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Viernes, 29 de julio de 2011
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teatro

Amar, dormir, soñar, morir

María Onetto protagoniza la versión de La Gaviota, de Chéjov, que dirige Daniel Veronese y con quien trabaja por primera vez. La reedición de un clásico como éste y el poner el cuerpo en esta escena imponen una reflexión sobre el sentido de los conceptos de vanguardia y lo contemporáneo.

Por Sonia Jaroslavsky
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Con Los hijos se han dormido, versión de La Gaviota, de Anton Chéjov, Daniel Veronese, titiritero, autor y director teatral cierra la trilogía dedicada al médico, autor y dramaturgo ruso. Primero había sido Un hombre que se ahoga, versión de Tres hermanas, y después Espía a una mujer que se mata, versión de Tío Vania.

En Los hijos se han dormido deja sólo la esencia de La Gaviota y la transfigura a su necesidad. Su deseo nunca es hacer teatro naturalista pero sí crear una realidad que se sostenga por sí misma. En Los hijos se han dormido cuenta Veronese: “Está el dormir, Shakespeare y los hijos que mueren. En Chéjov también los hijos mueren o son desgraciados o no son muy atendidos”. Como en sus anteriores puestas no se necesita casi vestuario ni escenografía e incluso luminarias: ha trabajado con luz natural. En Los hijos... la gente ama de forma equivocada: no eligen a quiénes deberían elegir sino a otro que no le puede corresponder. Hay desconexión, incluso no sólo en términos amatorios sino de vocación: parece que los personajes se equivocan de lo que eligen aun los que triunfan.

María Onetto nunca antes había trabajado con Daniel Veronese. Después de un año y medio de funciones y gira con Un Dios salvaje, dirigida por Javier Daulte, se encuentra en un estado emotivo y agradecido por la buena racha de trabajos que viene desarrollando en el ámbito del teatro comercial, cinematográfico, televisivo y ahora del teatro oficial. Tanto es así que cuenta con los ojos húmedos que la semana entrante le entregarán el diploma al mérito en el rubro actriz de teatro por los Premios Konex 2011 –que premia por la trayectoria de personas destacadas en su labor por los últimos diez años–: “Estoy entre un grupo de actrices increíbles: Cristina Banegas, Claudia Lapacó, Elena Tasisto, Leonor Manso. Se me pone la piel de gallina porque no sólo son actrices extraordinarias sino a la vez son mujeres generadoras de proyectos”. En Los hijos se han dormido interpreta a Irina Nikolaevna Arkadina, la madre de Treplev. Una vez más hace de madre: “Vengo desde La Escala humana (2001) haciendo de madre de actores que son más jóvenes que yo o que incluso pueden ser más grandes también. Hay actrices que tardan en aceptar papeles de madre para resguardar otras zonas. El otro día bromeábamos con Fernán Mirás sobre eso: a veces tiene más trabajo el que tiene que hacer de más joven”.

¿Cuál es tu vínculo con Anton Chéjov?

M. O.: –La Gaviota es una obra que la propuse en mis talleres de teatro en el teatro El Kafka. En lo personal no tuve un acercamiento desde la actuación. Recuerdo cuando se hizo la puesta de La Gaviota a cargo de Augusto Fernandes en este mismo teatro y yo era chica y recién empezaba a pensar sobre el teatro. Fue muy criticada esta puesta, pero yo recuerdo que me había impactado mucho, me había gustado. Tío Vania es una obra que me interesa, hay algo del tema del aburrimiento, del uso del tiempo... Son grandes temas que siempre me planteo en lo personal: cómo lograr estar entretenida (concentrada, estimulada) las horas que estoy despierta.

¿Qué elementos de Los hijos se han dormido la vuelven contemporánea?

M. O.: –Creo que lo contemporáneo está en los procedimientos: en la condensación, en la idea de que nada resulte solemne, en su ritmo, en la puesta en escena, en la escenografía y las modalidades de actuación. Los temas de la obra creo que son contemporáneos en sí mismos. Temáticamente la obra está condensada en lo que sería el desencuentro amoroso, pero los procedimientos dramatúrgicos que introduce Daniel Veronese hacen que eso aparezca muy en el hueso de la situación. No están los procedimientos de hace 150 años como soliloquios o el exceso de información, o de ciertos rulos en la forma de la escritura. Aquí aparecen muy limpias las frases y las ideas. Además en todas las escenas hay testigos: no hay escenas de a dos, hay escenas cuya intimidad siempre está observada por otros, lo que las hace más cruda o más perversa y salvaje. Después está todo el tema con relación a lo que es actuar, dirigir, escribir. En la versión original de La Gaviota se representa la obra de Treplev, también escuchás el monólogo de Nina y las ves actuar mal. Acá esa obra no se ve y por lo que después se comenta, esa obra que se ha visto es una versión de Hamlet, de Shakespeare. Y si bien Chéjov toma frases de Hamlet o la madre y el hijo se vinculan con algunos textos de Hamlet, no es Hamlet lo que él representa en escena. Hay una gran construcción vinculada a la reflexión sobre lo que es actuar de una manera muy meta teatral.

Además hay todo un dilema en relación a lo que sería lo experimental y la ortodoxia en las artes.

M. O.: –Sí, en el original sí. Justamente lo que hace Veronese en Los hijos se han dormido es sacar toda esa idea de lo experimental. Creo que hoy sería ridículo seguir discutiendo sobre la vanguardia teatral, casi nadie ya quiere ser vanguardia. La vanguardia se definía como algo que se oponía casualmente a una generación que la antecede o bien como un modo de operación que quiere romper con algo establecido. Hoy resultaría un acto ingenuo ser vanguardia. En todo caso, creo que sí se quiere tener como director o actriz un lugar singular o incluso novedoso. Ahora sos simplemente hijo de tu tiempo, por lo tanto, pensás, trabajás, escribís con relación a cómo vos estás influido históricamente por este tiempo: desde el ritmo que tenés por vivir en una ciudad hasta los temas que te tocan, la historia que tenés, el país en el que vivís, las cosas que te pasan, etc. En Los hijos... se pone el foco sobre la idea de si se tiene o no talento.

En relación con el talento, ¿cómo se vincula tu personaje de Irina con su hijo?

M. O.: –Irina es un gran personaje, tiene un arco expresivo muy grande. Irina, que es actriz, no le reconoce su deseo y talento de escritor. De hecho no quiere, aunque le ruegue, ver ni leer sus escritos. Irina es una persona que se mantiene económicamente y construyó un nombre; todo eso deber haber tenido un valor muy grande para ella. Le echa en cara todo el tiempo que es un burgués mantenido por su madre. El vínculo entre ellos es bravo, pero debe haber muchas madres exigentes y que en la intimidad de sus hogares hablan muy crudamente con sus hijos. En La Gaviota se recrudece ese vínculo, porque Irina es muy poco cuidadosa en una situación de fragilidad extrema de Treplev: se quiso pegar un tiro; para él la vida ya es difícil... y no se la hace fácil para nada, no lo acompaña. Para actuarla tengo que comprenderla en algo y reflexionar sobre personas que cuidan mucho su carrera porque sienten que si no no tienen nada. Además es una mujer que está muy unida afectivamente a su pareja: el escritor Trigorin. Es una mujer que necesita ser adulada, y me imagino que necesita estar sexualmente activa y sentirse joven y plena. Esto es muy de estos tiempos: el ideal de belleza unido a ser joven. En la obra se plantea la situación que viven los personajes de Claudio, Gertrudis y Hamlet y los celos del hijo en Hamlet de Shakespeare. Es por eso que es interesante lo que hace Veronese: remarcar la situación más sobre Hamlet y sobre Shakespeare ya que es algo que Chéjov plantea. En el original es clara la idea de que el personaje de Trigorin es más joven que la madre. En esta versión está tan acentuado el tema del amor y la pregunta acerca de lo que es actuar, que no puedo pedir nada más como actriz, son mis dos grandes temas: lo amoroso y el teatro, mi amor al teatro y mis reflexiones sobre lo que es estar con los otros, con un hombre o en torno de lo familiar.

¿Cómo fue volver al teatro oficial después de estar a tan sólo dos cuadras en el comercial?

M. O.: –Trabajé en la sala Martín Coronado con La casa de Bernarda Alba (2002), dirigida por Vivi Tellas, y nunca había trabajado en la sala Casacuberta. El teatro San Martín es un espacio querido por todo lo que significa para la cultura de esta ciudad. Es por eso que me afecta mucho el estado general del teatro: se ve un teatro que está desaprovechado en la medida en que no hay una decisión de ampliar su presupuesto y que haya más proyectos. Ver la cantidad de caños que hay en la fachada del teatro desde hace tantísimo tiempo es algo que simplemente no lo puedo entender. Este espacio tendría que funcionar de una manera más plena. Es necesario que se perciba la urgencia que hay porque esta situación puede volverse más grave. Este sigue siendo un lugar emblemático y por eso hay que cuidarlo. Reflexionar sobre el teatro desde este espacio es hermoso y también es importante que las entradas tengan un costo accesible porque te garantiza una afluencia de público. Como uno quiere este teatro, es que deseamos que haya sensibilidad para corregir esta situación y también por lo que significa este espacio para los ciudadanos de una ciudad como Buenos Aires que tiene tanta producción teatral.

Los hijos se han dormido. Miércoles a sábados a las 20 y los domingos a las 19.

Teatro San Martín. Av. Corrientes 1530. Platea: $60. Miércoles, día popular: $30. Venta de entradas: 08003335254 o www.complejoteatral.gob.ar

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