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Viernes, 9 de marzo de 2012
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visto y leído

De las entrañas de la tierra

Una reedición de poemas en los que los versos son arrancados
del espacio fértil del silencio.

Por Paula Jimenez
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Geología
Claudia Masin

Editorial Curandera

“No cesaremos en la exploración/ y el fin de todo nuestro explorar/ será llegar a donde empezamos/ y conocer el lugar por vez primera”, dice el epígrafe que abre el libro y que pertenece a La tierra baldía de Eliot. Estas palabras dialogan perfectamente con el acápite del último poema, “Sarknussen”: “O no hay cómo seguir si no se vuelve”, dice el verso de Diana Bellessi. Las dos citas expresan la misma circularidad. A lo largo de la lectura de Geología irá deslizándose este movimiento circular que implica algo verdaderamente asombroso y contrario a la percepción lineal del tiempo: que todo retorno es condición del camino, que ese avance cronológico puro con el que soñábamos en la infancia, crecer como los árboles y tocar el sol, no existe. Y que en verdad, la copa vive de sus raíces, un volcán del magma de la tierra. Geología es el dibujo de este ir y venir.

Si bien la poesía que en sus páginas Masin despunta hace gozar al lenguaje de un estado de creatividad mágica, este brillo no busca deslumbrar. “El lenguaje deslumbrante no existe” afirma, sin sombra de duda, en uno de sus poemas. Esta chaqueña, autora de culto de la poesía argentina, nació en Resistencia, en 1972, fue ganadora en el 2003 del Premio Casa de América de Madrid por su libro La vista y salió al ruedo en 1997 con Bizarría, un libro que capturó al público con una poética romántica, cercana al punk y a los poetas malditos. Cuatro años después dio a luz su segundo libro, Geología. Este fue editado por primera vez a través de editorial Nusud y recientemente reditado por Curandera (una editorial que durante 2011 se ha dedicado mayormente al rescate de grandes libros de poesía hoy inconseguibles). Podría decirse que en los versos de Geología, Claudia Masin se mostró con una voz propia e inconfundible y comenzó a materializar una lírica contundente que marcaría el camino y la búsqueda de sus libros posteriores. Geología es, entre otras cosas, un libro que construye una mítica del silencio; en él las palabras se verán arrancadas “de la minúscula entraña de las cosas calladas”, dice en uno de los poemas. Y esa minúscula entraña es la de una niña cristalizada en una roca, es la toponimia de un alma que hace siglos espera un cuerpo que volverá a perder y al que aguarda –y aguardará– como una oportunista.

Cuando tuvo su primera edición, era el tiempo en que la compacta roca del silencio de los años ’90 estallaba en esquirlas de hambre y dolor por las calles, en los supermercados, en las asambleas: el 2001. La “lírica”, a la que se consideró una mala palabra durante la década menemista, había quedado en suspenso, pero en los albores de los 2000 retornó a la escena con una serie de maravillosos libros que, como Geología, se oponían a la idea de moderación con que el neoliberalismo había pretendido marcar a la poesía argentina. Y pese a que no se percibe tinte político directo en sus versos, el solo apasionamiento con el que fueron compuestos contraría el mandado de desafectivización que regulaba los destinos del arte y la cultura en esos tiempos. Por eso no creo que haya sido casualidad que Geología fuera publicado a penas unos días antes del revolucionario 21 de diciembre de 2001. Los versos de este libro liberan una energía potente que desafía el gesto cool y domesticador de los ’90, y muestran, tanto hoy como en aquel momento, que la lírica está viva y que el de la poesía no será nunca un arte mesurado.

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