Antoinette Nording
1814-1887
No inventĂł nada pero muchos creyeron que sĂ lo hizo. Lo creyeron tanto como permitir que ella sola pudiera –gracias a su “descubrimiento”– crear un imperio comercial que iba a sobrevivirla. Nada le resultaba fácil a Antoinette en el Estocolmo comercial del mil ochocientos, otras ciudades suecas ganaban protagonismo econĂłmico y se convertĂan en las estrellas de la RevoluciĂłn Industrial, Norrköping hacĂa gala de su influencia y Gotemburgo de su privilegiado puerto pero, a mediados de siglo, Estocolmo logrĂł tener su revancha (una fuerte inmigraciĂłn lo hizo posible) y se convirtiĂł en la puerta principal de entrada a Suecia. AllĂ estaba Antoinette la vendedora, la mujer de negocios –aunque todavĂa no tuviera ninguno– entrando y saliendo del mercado vendiendo lo que podĂa. El aire viciado de olores de la feria iba a tener de pronto a su perfumista selecta. Una mañana Antoinette entrĂł al templo de sus sueños con varios frascos de agua perfumada. Los vendiĂł todos. ÂżHabĂa inventado el agua de colonia? ÂżHabĂa inventado ese aroma innovador para la Ă©poca, esa fragancia fresca diferente a las cargadas esencias francesas? No, eso ya lo habĂa hecho Juan MarĂa Farina (1685-1766) en la ciudad de Colonia, Alemania –de ahĂ el nombre que además está registrado como la marca de perfume más antigua del mundo–, pero los aceites etĂ©reos diluidos en un solvente etanol de Farina tenĂan ahora una nueva hacedora en tierra sueca, una holmiense estaba mezclando agua con hierbas y frutas (la de Farina llevaba –además de un secreto mix de hierbas– aceites esenciales de naranja, mandarina, pomelo, limĂłn, lima y cedro) y su mezcla acaparaba las narices de todos. Antoinette irrumpĂa el espacio aĂ©reo con un nuevo aroma que iba a perfumar la vida cotidiana transformándose en un sĂmbolo de reminiscencias y recuerdos. A diferencia del aire puro y frĂo de las altas cumbres –expresiĂłn del pensamiento heroico y solitario que hemos leĂdo en San Juan de la Cruz o en Nietzsche–, el aire abarrotado de perfumes sĂłlo sabe de pensamientos saturados de emociones y nostalgias y ese aire –correspondencias de olores y realidades– iba a ser patrimonio de Antoinette.
Las ventas aumentaban y los perfumes empezaron a comercializarse en gran escala, a las mezclas caseras se sumĂł el tubo de ensayo de las pociones quĂmicas vainillina, heliotropina, ionona y los primeros aldehĂdos sintetizaban aquella estela primorosa del mercado y encabezaban la revoluciĂłn olfativa. Estaba naciendo la perfumerĂa moderna y definitivamente usar perfumes era ya un requisito estĂ©tico imprescindible. La perfumista no dudĂł en fundar una sociedad comercial con su nombre. ÂżQuĂ© otro nombre podrĂa ponerle? La sociedad de la tendera cruzĂł la barrera de los siglos y logrĂł que la casa Nording fuera hasta fines del XX la casa de las fragancias de lujo más famosa de Estocolmo.
El agua colonia de las abuelas, las que se regalaban en los cumpleaños infantiles, las que se vendĂan en frascos de vidrio que emulaban el congelamiento de un freezer por venir (eran irresistiblemente frescas segĂşn el jingle), las que las tĂas rociaban en las sábanas cuando venĂan las visitas, las que quedaron en las vidrieras sin remodelar, todas, guardan restos diurnos de aquella mezcla de la vendedora y logran que cuando se desenrosca la tapa todo espejo ustorio encuentre su blanco pero esta vez sin estallidos mortales, que a las piernas cruzadas las pinte Magritte, que los encuentros no empalaguen demasiado y que los olores se exhiban como si vinieran en gama igual que un muestrario de telas o de colores porque a oscuras, a medias, a tientas, siempre se reconocen el revĂ©s y el olor.
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