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Viernes, 17 de febrero de 2012
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Dama de Sófocles

Por Aurora Venturini
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Yocasta era una doncella que jugaba con su muñequita de terracota, en el templo, porque sus mayores habían decidido que contrajera nupcias virgen, con Layo, rey de Tebas. Ella también tenía sangre azul de nobleza; ambos ambicionaban un descendiente que se sentara en el trono, y así fue.

El Oráculo de Delfos, luego de aspirar humos sacros auguró con voz tétrica: “No engendrarás hijos, Layo, y si los engendraras, ese fruto te asesinará, y será hermano de sus propios hijos”. Layo, a quien romantizaban los muchachos rozagantes y jovencitos, y que no se acostaba con Yocasta, pensó: “Me acostaré con ella en ocasiones dionisíacas y celebraciones báquicas”.

Durante un homenaje a los dioses olímpicos, los faunos atrevidos ofrecían a los cortesanos grandes vasos de vino y bandejas de frutos perfumados, especialmente al rey, que bebió y devoró hasta admirar el fondo de las vasijas, y morder el tallo de las uvas y de las guindas de los jovencitos.

De pronto, entre la multitud palpitante, vio a Yocasta, confundiéndola con un adolescente imberbe y la poseyó ahí nomás.

Un niño muy bello nació 9 meses después de un año prodigioso que beneficiaba las arcas del tesoro tebano. Pero al no correr de las aguas debajo de los puentes, los ríos se secaron y el agua y la ganadería perecieron; recordó el augurio el monarca y agarrando a su vástago por sus piernitas, le clavó una férula que le atravesó los pies, y éstos se hincharon.

No paró ahí el mal papá, que trataría de exterminar al más pequeño.

De repente se apareció la Esfinge, asegurándoles que haría cumplir el augurio, a lo que Layo respondió: “Los hados quisieron que naciera el niño, y nació”.

Asimismo se dijo: “Nada me impedirá matarlo”. En un descuido de Yocasta, agarró al bebé y se lo entregó a un siervo, ordenándole que lo matara. El siervo, leñador del bosque, se apiadó del nenito y lo abandonó en el monte Citerón, pero temiendo la represalia del rey volvió y lo colgó de los pies en la rama de un árbol. Quisieron los dioses, Dionisio, el más comprometido por haber inspirado la festichola que culminó en el embarazo y posterior aburrimiento, que los tigres y otros especímenes no lo atacaran. Y he aquí que un campesino vio el cruel espectáculo y bajó al inocente de la rama; después, solicitó audiencia con el rey Pólibo, quien junto a su cónyuge, Mérope, lo adoptaron.

Adolecía el desdichado de hinchazón en los pies, y este defecto se debió a la férula que le clavó su papá, y el colgar de una rama, un día y su noche.

El chico terminó en adopción, y lo llamaron Edipo, que significa “los pies hinchados”.

Consecuencia del defecto que sufría de viejos maltratos, sumado al chismorreo de que no era hijo del rey y de la reina, lo molestaban en el gimnasio, donde corría la cantilena de que era bastardo. Decidió averiguar.

El torturado Edipo abandonó la corte y se dirigió al Monte Parnaso, cabalgando su equino caracoleador.

Insistía en visitar a la pitonisa de Apolo y preguntarle sobre su origen.

Ascendió lentamente el bosque de laureles de la elevación denominada Fósida, y se bañó en la fuente de Castálida; purificó cuerpo y espíritu, entonces visitó a la vidente. La señora especializada en psicoanálisis y brujería dictaminó:

“Matarás a tu padre en funesto encuentro y desposarás a la que por madre se te dio”.

En un cántaro de cerámica, en el Louvre, Edipo en relieve, sentado, apoya la cabeza en su mano y medita: “Debo huir de la corte de mi padre y no ver jamás a mi madre”.

Viajaría a Tebas. Las Pitias y las Moiras ululaban, aullaban. Cuando Edipo tuvo un encuentro con una caravana agresiva y mató de un lanzazo a los bravucones, entre los desquiciados estaba Layo, el papá de sangre del guerrero.

La profecía empezó a cumplirse.

Entonado, Edipo derrotó a la Esfinge, monstruo que asolaba a los tebanos, entrando triunfal a la ciudad, donde gobernaba Yocasta. Al verla, este héroe se estremeció de extraordinaria ternura, rayana con la pasión desenfrenada y la poseyó.

Al rato, un sacerdote pagano entonó salmos matrimoniales. La profecía estaba cumplida.

De la pareja nacieron Polinices, Etéocles, Ismena y Antígona. La última mencionada, personaje de la Tragedia de Sófocles, así como también “Edipo rey” y “Edipo en Colono”.

La tragedia impresiona cuando Edipo descubre que él asesinó a Layo, su papá, y cometió delito de incesto con su mamá; implementando en Psicología el complejo de Edipo, que sufren los varoncitos demasiado mimosos (upa, mamá), y que no se casan porque como ella no habrá ninguna, ninguna con su piel y con su voz.

La familia real entró en pánico y guerrillearon Polinices y Etéocles, y uno ensartó en su lanza al otro y viceversa. Y quien debía pagar deudas por encubrir un delito de incesto y parricidio, Edipo, esgrimió la corona que tenía cuatro puntas de oro y clavó dos en las cuencas oculares, quedando ciego y ensangrentado.

Maldijo a sus hijos, y Antígona, ya señorita, le tendió la mano y fue llevándolo en dirección a un tupido bosque que conducía a Colono.

Teseo lo recibió piadoso, hasta que falleció.

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