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Viernes, 20 de julio de 2012
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Mariana Nannis y Charlotte Chantal Caniggia

Las zanguangas

Por Flor Monfort
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En el verano, el formato estrella de Ideas del Sur les dijo sí a las lágrimas. En Soñando por cantar todos lloran porque siempre quisieron ser estrellas y ahora lo lograron, de paso muestran al tío discapacitado que les siguió la carrera desde chiquitos, a la prima en silla de ruedas que aplaude como loca desde la tribuna y al abuelo que, tocando las puertas del cielo, se emociona (demasiado, qué susto) con la actuación del nieto. Y el conductor, Mariano Iudica, imitando a Tinelli y sus posturas de metro noventa pero sin el metro noventa, también se emociona, sobre todo porque el formato que lo puso al frente mide muy bien. Como los ojitos brillosos parecían ser el nuevo hit por sobre los gritos y cizañas, Tinelli se hizo una pregunta muy seria, un día de ésos en que no se tatúa y que pasa en el famoso cuarto piso del bunker de su productora, y la pregunta incluyó un casting de tullidos, enfermos recuperados y demás personajes con fallas de fábrica o adquiridas, como el que baila sin una pierna, la chiquita con síndrome de Down o la modelo que tuvo un ACV y no siente la mitad de su cuerpo. Y como figuritas de su álbum privado, los puso a bailar en su show. “¿Esos son problemas?”, dijo un día Flavio Mendoza indignado por la riña pluma-gato que ya era marca registrada de Bailando por un sueño. Pero no, lo único que este año le dio rating al ex programa más visto fue el opuesto del drama, la contracara del llanto, la parodia de la frivolidad y la punta de lanza del artificio puro y duro.

Charlotte Chantal, la hija de Claudio Paul Caniggia y Mariana Nannis, no había nacido cuando el Pájaro nos regaló ese gol hermoso a los argentinos en Italia ’90, y su mamá se abría paso frente a las “otras” esposas de futbolistas, que a diferencia de ella, que fue al Saint Thomas de Olivos, no sabían nada sobre Versace y mucho menos sobre triunfar sobre las “putas” robamaridos que pululaban los estadios, siendo ella la más puta de todas, pero con su Romeo, claro. Pocos años después, le hacía decir a su única heredera mujer que los argentinos éramos todos unos pelotudos, más o menos lo mismo que hace ahora cada noche desde la pantalla del trece.

La princesita Charlotte se baña en champagne (¿con jabón?), pronuncia yampein, vive en el Hotel Faena, dice que no conoce a nadie (ni a Moria, ni a Gasalla ni al propio Tinelli), habla en inglés con su hermano (que también vino a mostrar sus gracias al zoo mediático) porque la educación internacional que recibieron les manda más ¿what’s up? que “hola qué tal”. Todo bajo la atenta mirada de la mater familias que ya había mostrado sus dotes histriónicas en el reality que la consagró en Europa: Mujeres ricas. Allí, Nannis se quejaba de que nadie le limpiaba los truños, decía que iba mucho al baño porque comía suficiente, a diferencia de los pobres que no comen, entonces, según ella, no cagan, y mostraba su casa enfundada en Dolce & Gabbana. Un poco puta pero no tanto como a los 20 y siempre con ese subtexto dramático de “no me iré sin mis hijos”, le da su mejor lección a la nena que se niega a dar picos (“¿cómo le voy a dar un beso si no lo conozco?”, le dice al jefe) y aporta la naturalidad de la diversidad con su charme europeo y muchas miradas de desprecio a quienes, sólo por adorarla, se las merecen.

Charlotte y Mariana fascinan porque derrochan, exhiben y les sacan brillo a sus uñas menemistas. Están ahí, haciendo malabares entre la boludez y el deseo de estar en las tapas de las revistas. Les sacaron la atención a Florencia Peña y Antonio Gasalla, demostrando una vez más que en televisión la trayectoria no sirve para nada, son motivo de atracción de todo el resto de los satélites que orbitan a Tinelli (indagando por ejemplo, en los vecinos que actualmente ocupan la casa de infancia de la Nannis, como si su espíritu pudiera vagar por allí todavía dando alguna información de importancia) y ponen en evidencia, por quincuagésima vez, que no es la lágrima, ni Tinelli, ni el escándalo. Lo que nunca falla en nuestra santa televisión es la máxima de María Antonieta: “Si no tienen pan que coman pasteles”, aunque sean de utilería.

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