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Viernes, 30 de marzo de 2012
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La veleta

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De una mujer que entró al quirófano, apenas empezada su carrera profesional, para sacarse tetas en el país en el que el escote rígido es casi como alquilar un terrenito en la pantalla de la tele, pocas cosas deberían sorprender. Es cierto que Florencia Peña, entonces, era casi una adolescente y que el mote de “Pechocha” debía resultar tan machista como agotador. Aun así, el gesto no es para despreciar, sobre todo visto a la distancia. Porque la actriz, conductora y productora –hay biografías que también la consignan como bailarina y cantante, aunque de eso consta menos en obra memorable– es de las que gustan remar en dulce de leche, si es necesario, y dar volantazos propios del TC 2000. De la comedia familiar y un tanto bobalicona que proponía Canal 13 a mitad de los ’90 a un unitario de título obvio y que contenía “escenas de altísimo voltaje” –lugar común del que cualquiera gusta y nadie se priva–, pasando por el teatro para niños y niñas producido por ella misma en esos tiempos en que el teléfono parecía que no iba a volver a sonar para ofrecerle trabajo. Dueña de una chispa natural y bien cultivada, Flor supo lucirse en programas en los que el mayor atractivo lo proveía la torpeza del conductor y lo exótico del paisaje. Tanto se lució que se adueñó del programa y la casa productora entendió que el conductor torpe –y tapado de vez en cuando por romances con modelos que no sostenían su credibilidad más allá de la tanda publicitaria– se podía beneficiar con la cercanía de esta petisa atrevida, tan rápida de lengua como falta de falsa vergüenza, justo eso que se necesita para sostenerse en el aire. Pero ella tiene algo más. Tiene talento para la comedia, sin duda. Por algo consiguió que las siempre fallidas adaptaciones de las sitcom americanas se convirtieran en éxitos inoxidables. La niñera, Casados con hijos y hasta la menos popular Hechizada son como la lámpara de Aladino para el canal que tiene sus derechos: se frota a estos ciclos –se los pone al aire, bah– y el genio del rating vuelve. Pero no es ella sola la gallina de los huevos de oro. Si fuera así no se explicarían fracasos rutilantes como ciertos programas olvidables que condujo en clave de entrevistadora semiseria y el último y más espectacular, la comedia que coprodujo con dinero propio, con elenco estelar y un rating peor que la misa del domingo que todavía se pasa en algún canal de cable: Sr. y Sra. Camas. ¿Habrá sido el tufillo a naftalina que emana de la propuesta de una clínica de sexología (no vale la pena entrar en detalle, QEPD)? ¿O será que le cobraron su compromiso político estrenado en 2008 y afianzado durante la discusión de la ley de medios, de matrimonio igualitario y otras causas justas con las que sin duda valía la pena comprometerse? Porque que se la cobraron, no hay duda. Mirtha Legrand dijo que no volvería a invitarla a su programa, se cayó de la ficción de Telefé en la que estaba allá por 2009 y quedó confinada a una butaca en 6,7,8 y a una columna en un diario porteño que finalmente abandonó sin pérdida para el periodismo en general. Fue en esas tribunas de las que gozó donde supo denunciar a los medios hegemónicos –“la corpo”, como popularizó el periodístico de Canal 7–, especialmente al Grupo Clarín, grupo que, como todo el mundo sabe, le da aire al show de Marcelo Tinelli –aunque eso sea una casualidad, Tinelli tendría aire de todos modos– con quien la Peña acaba de firmar un contrato para bailar en la próxima temporada y participar del culebrón más acabado del último tiempo. ¿Por qué no? Dice Peña. Y por qué no es la pregunta. En definitiva, la misma que supo sacarse tetas alguna vez, después volvió al quirófano para hacer con su cara algo inexplicable y nunca confesado –tampoco hace falta– y es la que puede pasar de conducir programas en el Canal Encuentro a encarnar una Sra. Camas con lo peor del estereotipo femenino –estereotipos había para repartir en la comedia–. Es la misma que en su columna del diario hablaba en contra de la violencia de género y ahora será parte del elenco que tan bien representa la violencia mediática hacia las mujeres. “Soy curiosa, soy audaz, ¿por qué no habría de hacerlo?”. Son 300 mil pesos por mes, dicen las malas lenguas ¿quién podría negarse a hacerlo? Falta ver si la teoría de la grieta –esa que dice que hay que dialogar con el sistema para encontrar sus fisuras y aprovecharlas– funciona o si termina de quedar claro que a ciertos muros sólo se los puede demoler con pala mecánica.

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