político. Durante ocho años se realizaron repartos de entre dos y tres millones de juguetes: camiones, muñecas, pelotas, telefonitos, locomotoras de madera, guitarras, baldes, bicicletas. Algunos eran más lujosos, otros más humildes, bastante artesanales, ya que provenían de talleres pequeños.

¿Para apoyar campañas o para acompañar fechas...? ¡Hubo un tiempo en el que no existía Papá Noel!

–Como parte de una política más amplia de protección a la infancia, de participación y de acceso a derechos. El juguete como un derecho, o como representante del derecho a vivir una buena infancia. Y si bien seguramente había una prerrogativa, la expectativa de una fidelidad, no es menos cierto que el impacto de estas políticas trascendió esa cuestión. Por primera vez, a muchas casas entraban juguetes industriales, junto con otros bienes. Durante estos años pero también antes ya existía la tradición de regalar juguetes para Navidad y Reyes, pero eran muy pocos los niños que participaban de esta tradición. El peronismo hace extensiva esta práctica al fomentar la disponibilidad misma de los juguetes, que los hubiera a bajo precio, que fueran más accesibles o regalados.

¿Por qué fue necesario democratizar su acceso?

–No sé si era necesario, era parte de una política cargada de símbolos. Si el juguete venía simbolizando desde el Siglo XIX (y antes) una infancia podríamos decir feliz, era lógico que como parte de esa construcción tan fuertemente simbólica que hacía el peronismo de sus políticas, eligiera algún objeto para reforzar el imaginario sobre la infancia peronista. Los juguetes contribuyeron a eso. Hasta los años cuarenta los juguetes eran un bien escaso, y deseado. El Diccionario... abre con una imagen, tomada en el campo en el año ‘41, donde se ve a un grupo de niños haciendo un picnic con un jueguito de té en miniatura y rodeados de juguetes alemanes. La foto muestra un momento de transición, durante el que empezó a haber más juguetes, todavía en su gran mayoría importados, y cuyo uso tenía mucho de ritual. En ese caso, esos juguetes eran sacados una vez por semana para jugar. Eran, en cierto sentido, tesoros que había que cuidar mucho. Es en ese contexto en que los repartos cobran sentido.

En tu libro no falta la referencia a la muñeca Marilú.

–Bueno, Marilú es una de las muñecas más importantes de la Argentina. Durante más de treinta años fijó pautas de crianza, de femineidad muy intensamente. Al principio estaba ligada a los sectores sociales más altos. Luego se fue popularizando. Pero la transmisión de género y de clase que ejerció a través de sus publicidades, sus productos o las revistas con las que se vinculó, Billken y Marilú, fue siempre muy fuerte. Alrededor de la muñeca se construyó un mundo que transmitía cómo ser una niña, cómo te tenías que vestir, de qué modo había que dirigirse a los niños más pobres, cómo emplear el tiempo libre. Con Marilú se accedía a un mundo de elegancia, de sofisticación, a un modo de ser mujer. Se transmitía, por supuesto, toda una construcción de la femineidad vinculada al hacer. Una debía aprender a bordar, a coser, a planchar. ¡Aunque de todas maneras el mensaje también decía que te ibas a casar con un príncipe y de eso no ibas a hacer nada! Ser hacendosa estaba vinculado al ser humilde y buena, tenía una consecuencia moral.

Y respecto al sexismo reflejado en los juguetes...

–Los juguetes están muy marcados por las diferencias de género. Aunque las nenas, por lo menos después de los sesenta, tuvimos más suerte que los varones. Tuvimos nuestros ladrillitos, el karting, el triciclo. Pudimos ingresar al mundo de los varones, a muchos de sus juegos, a lo sumo te trataban de varonera, pero te hacían un lugar. A una nena podrías regalarle en la actualidad un Playmóbil de bomberos, por poner un ejemplo, pero es imposible pensar un ejemplo a la inversa, o mucho más difícil. Incluso en la publicidad, en el Diccionario... mostramos publicidades donde nenes y nenas se mezclaban en juegos que eran más bien de varones, o fotografías con nenas manejando autitos. Las mujeres tuvimos, no sé si de manera general, pero al menos eso es lo que parece, un resquicio. Ya aparecía un reflejo de lo que pasaba: mujeres profesionales, que ya tenían un auto. Los varones quedaron más atrapados en el estereotipo de género, en lo vinculado a los juguetes.

Los juguetes serían una buena herramienta para trabajar la educación sexual en las escuelas, en nivel inicial.

–Bueno, creo que habría que trabajar con especialistas de educación sexual para ver de qué modo, cómo. Lo que yo podría decir es que esta fuerte estereotipia de género es una tradición que me imagino es difícil de romper. Cuesta todavía decidir cómo actuar si en medio de un juego, un nene se pone un vestido rosa y juega con muñecas. Solemos responder desde un patrón del tipo: “Los nenes para allá, las nenas para acá”. Habría que investigar más los juguetes, sus disponibilidades, lo que están diciendo sobre el mundo, sobre los roles. Y hay una decisión a tomar que depende del proyecto de crianza o educativo que se establezca, ya sea en términos familiares, institucionales o sociales.

En el Diccionario... hablás de la discusión generada alrededor de los juguetes bélicos...

–Es simplificador creer que un niño se va a poner violento porque le regalaste un revólver... Pero sobre todo para saber qué les hacen los juguetes bélicos a los niños, o qué les hacen los juguetes a los niños, hay que investigar. La opinión no reemplaza a los resultados de una investigación. Por lo general opinamos. Según algunos investigadores, sí hubo por ejemplo cierta relación entre el auge de ciertos juguetes y un contexto en que la guerra era glorificada. Un caso: a principios del siglo XX los libros escolares –salvo escasas excepciones– glorificaban la guerra y el ser soldado; bueno, eso no podía ir acompañado de un desprecio a los soldaditos de plomo. Solemos caer en contradicciones importantes con relación a este tema. Por otro lado, nadie dice que el Tamborcito de Tacuarí era un niño en una batalla... y hoy por hoy hay niños soldados en todo el mundo. Para mí, lo interesante del abordaje de los juguetes no está en clasificarlos en buenos o malos, no pienso en ellos educativamente, sino que prefiero analizarlos y leerlos como objetos culturales y tratar de entender de qué sociedad hablan, o hablaron.

De la A a la Z, como especialista en juguetes, ¿tenés favoritos?

–Me he ido fascinando con algunos, quizá menos conocidos entre los anticuarios y coleccionistas. He visto su capacidad para contar cosas sobre su época, sobre cómo fueron hechos... Algunos juguetes de los que no se sabía nada cuando empecé: los juguetes de papel maché de Fazzini, los trenes Mai, las cajas de magia de Alex Mir y otros más célebres como las maquinitas de coser, los proyectores de cine, las calderitas de vapor... Hablan de la tecnología, de la industria, de los niños...

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