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Viernes, 13 de mayo de 2011
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La escritora y su laberinto

Alicia Jurado

1922-2011

Por Marisa Avigliano
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Murió la biógrafa de Borges, dicen los titulares de los diarios. El lunes 9 de mayo murió Alicia Jurado, escritora, académica y traductora. A comienzos de la década del ochenta, cuando su amiga Victoria Ocampo murió, Alicia ocupó su lugar en la Academia Argentina de Letras y se convirtió en la segunda mujer en acceder a un sillón con nombre (Juan Bautista Alberdi).

Había nacido en Buenos Aires en 1922; a fines de 1954 Estela Canto se la presentó a Borges y años después colaboró con él en el libro Qué es el budismo. Era el año 1976, el mismo año en que murió su hijo en un accidente en Nicaragua. Escribió Bioy en su diario: “Ella comprende que no hay nada peor que la muerte y casi se consuela de que su hijo haya muerto lejos; su último recuerdo de él no es el de un cadáver. Como piensa que, muerto, no está en ninguna parte, resuelve que lo entierren allá”. Borges comenta: “Ya sé que muerto no estaré en ninguna parte, pero, bueno, cuando no esté en ninguna parte, no quiero que me entierren en Nicaragua”.

Alicia, eterna en la imagen de su pelo blanco siempre recogido con un rodete y con aros de perla, era doctora en Ciencias Naturales por la Universidad de Buenos Aires pero cuando cumplió treinta años empezó a dedicarle su vida a la literatura. Anglófila apasionada, formó parte de Sur, escribió novelas: La cárcel y los hierros (1961), En soledad vivía (1967), El cuarto mandamiento (1974) y Los hechiceros de la tribu (1980); cuentos: Leguas de polvo y sueño (1965); ensayos: Genio y figura de Jorge Luis Borges (1964), Vida y obra de W. H. Hudson (1971), El escocés errante. R. B. Cunninghame Graham (1978) y memorias: Descubrimiento del mundo, 1922-1952 (1989), El mundo de la palabra, 1952-1972 (1990) y Las despedidas, 1972-1992 (1992).

Defensora de los derechos de las mujeres, aunque detestaba –no más que a Perón y al peronismo– que la encasillaran sólo como feminista, era a su modo una militante.

Cuando le pedían que hablara o describiera a Borges (fue su amiga durante treinta años) dibujaba una silueta borgeana y decía que el escritor era un laberinto: “Tratar de llegar a su intimidad es perderse en infinitos corredores que jamás conducen al centro”.

Hace ya muchos años que nadie recordaba a Alicia Jurado y pocos quizás los que la leían o releían (por qué no pensar en los lectores fieles, siempre es bueno confiar en los extraños, y si no preguntémosle a Blanche Dubois). A Alicia Jurado, la nieta de Isaac Fernández Blanco, la mujer urbana y también mujer de estancia –solía pasar temporadas en El Retiro, una estancia ubicada en el partido de Tapalqué, un territorio envuelto en el tiempo entre Azul y Las Flores–, quizás le hubiera gustado que se la describiera (¿la descripción como un modo de comprensión, de justificativo?) del mismo modo en el que ella describió a Borges: “Intelectualmente, es demasiado argentino para ser nacionalista y no ha hecho sino heredar la vieja tradición criolla de mirar hacia Europa; reprocharle esta preferencia es ignorar el pensamiento de las generaciones ilustradas que nos precedieron”. Tenía 88 años.

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