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Viernes, 6 de mayo de 2011
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MUJER DEL TIEMPO

Historias mínimas de nuestra historia es el nuevo libro de Ema Cibotti, donde rescata a mujeres de la historia como Josefina Pelliza, que en 1877 consideraba heroicas a las mujeres que escribían, o Juana Manso, que por pelear por la educación mixta y pública fue tildada de loca.

Por Luciana Peker
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“Se puede hacer en cuatro palabras de sonido hueco el croquis en que se encierran los puntos cardinales de esa vida: el lujo, la vanidad, la ignorancia y luego el fastidio. La instrucción, la ilustración, bastaría para salvarla, el hombre lo sabe, lo ha pensado, pero le teme, por eso echa llave a su biblioteca y deja sólo a la mujer el devocioniario cotidiano”, escribía con precisión, denuncia y esperanza Josefina Pelliza de Sagasta, quien creó en 1877 el periódico La Alborada del Plata, junto a Juana Manuela Gorriti, con el objetivo de promover la virtud, la educación y regeneración social de la mujer.

Josefina señalaba: “La mujer argentina que escribe una carta –una página, un libro, en fin– tiene que ser antes que escritora ¡heroica! ¿Recibe acaso la palabra estimulante que alienta y vigoriza la voz que retempla y da fuerza en la empresa para ganar firmeza y proseguir la escala? ¡Oh! Se necesita ser heroica para lanzarse a las alturas y arrancar de la frente del hombre pensador una hoja no más de su corona”.

Todavía no había empezado el 1900 cuando Josefina escribía sobre el valor de la escritura. Sin embargo, en el 2011, una reseña de pensadores nacionales los mostró como un equipo de fútbol (masculino, claro) y puso una página web que remarcaba ellospensaron.com. La historiadora Ema Cibotti sigue siendo valiente, heroica, desafiante al mostrar a mujeres protagonistas, marginadas y pensadoras de la historia nacional. Algunas como Josefina Pelliza de Sagasta, una mujer que se animaba a cuestionar la incapacidad jurídica dictada por Vélez Sarsfield en su versión del Código Civil: “Sólo por un olvido punible, la mujer esposa, la madre muchas veces en edad avanzada, es la única que está despojada de todo y en calidad de una servidora obligada a la maternidad, condenada en su santa resignación a dar la vida, ella la que padece, la que sufre y ama, sin un derecho, sin más prerrogativas que las del perro”.

Las palabras son filosas como la rabia. Y Cibotti las rescata para sacar a las figuras femeninas de un neo-romanticismo que reivindica las puntillas femeninas de la historia.

En el capítulo “Mujeres de carne y hueso” del libro Historias mínimas de nuestra historia, de Editorial Aguilar, Cibotti rescata y revela las ideas de Rosa Guerra, la directora y creadora de La Camelia una forma de ejercer un periodismo femenino que proclamaba la libertad y la igualdad entre ambos secsos (sic). También relata que durante la Guerra del Paraguay las mujeres fueron la presa más codiciada.

Y que hubo mujeres que no se quedaron presas de sus mandatos. Juana Manso defendió las escuelas públicas mixtas, enfrentó a las damas de la Sociedad de Beneficencia y soportó que la llamaran “la loca” mientras ella inauguraba la primera Biblioteca popular en Chivilcoy, en 1866.

UNA NUEVA HISTORIA

Ema tuvo que reinventar/reinventarse de nuevo para poder seguir escribiendo. Antes, en su casa antigua de Palermo, escribir era una fiesta: un buen argumento para discutir con su marido Sergio Lischinsky. Su libro anterior Queridos enemigos, de Beresford a Maradona, la verdadera historia de las relaciones entre ingleses y argentinos le agradecía “Su amoroso rigor hace que lo mejor sea posible”. El texto ya estaba escrito cuando su vida quedó en blanco. Un auto atropelló, el domingo 14 de mayo del 2006, a su hijo Manuel, cuando él tenía 18 años, en el Monumento de los Españoles, y murió al día siguiente, el 15 de mayo, en el Hospital Fernández. La edición estaba terminada, pero ella llegó a pedir un cambio para dedicarle el libro. Después, no pudo escribir sin compartir con su hijo mayor los helados de las tardes. Lo abrazó en el silencio invisible de la tristeza indescriptible. Y peleó para que la palabra ‘justicia’ no se escabullera como la vida de su hijo. Ema, ahora, cinco años después, convida un té cálido y de gustos distintos –para que la vida siga planteando elecciones– y sigue rodeada de pájaros y peces que pueblan de adornos una casa que alberga a algo más que una mujer y sus recuerdos: a una mujer, sus deseos y su familia. Su familia, que es más que ella y su hijo (menor) Martín, que ahora tiene 19 años. Son ellos. Y son los que murieron. Ema aprende –o enseña– a revalorizar el pasado, el recuerdo, las sensaciones que le traen los juegos en familia como un modo (personal y colectivo) de hacer de la historia un impulso, un impulso que –como sus historias–, aunque sea mínimo, hace levantar la polvareda.

¿Cómo es volver a escribir después del dolor?

–Primero, tuve que tener el deseo de escribir. Cuando yo escribía éramos cuatro y yo escribía con la presencia muy fuerte de mi marido, con el que compartíamos charlas interminables. Estuve veinte años casada con él y fue una larguísima conversación. Había discusiones, pero a mí me gustaban sus puntos de vista, me gustaba cómo miraba el mundo. Yo estaba entretenida en mi matrimonio. Y Manu estudiaba ingeniería electromecánica pero le gustaba mucho la filosofía y leer. Era inquisitivo y observador, y siempre me traía helado cuando yo trabajaba.

¿Cómo hacés para preservar a Martín del dolor y devolverle esperanza?

–Lucho para que haya transformación social con paz porque durante meses dije “A mi hijo lo mató un auto”. No podía concebir que el auto estaba manejado por una persona. La sensación de violencia es brutal. Manuel venía de bailar y estaba esperando para cruzar cuando un auto conducido por Nicolás Piano a toda velocidad se subió a la vereda del Monumento a los Españoles y lo atropelló.

¿Sentías miedo cuando tus hijos salían?

–Yo siempre fui bastante miedosa. Pero tenía un marido que, por suerte, me enseñó a despegarme de los chicos y los ayudó a ellos a despegarse de su mamá. Los hijos no pueden vivir a upa ni pegados a la pollera. Además, los dos eran muy centrados y cuidadosos.

¿La muerte de tu marido la atribuís al dolor de perder a Manuel?

–Sergio fallece a los nueve meses de la muerte de Manuel y hay una relación muy directa. La oncóloga se lo dijo: “La muerte de su hijo le destruyó su sistema inmunológico”. Era inexplicable cómo en una especie de estruendo interno le explotó la metástasis.

¿Por qué todavía no se realizó el juicio?

–Hay una fecha tentativa para un debate público el 16 de mayo, por el delito de homicidio culposo agravado. El joven que lo atropelló está libre, pero sin registro para conducir desde hace dos años. Este muchacho es un violento vial, de eso estoy convencida, por la manera en que actuó. No es que cuando atropelló a Manuel gritó desesperado “¿qué hice?”. Con mi hijo debajo de su auto, con veinte añitos, le decía al policía “haga circular a la gente” para que no lo puteen. Es un patotero de barrio y un patotero vial. Por eso, me gustaría que hubiera unos meses de restricción de libertad para que se ponga a pensar en el daño que hizo, que es definitivo, porque mató a una persona y eso no tiene arreglo. Y me gustaría que las leyes argentinas fueran contra el patrimonio de las personas, porque hay gente que sólo entiende con el bolsillo. Además hay algo que me preocupa: ¿qué pasa con los pobres que son en su mayoría peatones y con las mujeres que arrastran a los niños por la calle y los llevan a la escuela o tienen a cargo a los mayores? Acá también hay una cuestión de inequidad social y de género que hay que empezar a mostrar. Por eso fundé una Asociación Civil para Trabajar contra la Inseguridad Vial y las Violencias con Acciones Sustentables (Activvas) para decir que un accidente no siempre es un accidente: conducir alcoholizado, cruzar la luz roja, burlar las leyes de tránsito, superar la velocidad máxima permitida, violar la senda peatonal no es un accidente. Cuando murió mi hijo me metí en la realidad más oscura pero con una convicción profunda que fue salvadora: que nuestros hijos tenían derecho a la vida y se la habían arrebatado. Y yo me desmarqué de la gran historia. Me di cuenta de que en los hechos mínimos está la realidad.

Ahí es donde escribiste “somos seres de tiempo”, esa frase que figura en la introducción de tu libro...

–Sí, yo era una mota de polvo de la polvareda que deja una gran carrera. Sentía que estaba cocinando cuando escribía con lo que hay en la cocina o como cuando una cose con retazos. El camino despejado ya no me dice nada.

Ahora se reconoce que hubo mujeres protagonistas de la historia, como Evita o Juana Azurduy, pero en una exposición se mostraba que sólo hubo pensadores nacionales varones...

–Julieta Lanteri, Josefina Pelliza, Juana Manso pensaron la historia. Pero quedaron olvidadas incluso por el revisionismo anti-liberal. Por eso quise darles protagonismo histórico a las motas de polvo que están suspendidas en el aire.

Más información:
www.activvas.blogspot.com / [email protected]

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