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Viernes, 23 de septiembre de 2011
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rescates

La vanidosa

Teresa de Cepeda y Ahumada

(1515-1582)

Por Aurora Venturini
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Sus padres fueron Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Avila y Ahumada. Este señor, su papá, poseía una casa con numerosas habitaciones y su biblioteca llamaba la atención por la cantidad de libros de romances y aventuras de caballeros de capa y espada. Su hija, Teresa, desde que aprendió a leer soñaba con caballeros galantes y se entusiasmaba; cambió sus entusiasmos noveleros por los religiosos. Aunque fue distinguida por los más altos cánones de la Iglesia en olor de santidad, la trataremos desde un punto de vista humanístico. Como lo afirmamos antes, a consecuencia de sus lecturas viró sus apasionamientos hacia temas sacros, asegurando en su adolescencia que se comunicaba con los ángeles y con los santos, que pasaron a ocupar los estancos de caballería. En esta época escribió: “En una huerta que había en casa, procurábamos como podíamos, hacer ermitas, poniendo unas piedrecitas, que luego se nos caían, y así no hallábamos remedio en nada para nuestros deseos... hacía limosna como podía, y podía poco. Procuraba soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario...”

Más adelante, describe vanidades y actos discutibles que en su madurez la entristecen: “Tenía primos hermanos... algunos eran casi de mi edad, poco mayores que yo; andábamos siempre juntos, teníanme gran amor y en todas las cosas que les daba contento, los sustentaba y escuchaba sus niñerías, no nada buenas”.

Con su confesor hace saber y lo escribe después: “Tomé todo el daño de una parienta”. Parece ser que la relación fue pecaminosa y terminó a los 14 años, entonces entró en estado de devoción, queriendo ser monja. Su papá la llevó a vivir con la hermana casada a Castellanos de la Cañada. Ella resolvió ingresar al convento de la Encarnación, donde enfermó a causa de su debilidad y ayunos porque seguía las reglas severas del convento y había abandonado sus hábitos mundanales.

Andaba en estos devaneos cuando se le apareció Jesucristo con semblante airado, el año 1555. Decidió entonces recluirse severamente. Este año fallece su papá y ella busca consuelo en las confesiones de San Agustín.

Cuenta su confesor, San Francisco de Borja, que visitó el infierno. Fue cuando hizo votos a aspirar a lo más perfecto. Comenzó con sus fundaciones de carácter hermético.

Pasaba los 43 años cuando experimentó un éxtasis, mientras conversaba con San Juan de la Cruz. Tal estado enfebrecido es llevado a la escultura por Gian Lorenzo Bernini. Ella cuenta: “Vi a un ángel venir hacia el lado izquierdo. Veíale en las manos un dardo de oro largo y el fin del hierro tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón. Algunas veces, que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me abrazaba en amor grande de Dios y era tal el dolor que me hacía dar quejidos, y tal la suavidad, que uno quiere que ese dolor no se quite”.

Ella dice haberse casado con Jesús. Comienza con sus fundaciones que lleva a los cuatro puntos cardinales de la Península Ibérica, en Avila, Madrid, Alcalá, Medina del Campo, Toledo o Portugal. Son los conventos de las descalzas, a los que suma Juan de la Cruz los de los descalzos.

En cuanto al supuesto matrimonio con Jesús, lo atribuye a los favores espirituales en el convento de la Encarnación. En Sevilla, se conecta con Juan de la Cruz. En una de sus conversaciones, produce otro éxtasis.

La Inquisición observa la conducta de Teresa, que hace oídos sordos y prosigue con su fundación.

Algo discordante es la pelea entre descalzos y calzados, pero la escritora que es Teresa le cierra la boca en Sevilla con el Libro de las Fundaciones.

La Inquisición busca otras causas para culparla que son las supuestas faltas entre la priora de las descalzas y Teresa, redactándose un largo proceso y expedienteo, lo cual le hace expresar: “¡Me hacen guerra todos los demonios!”. Pero la monja no termina y sigue con las fundaciones hasta que se siente debilitada.

Una noche del 4 de octubre, que a causa del cambio de calendario Juliano por Gregoriano pasó a ser 15 de octubre, murió en brazos de la monja Ana de San Bartolomé. Tres años después fue exhumado su cuerpo en estado incorrupto, permaneciendo en el convento de la Anunciación.

Esta mujer dejó numerosas obras que la llevaron a ser anotada en el catálogo de autoridades de la Lengua, publicado por la Real Academia Española.

Cotidianamente era muy ingeniosa en sus charlas. Decía, por ejemplo: “Tengo un fraile y medio”. Fray Juan de la Miseria era muy alto y flaco y pintó uno de sus retratos, el más famoso. Y Fray Juan de la Cruz era muy petiso y entonces era medio fraile.

En cuanto a lo extraño de sus éxtasis expresa: “Acá no hay sentir, sino gozar sin entender lo que se goza”.

Abierto de nuevo su féretro, el brazo izquierdo y el corazón son quitados y se encuentran en relicarios del Museo de la Iglesia de la Anunciación, en Alba de Tormes.

Un dedo está en San Lúcar de Barrameda, pude verlo en una vitrina, luciendo un anillito de oro. Se trata del meñique.

El cuerpo incorrupto ha sido invadido por los buscadores de reliquias y pensamos si todo eso fuera de Teresa, qué enormidad sería en vida.

Deduzcamos la evidencia de que la mujer se liberó a sí misma y no es un hecho fresco y nuevo. Tengamos en cuenta que en el siglo XVI una monja intelectual, autora de “Las Moradas”, se casó con un dios.

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