Uno se puede preguntar con razĂłn si es verosĂmil que, en nuestro paĂs, alguien que está llegando a los cuarenta se defina por la pertenencia a tal o cual escuela secundaria (cosa que organiza o parece organizar el mundo de Graduados, la tira que le está dando a Telefe la medalla de honor en rating). No sĂłlo porque es esperable que en los veinte años que median entre uno y otro momento pasen cosas que generen identidades nuevas –carrera, trabajo, relaciones–, sino porque la secundaria como mito es un poco ajena al imaginario nacional, aunque tuvimos ocasionalmente nuestras montañas rusas, domingos felices y demás atracciones. Pero en la elecciĂłn del secundario como el momento y el lugar en el que muchas cosas se definen, Graduados muestra su marca de origen (origen de la idea si no del resultado), que es nada menos que la comedia norteamericana de John Hughes, American Pie. No, no es una exageraciĂłn: repasen el primer capĂtulo –se puede ver online en la página web de Telefe– y fĂjense quĂ© hay en el centro de la mesa durante la fiesta de egresados. ÂżSe fijaron? Hay una ponchera. SĂ, la exĂłtica fuente de vidrio con el misterioso brebaje rosado que desde siempre vemos en las pelĂculas, y que es casi imposible que algĂşn adolescente argentino haya tomado en los ochenta a menos que estuviera en una fiesta temática. Pero los graduados de Graduados toman ponche (tambiĂ©n cerveza en porrĂłn, no de litro) y su fiesta de egresados en realidad es una “prom”, como las llaman en el paĂs que inventĂł el cine y al secundario como territorio del cine.
Parte de la iconografĂa y de los temas que propuso Graduados desde el principio era made in USA, aunque en los parlantes sonara Virus. Porque en el salto temporal que va de la famosa graduaciĂłn hasta el presente, se suponĂa que Loli (Nancy Dupláa), la que era popular en el colegio, se habĂa aburguesado y que en cambio el trĂo conformado por AndrĂ©s, Vero y Tuca (Daniel Hendler, Julieta Ortega y Mex Urtizberea) nunca “transó”. Esto quiere decir: para AndrĂ©s, vivir con los padres, trabajar como paseaperros, usar remeras de Sex Pistols y buzo con capucha. Para Vero, tener rastas, un programa de radio y una cultura alcohĂłlica envidiable. Y para Tuca, andar de fiesta en fiesta con la barba crecida y no hacer absolutamente nada. Pero los treintañeros varados en el tiempo son mucho menos relajados de lo que estas vidas podrĂan sugerir; de hecho, para ser gente que siempre pone la diversiĂłn antes que todo, Vero y AndrĂ©s al menos se la pasan gritando y son los personajes más tensos de la tira (sobre todo Vero, que es una cabrona de primera lĂnea y rara vez se le escapa una sonrisa). Tuca, en cambio –siempre distendido y tan cĂłmodo en el mundo como Urtizberea–, parece más cool, pero claro: tiene una mucama que se viste como mucama y le sirve juguito de una jarra.
Este es el punto de incoherencia donde Graduados –cuyo trĂo de neohippies deberĂa ver sin demora Ligeramente embarazada, de Judd Apatow, donde los que no hacen nada se lo toman en serio: juegan y se dedican a inventar maneras rebuscadas de fumarse un porro– está tironeada entre un aire de actualidad que se disuelve, precisamente, en el aire, y el costumbrismo más rancio que es desde siempre la fatalidad de la televisiĂłn argentina.
Lo que más se extraña tal vez, en una tira que hasta el momento va muy a lo seguro y se aplana por convencional, es un poco de personalidad en la heroĂna que tiene la dulzura rea de Nancy Dupláa, porque la verdad es que Loli no hace nada y, hasta donde se ve, no parece que le guste ni desee nada. Loli no trabaja (empezĂł a participar en la empresa de papá pero no está acostumbrada y al rato se cansa), no tiene profesiĂłn ni hobbies, no se puede decir que sea ama de casa porque tiene una mucama cordobesa que hace todo (Mercedes Capola, tal vez lo mejor de la serie), y siempre tiene tiempo para agarrar la cartera y salir corriendo en sus taquitos para atender, como una Bovary del siglo XXI, lo más importante: sus dramas emocionales.
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