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Viernes, 29 de abril de 2011
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La desbocada

Por Flor Monfort
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En Malparida, la novela que protagonizó Juana Viale el año pasado, la heroína era, como el nombre del programa lo indica, una chica brava. Malparida porque nació de una unión inestable, malparida porque al sufrir el suicidio de su mamá decide vengarlo a punta de pistola, matando incluso a la familia de su verdadero amor, hijo del malvado que provocó que mamá se colgara en el jardín de la casa de ambas.

En la vida real, Juana Viale nació en cuna de oro. Nieta del tándem Legrand-Tinayre e hija de Marcela e Ignacio Viale, un señor bien, Juana siempre dijo odiar a los medios, la exposición, la prensa amarilla. A tal punto llegó su ira adolescente que todos le conocimos la voz cuando las cámaras de Crónica querían una imagen de su padrastro Marcos Gastaldi en medio del escándalo por estafas cometidas durante su gestión como uno de los dueños del Banco Extrader.

“No tenés familia vos”, le gritaba al cameraman invisible que seguía enfocando sus pelos ya largos como plumas, y los ojos rasgados enfurecidos. Después vimos desfilar su piel morena en las playas de Punta del Este, la vimos trashearla con Alé de Baseville, un francés bien “vivant” mucho más grande que ella; la vimos atravesarse la espalda con un tatuaje, posar casi desnuda para la marca de ropa Ona Saez, embarazarse del hijo de Piero y separarse de él al poco tiempo de nacer la criatura. Poner cara de orto: una, dos, tres, cien, mil veces, en mil perfiles de su esbeltez y el de su dedo mayor: fuck you everybody.

La actriz que protagonizaba Malparida (porque en el fondo Juana, sin linaje ni hostilidad, es una modelo aspirante a actriz) no era muy buena en sus dotes dramáticas: su cara tallada está en pausa permanente y la letra dicha por ella parece dictada por un marciano. Lo que la ayuda a Juana es esa sensualidad, ese sex appeal tremendo, de chica terrible y pasional, que destila fuego y veneno, la promesa de una aventura de verdad, el brillo de sentir que, junto a ella, se puede dominar el mundo.

Pero cuando la sexualidad se junta con un embarazo de seis meses, y con una actitud agresiva, de esas que las mujeres tenemos casi prohibidas (si Juana en lugar de linda, fuera gorda y poco agraciada, los gritos en defensa de Gastaldi hubieran sido mucho más bizarros y castigados), genera una explosión difícil de digerir, un despliegue de dimensiones que alimenta la cháchara, porque aquí se mezcla la duda sobre la paternidad de la pareja legítima y la sexualidad de una embarazada, evidenciado en la intimidad de dos en trampa que las mujeres se calientan aun cuando viene un hijo en camino. Que además de visibilizar esto, Juana multiplique los sentidos de este encuentro con la provocación de chuponearse en pleno Palermo Hollywood y la mescolanza que se produce por la elección del hombre en cuestión (Lousteau fue novio de Valeria Gastaldi, hermanastra de Juana), el escollo se refuerza y termina con un broche de oro: Marcela Tinayre haciendo el papel de mamá angustiada sugiriendo que esto de “espiar” es una práctica de la dictadura (ella que tiene una prima que fue secuestrada con un marido desaparecido bien podría dar cuenta de otros pliegues del período), generando a su vez una respuesta amenazante de Luis Ventura; “ojo porque si yo hablo se pudre todo”. Todo esto con pinceladas de una noticia no tan vieja: Marcos Gastaldi tiene un hijo con otra mujer que no es su mujer pero lo reconoce, presencia el parto y sigue viajando por el mundo con Tinayre.

Ahora que Mirtha no tiene aire, la televisión se pierde un compilado de frases indignadas de la octogenaria, que venía soltando la cadena como loca. Diría Mirtha que ella no se mete en la pareja, que ella no sabe, no ve, como siempre en estos casos casi insinúa Mirtha que ella tuvo relaciones solo para tener a sus dos hijos, pero sugiere y sobre todo arenga a las preguntas de los televidentes. ¿Hacen el amor Juana y el ex ministro o solo se dan besos de lengua? ¿Pero él no salía con Rosarito Ortega? ¿Y con esa panza, que es de otro, cómo hacen? ¿Cucharita como para no verla? ¿Y Lousteau le acaricia la panza a Juana o hace como si no existe? ¿No será hijo de él? ¿Dónde se ven? ¿En un hotel? Pero ella está embarazada, no va a apoyar la cola desnuda en cualquier lado, entonces ¿van a la casa de él? ¿O tienen un departamento para verse? ¿Y desde cuándo hacen esto? ¿Y si el bebé se mueve mientras Lousteau sacude el cuerpo excitado de Juana, no se impresiona? Y así, una, dos, mil preguntas más.

En esta historia entonces hay semen (de varios), hay sangre (¿se estarán por matar a trompadas Lousteau y Valenzuela?), hay flema (llanto, dolor, sufrimiento dice Juana en el comunicado que le mandó al diario La Nación para hacerse cargo de todo), y sobre todo hay una mujer que incomoda, porque no quiere quedar bien con nadie y que aprieta, provoca, resiste, se contradice invocando a la familia que ella misma destruye pero vive, sobre todo eso: se tira a la pileta de la vida sin paracaídas. Todos los condimentos que promete un culebrón, y acá Juana no actúa con su cara de piedra, sino que es ella misma, una muñeca indomable, que como en Truman Show, sabemos que siempre, va a estar en la tele para todos nosotros.

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