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Viernes, 4 de febrero de 2011
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rescates > La casta Susana: año 100 a.C.

Susanita

Por Aurora Venturini
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Su papá fue Helcías y de su mamá no existen datos, dado que entonces las damas carecíamos de importancia, aun siendo madres. Nos atreveremos a decir que la innegable pareja educó a la nena en el temor de Dios, poniéndola al tanto de aquello que pudiera corromper su inocencia. La pequeña entró en la adolescencia y enseguida, ellos, la casaron con un señor muy rico, llamado Joaquín, procedente de Babilonia.

Ambos eran fieles a las leyes de Moisés. Joaquín estaba muy enamorado de su esposa, a la que llevaba 30 años. A pesar de la gran diferencia de edad, Susana, o sea Lirio, que es el significado de Susana, cumplió estrictamente con las obligaciones de una buena compañera y tuvieron varios hijos. El marido poseía una casa preciosa, con habitaciones suntuosas, siendo lo más atractivo el enorme jardín y lucía una pileta cuyas aguas claras invitaban a sumergirse y nadar... El vecindario concurría a admirar la mansión de Joaquín y aspirar los perfumes que fluctuaban desde el vergel.

A cierta hora crepuscular, el jardín se cerraba con tapias que impedían ver los interiores de la casa y la dueña, Susana, acompañada de un séquito de servidoras, salía a pasear. Cuando el calor invitaba al baño, Susana se desnudaba y entraba en la tenue corriente templada por el sol. Cuenta la leyenda que en una esquinita del tapial había una abertura que permitía espiar a pesar del cerramiento, y esa abertura fue aprovechada por dos jueces ancianos y pervertidos. Estos jueces procedían malévolamente contradiciendo las leyes de Moisés y adulterando la inocencia de Susana.

Los viejos degenerados, antes de espiar, concurrían a admirar el jardín, junto con el vecindario. En tal situación, uno dijo al otro: “Me voy porque es hora de comer”. Y se separaron, pero al minuto volvieron a encontrarse porque intentaban engañarse y gozar por separado del espectáculo. Ambos habían descubierto la abertura e idearon esconderse entre las plantas y atisbar desde ahí y sorprender a la bella esposa de Joaquín repentinamente. Un atardecer muy tórrido apareció la dueña acompañada de dos doncellas, se desnudó y entró a la piscina. Desde ahí dijo a las doncellas: “Tráiganme aceite y perfumes”. Los viejos, que permanecían escondidos en uno de los frondosos canteros, se avalanzaron hacia Susana diciéndole: “Las puertas del jardín están cerradas y nadie nos ve. Nosotros te deseamos. Consiente y entrégate. De lo contrario, diremos que estabas con un joven y que por eso despachaste a tus servidoras”. Susana gimió: “¡Ay, qué aprieto me estrecha por todas partes! Si hago esto, es la muerte para mí. Si no lo hago, no escaparé de ustedes. Pero es mejor para mí caer en sus manos sin haberlo hecho que pecar delante del Señor”.

Entonces, la casta dama se puso a gritar desaforadamente y los gerontes, a su vez, gritaron contra ella y uno de los malditos abrió las puertas del jardín.

Los domésticos de la gran casa entraron por la puerta principal sin saber por quién tomar partido. Ya dijimos que los jueces eran respetados como guías del pueblo, por eso al día siguiente citaron a la gente, a la acusada, a Joaquín y a todos los hijos para juzgar a la posible pecadora, que, de serlo, sería sometida a la cruel condena de morir lapidada. Susana apareció delicada y hermosa, rolliza y blanca. En esa época antigua, las gordas se consideraban preciosas, especialmente si lucían pocitos en los codos, virtudes que abundaban en la inocente criatura.

Los jueces pusieron las manos sobre la cabeza rubia de Susana, diciendo: “Mientras nosotros nos paseábamos solos en el jardín, entró ésta con dos doncellas. Cerró las puertas y luego las despachó. Entonces se acercó a ella un joven que se acostó con ella bajo un árbol. Nosotros los sorprendimos juntos, pero a él no pudimos atraparle, y abriendo la puerta, se escapó”.

La bella iba llevada por el gentío contra el muro de la pedrea. Mas el Señor escuchó sus lamentaciones y puso sus palabras divinas en boca de un joven puro llamado Daniel, que comenzó a gritar con justicia: “¡Yo estoy limpio de la sangre de esta mujer!”. Uno del pueblo le preguntó: “¿Qué significa eso que has dicho?” Daniel contestó: “¿Tan necios son para condenar sin investigación y sin evidencia a una hija de Israel? ¡Vuelvan al tribunal, porque es falso el testimonio que éstos han levantado contra ella!” Daniel dijo a los jueces perversos que los interrogaría por separado y ante el pueblo, y ellos aceptaron. Daniel llamó a uno de ellos y le recordó palabras del Altísimo: “No matarás al inocente y al justo... ¿con que la viste a Susana fornicando bajo un árbol? “ El viejo contestó: “Bajo una acacia”. Daniel citó al segundo acusador, haciéndole la misma pregunta y él respondió: “Los vi bajo una encina”. “Han mentido ambos –espetó Daniel–, ya está el ángel del Señor que viene a partirlos por el medio con su espada.”

El pueblo apedreó a los jueces cumpliendo la ley de Moisés contra los que levantan falso testimonio con el agravante, en este caso, de ser jueces. Se deduce con esta historia que la sabiduría, a veces, no tiene edad y que los jóvenes pueden ser, a veces, más prudentes que los ancianos.

Visitando Roma, descubrí vecina al cuartel de los carabinieri una iglesia y entré, sorprendiéndome al ver próxima al altar, la pintura del Tintoretto, cuyo tema es la casta Susana, una mujer joven y gorda, dispuesta a sumergirse en una piscina. Y, entre los matorrales circundantes, los cráneos calvos de los jueces espiones y calumniadores.

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