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Viernes, 9 de diciembre de 2011
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visto y leído

La fisura por la que caí

Por Paula Jiménez
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La fe
Mariana Docampo

Editorial Bajo la luna
104 páginas

“Para comprender mi cuento es necesario desordenar el pensamiento, buscar nuevas coordenadas para unir las palabras. Destruir el argumento. Ir hacia el foco, que irradia y absorbe. Mi cuento surge de la intuición como un hijo o una hoja de un árbol. O el bicho canasta que camina por la rama”, dice Docampo casi al terminar el libro. Pero a esa altura ya lo sabemos, hemos leído casi todos los cuentos y hemos entendido que La fe nos propone una novedosa construcción narrativa, una apuesta formal que experimenta con las derivas del lenguaje y hasta inventa, por momentos, una suerte de escritura del futuro. Aunque en verdad, ningún tema de los aquí desarrollados es futurista, más bien, diría, la autora encarna hasta el tuétano el espíritu de la época que nos toca vivir, extremándolo. De la New Age a las identidades queer o a la posmodernidad, en La fe desfilan y se profundizan los tópicos más paradigmáticos de la era actual, esas realidades que no es que ocurrirán, sino que ocurren. Lo que genera la ilusión de futuro es, precisamente, la mirada potenciadora con que Docampo enfoca estos centros temáticos de nuestra cultura, una cultura construida sobre sistemas: de gobierno, tecnológicos, de organización familiar, de riego, etc. Y el mayor, el más abarcador de todos estos sistemas, el lenguaje, es el que les da marco a los demás, es el que ordena (o desordena) la percepción humana: “La realidad que vivimos es una de las muchas que se dan paralelamente. Yo trazo en mi vida una línea delgada y mentirosa en mi existencia múltiple. Lo que me rodea: la mesa, la computadora, es materia. Lo que conecta una y otra y a mí en este engranaje es la palabra, el discurso, ya puesto a funcionar”. Ya puesto a funcionar, sí, es esa autonomía del lenguaje, de la cultura o del suceder natural lo que por momentos aterroriza en este libro. Esto “puesto a funcionar” puede ser la naturaleza que con su fuerza implacable es capaz de llenar un jardín de insectos, de inundarlo, de matar, o también puedo serlo una acción mecánica, una maquinaria cultural que crece y crece tragándose toda particularidad individual, como en La fe, el cuento que da título al libro, o en El arte y la cultura, donde el mapa de vastísimos conocimientos va disolviendo al sujeto humano que lo expone. En el magistral relato La raíz, primero es el lenguaje el que señala la existencia de la locura: “La hermana del medio estaba loca”, dice en la oración inicial, pero después es la palabra la que va tomando las características del delirio y a partir de un determinado momento sorprende darse cuenta de que no es el argumento el que se desquicia, sino el lenguaje mismo. El lenguaje, pareciera decir la autora de este libro, es la sustancia de cualquier historia y el modo en que se opera con él es el modo en que esa historia sucede. En “El amor”, uno de los más bellos relatos de La fe, el argumento se expresa a través de una suerte de discurso erotizado que se acerca a la escena parcialmente, tocándola y retirándose, y trata a la puntuación y a la gramática con especial delicadeza. Con frases cortas e intensas, Docampo dice cosas así: “El abrazo. Y a partir de entonces los tres días de amor. Cuatro días más. Tal vez otro día. Lo que pasó antes y lo que pasó después fue la preparación. El amor, la fisura por la que caí”. De este tipo de afirmaciones está hecho también este libro en el que su autora redobla la apuesta formal de solidez y originalidad que comenzó con El molino, la novela anterior. La fe suscita en el lector una variedad de emociones que van desde la identificación con lo amoroso y pasional hasta el terror o el humor; la cuestión humana está puesta en primer plano, aunque todo el tiempo aparezca cercada por los límites culturales. Las aristas que el lenguaje busca ponerle a la percepción para condicionarla demuestran que éste es un sistema que falla y que, por el contrario, hay algo divino e inatrapable que no nombrará jamás. Entonces, la fe despierta.

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