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Viernes, 20 de julio de 2012
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cine

La familia no tan diversa

Rápida como un bólido, casi como una especie de termómetro cultural, la comedia norteamericana no deja de ponerse al día con las nuevas formas de nacer, crecer, enamorarse y reproducirse.

Por Marina Yuszczuk
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Primero fueron los adolescentes demorados y los embarazos casuales pero felices en Ligeramente embarazada, de Judd Apatow (2007), y luego un par de comedias románticas protagonizadas por chicas decididas a ser mamás, a pesar de no tener pareja, cada una a su modo: Jennifer López se hizo inseminación artificial en El plan B (2010) y su tocaya Aniston consiguió un donante para un tratamiento más casero en Papá por accidente (2010). El jueves pasado se estrenó Plan perfecto (2011), donde la novedad es que son dos amigos treintañeros (chico y chica) los que, sin ganas de pasar por todo el ajetreo que significa una relación formal –sobre todo cuando ven cómo sus amigos casados se la pasan peleando–, deciden tener un bebé, criarlo juntos y después dedicarse a disfrutar de las citas y el romance ya sin la presión de tener que encontrar al compañero perfecto para procrear.

Inevitablemente, en estas películas no sólo hay concepciones de lo más variadas sino embarazos y partos que también se van poniendo al día y desplazan el parto clásico del cine y la telenovela, ese en el que una mujer se desgarra de gritos y dolor sobre una cama de hospital. Katherine Heigl sí se desgarra de dolor en Ligeramente embarazada, pero porque reclama un parto más natural, sin anestesia (aunque la “naturalidad” a medida de la no anestesia pero sí oxitocina sintética puede multiplicar el dolor, como se sabe), y en El plan B Jennifer López asiste a un parto domiciliario en el que una madre soltera da a luz en una pileta, en el living de la casa y rodeada de amigas (eso sí, con tal nivel de gritos y dolor que la escena se plantea cómicamente casi como parodia del cine de terror). En Plan perfecto pasa algo todavía más increíble: cuando a Julie (Jennifer Westfeldt, que escribe, dirige y protagoniza la película) le llega el momento de parir lo hace en un hospital y con anestesia, pero acompañada del padre del bebé, que además le dice al partero cuando éste pide las tijeras “¡No!, sin episiotomía, ella quiere volver a tener citas en unas semanas, así que por favor déjela desgarrarse naturalmente”. Que la palabra “episiotomía” aparezca en el medio de una comedia romántica es tan sorprendente como si aterrizara un plato volador en el medio de un parto, ¿será porque la película fue escrita por una mujer?

De todas formas, el sueño del aggiornamento y la pluralidad de experiencias tiene límites estrechos porque, como por un embudo, todas estas películas van a dar a la familia más tradicional de mamá y papá biológicos con sus niños. Hay algo ahí, en el ADN del género romántico, que se resiste a la mutación que ya tuvo lugar en tantas partes del mundo. Así, tanto en Ligeramente embarazada como en Papá por accidente y Plan perfecto, la chica termina eligiendo como pareja al padre biológico de su hijo. Y lo hace por amor, pero no deja de ser raro que el corazón se parezca tanto a los resultados de un análisis genético. En Plan perfecto, por ejemplo, Julie ya se dio cuenta hace rato de que quiere a Jason, el papá de su hijo, pero él la rechaza. Tiempo después él descubre que también la quiere pero el que decide es el bebé de los dos, que una noche cuando Jason lo devuelve a la casa de Julie se tira al piso y grita, en pleno berrinche: “¡Papi quedate, quiero que papá duerma en casa!”, alimentando la idea de que los papás deben estar juntos porque si no “los que sufren son los niños”. El modelo se dobla pero no se rompe, y la diversidad de maneras de armar una familia termina siendo nada más que un desvío, un contratiempo antes de la resolución “normal”, una simple concesión a poner el bebé antes del casamiento, reordenar las fichas pero mantener el juego, ese en el que la naturaleza elige por nosotros. Porque se supone que eso es lo “romántico”.

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